Se trata de un texto breve, vibrante, dotado de una poderosa fuerza de evocación desde sus primeras líneas: «Aquel que todo lo ha visto, que ha experimentado todas las emociones, ha recibido la merced de ver dentro del gran misterio, de los lugares secretos, de los días primeros antes del diluvio».
Gilgamesh es un personaje histórico que reinó en la ciudad sumeria de Uruk (en el actual Irak) en torno al 2.750 a de C. pero debe su fama al hecho de haber entrado en la mitología gracias a la obra épica que relata sus hazañas.
El poema comienza describiendo al personaje: «Superior a todos los reyes, poderoso y alto más que ningún otro, violento, magnífico, un toro salvaje, caudillo invicto […] en dos tercios divino y en uno humano […] ¿Quién puede igualarse a Gilgamesh? ¿Qué otro rey ha inspirado tal temor?»
Su superioridad, su poder, su arrogancia abruman a sus súbditos. Por eso claman al cielo «y sus lamentos encontraron oídos, pues los dioses no son insensibles». Deciden crear «un par de Gilgamesh, su segundo ser, un hombre que iguale su fuerza y su valor, un hombre que iguale su tempestuoso corazón», un nuevo héroe que contrarreste a Gilgamesh. Enkidu será ese valeroso guerrero, ese «ser primordial», fuerte como la pujante naturaleza que en todo tiende a la plenitud.
Pero cuando Enkidu va a conocer a Gilgamesh surge uno de los grandes temas del poema y de la vida: «en el fondo de su corazón sintió conmoverse algo, un anhelo no conocido hasta entonces, el anhelo de un verdadero amigo».
El poema narra las hazañas de Gilgamesh. Pero también podría decirse que el poema narra la amistad, la gran amistad, entre estos dos seres singulares.¿Qué se proponen los amigos? Encarnado en un monstruo anida el riesgo de lo peor, un ser que «llena de espanto a los hombres». Y a eso hay que hacerle frente: «Debemos matarlo y extirpar el mal del mundo».
Cuando la lucha es real presupone el esfuerzo, el valor y la posibilidad de ser derrotado. Y la derrota última: se puede morir. Y el hombre ha nacido para la vida, teme la muerte. Y la cobardía aparece como una opción, un modo de vida indigno pero posible. También es posible enfocar bravamente la vida: «¿Por qué temer si, más tarde o más temprano, la muerte ha de llegar?». No es la muerte lo temible, sino una vida indigna.
Aspira a una vida digna, memorable: mataré, dice, al monstruo temible, «haré perdurable mi nombre, para siempre grabaré mi fama en la memoria de los hombres». Vivir para siempre. Aspira a la inmortalidad y sabe que eso tiene que ver con el modo en que se posicione en la lucha entre el bien y el mal.
Gilgamesh y Enkidu han descubierto su propia tensión hacia la plenitud. Han compartido la amistad. Han luchado y vencido. Pero a la muerte no pueden vencerla. El destino del hombre es la muerte. Sólo los dioses son inmortales.
Ningún hombre desea morir. Y es así como el poema explora los límites de lo humano. Gilgamesh, símbolo de lo humano, ha nacido «cargado con corazón incapaz de descanso». Forzará también ese límite.
Más de mil años antes de que se escribiera el relato de Noé, Gilgamesh oirá el relato del diluvio, que es el relato del hombre que escapó a la muerte cuando los dioses habían decido extinguir a todos los humanos inundando el mundo.
Al haber escapado a la muerte y ser inmortal, Gilgamesh intentará descubrir el secreto que le permita vencer el último límite de lo humano, la muerte.
Porque el poema narra las hazañas de Gilgamesh. Pero también podría decirse que narra la amistad. O el modo de enfrentarse ante el meollo de la vida, que es el bien y el mal y, por tanto, el modo de llevar una vida noble o indigna. También podría verse, finalmente, como una narración sobre la natural aspiración humana a trascender los límites, que es la tendencia a la inmortalidad.