Dios nos eligió y somos suyos. No puedo hacer nada más. Me quiere con locura y sabe cómo soy en mi pobreza. Y me regala todo lo que lleva en su corazón. Y recibiré mucho más en el cielo y también aquí en la tierra.
¿Acaso no hay muchas personas que no reciben tanto como han entregado? Sí, parece que no se cumple la promesa en ellos.
Hay vidas muy injustas e infelices. ¿Qué sentido tiene esa promesa que no siempre parece cumplirse?
Tal vez lo que sucede es que no sé pedir realmente lo que me conviene. O creo que necesito más de lo que me hace falta.
Tengo otras prioridades y le doy valor a otras cosas en mi camino. Me ato a lo que deseo y persigo lo que sueño.
Y no toco ese cien veces más de lo que he dado que me ha sido prometido. El cielo y la plenitud aquí en la tierra.
Tengo que soltar para conseguir algo nuevo. Tengo que dar para recibir, dejar de mirar lo que me obsesiona para fijarme en lo que estoy recibiendo sin valorarlo.
La vida son dos días, momentos aislados en el tiempo. Y yo deseo dejarlo todo para estar con Jesús.
¿Qué retienen mis manos desesperadamente? Pienso en todo lo que me encadena y pesa dentro del alma.
Tengo un sueño escondido y me atormenta no lograr la cima que sueño. Y perder todo lo que he poseído.
Como un ciego desesperado me aferro a lo que toco. Para no soltarme. Desconfío del camino que me marcan otros pasos, otras voces, otros gritos.
Deambulo por la vida sin decidirme a amar. Porque el que ama sufre y el que pierde se angustia. Y darlo todo por seguir a Jesús parece demasiado.
Cuando digo todo me refiero a dejar en manos de Dios todo lo que me constituye. Que Dios me haga de nuevo. Que me construya.
No me da miedo la soledad del que pierde. Pero sí tal vez me angustia no recibir lo soñado, ni tan siquiera las gracias por haberlo dado todo.
Creo que la vida consiste en amar dándolo todo. Pero estoy roto, herido por dentro. Decía el padre José Kentenich:
Si estoy dispuesto a seguir a Jesús es porque estoy dispuesto a amar con todo mi ser. Sin importarme nada más.
Es tan escasa la vida y me faltan tantas cosas para ser feliz... Pero quizás es que no sé amar y por eso no soy feliz.
No sé soltar lo que me ata y por eso no sé abrazar. No sé amar enalteciendo porque nadie me ha amado de esa manera. No sé ser generoso porque nadie lo ha sido conmigo.
Quisiera mirar hoy a Jesús y recibir con alegría su respuesta. Lo he dejado todo por seguirlo a Él y su amor me ha dado una serenidad profunda, honda.
Tengo paz en el alma. El corazón calmado. Y sueño con una vida que aún no poseo. Y espero la eternidad entre mis días como un bálsamo. Y esa promesa de ser feliz para siempre, cueste lo que cueste.
Pero siempre amando, que es lo que de verdad importa.