Bartolomé Fernández nació en Lisboa (Portugal) en 1514. Pertenecía a una familia de buena posición.
En la iglesia de los Mártires (de ahí su nombre), donde fue bautizado, más tarde escuchó la predicación de los dominicos, que despertó en él la vocación religiosa. Ingresó en el convento en Lisboa en 1528 y profesó los votos al año siguiente.
Era culto y se mostró como un gran latinista. En 1551 fue elegido socio del provincial para el Capítulo General de la Orden en Salamanca. En el Capítulo fue nombrado doctor y maestro en Sagrada Teología.
Poco después fue prior del convento de Santo Domingo de Benfica en Lisboa. Se caracterizó por un gran amor a la orden, lo que le llevó a hacer reformas.
Al morir el arzobispo de Braga, Bartolomé fue nombrado su sucesor. Se negó a aceptar el cargo, pero fray Luis de Granada, su provincial, se lo ordenó en virtud de la santa obediencia. Fue nombrado arzobispo el 27 de enero de 1559.
De nuevo su tarea subrayó su amor a la Iglesia y a la Orden de los Predicadores, con reformas y corrigiendo las malas costumbres que debilitaban la vida religiosa.
Entre 1561 y 1564, san Bartolomé de los Mártires participó en el concilio de Trento y en él destacó por su trabajo y su vida santa.
Cuando la peste alcanzó Braga en 1570, desobedeció al rey y al cardenal que le había ordenado abandonar la ciudad. Prefirió arriesgar su vida en favor de las víctimas y para no desatender a los sanos que habían quedado aislados y sin ayuda.
Enfermo y sin fuerzas, en 1582 renunció al cargo de arzobispo y se retiró al convento de Viana. Allí murió el 16 de julio de 1590.
San Bartolomé de los Mártires fue declarado santo por el papa Francisco el 10 de noviembre de 2019 con una canonización equivalente.
En la homilía de la misa de canonización, el cardenal Becciu dijo:
La fiesta de san Bartolomé de los Mártires se celebra el 18 de julio.
Oh, Dios, que hiciste de Bartolomé de los Mártires un hombre muy sabio, santo y austero, que ni la dureza de la región de Trás-os-Montes, ni el calor sofocante, ni el frío agudo, ni el mal tiempo, ni la peste ni los errores doctrinales le detuvieron en su paso como pastor vigilante de su iglesia, haz que amemos cada día más a la Iglesia y al Papa, y que busquemos la formación necesaria -cada persona según sus circunstancias- para ser santos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Puedes leer otras vidas de santos aquí.