La tauromaquia no sólo es tema de debate en la actualidad, ya en el siglo XVI hasta era asunto de la iglesia católica.
De hecho, en el año 1567, el Papa Pío V promulgó la bula De Salutis Gregis Dominici, donde prohibía los espectáculos taurinos y hasta bajo pena de excomunión a quienes los presenciasen (un poco la continuación del Concilio de Trento sobre el tema de los duelos).
Sin embargo, en aquel entonces no se trataba de un asunto de igualar a los animales con la condición humana como ahora, sino que para el Pontífice era cruel y vergonzoso que un hombre pusiera en riesgo su propia vida sólo por diversión y hacer exhibición de su fuerza y audacia.
Además, consideraba que "esos espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana. Y queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio, y proveer a la salvación de las almas, en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, los prohibimos terminantemente".
Para el Sumo Pontífice la tauromaquia ponía en peligro tanto el cuerpo como el alma y, viendo que incluso muchos clérigos usaban estos espectáculos para fiestas religiosas, señaló también que quienes falleciesen en actos taurinos, no recibirían sepultura eclesiástica.
En Italia se cumplió con la bula papal de inmediato, en Portugal tomó unos años y en España ni siquiera se publicó.
El rey Felipe II estaba al tanto de la voluntad del Pontífice; pero su círculo cercano le advirtió de los problemas que podía causarle la eliminación de la tauromaquia, ya muy arraigada en las costumbres y cultura española.
Sus consejeros alegaban que quizá el Papa no estaba tan enterado de la importancia de la práctica en España. Y, además, tenían a su favor que el Pontífice necesitaba de su ayuda para combatir a los turcos. Así que le fueron dando largas al asunto sin mayor confrontación.
Luego vinieron los Papas Gregorio XIII (1585) y Clemente VIII (1596), quienes suavizaron un poco la posición de la iglesia frente a la tauromaquia. Quitaron las penas de excomunión y anatema, excepto para los clérigos; y exhoraron a que se tomasen todas las medidas posibles para evitar la muerte de las personas.
Pero lo cierto es que, siglos después y con la intervención de Papas inclusive, la tauromaquia sigue siendo tema de debate.
En los últimos años, algunos creen que ya es una práctica en vía de extinción, tanto por el pensamiento de las nuevas generaciones que se trata de una “práctica ancestral cruel” y no la ven como algo histórico o cultural (o tampoco les interesa estos temas de preservación), como por la pandemia, que no ha permitido que se realicen las tradicionales fiestas y espectáculos que son la principal fuente de ingreso de la que parece que siempre será la controversial práctica taurina.