Las guerras son negros agujeros de dolor. En las guerras afloran los instintos más indeseables de la raza humana. También las almas más puras y valientes. Esta es una historia dramática, también de grandeza humana, de solidaridad femenina; una historia de sanación de cuerpos y almas.
Las mujeres acostumbran a ser las principales víctimas civiles en los conflictos armados; la violación es una de las vejaciones más humillantes y vergonzosas que sufren. A los soldados capaces de cometer tales atrocidades contra personas inocentes, no les importa la identidad de estas mujeres.
En la primavera de 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba llegando a su fin, los soldados del ejército rojo se replegaban desde Berlín y ponían rumbo a casa.
En el camino, en Polonia, lejos de llevar la paz tan deseada en aquellas tierras, sembraron el terror entre la población civil. Y religiosa.
Un convento de monjas polacas fue atacado por un grupo de soldados soviéticos que durante días las violaron sistemáticamente. Algunas de ellas fueron asesinadas tras sufrir infinidad de vejaciones. De las que sobrevivieron, algunas quedaron embarazadas. Todas quedaron marcadas para siempre por el dolor y la humillación.
Mientras todo esto sucedía, había llegado a Polonia una joven doctora francesa. Se llamaba Madeleine Pauliac. Nacida en Villeneuve-sur-Lot el 16 de septiembre de 1912, no era la primera vez que se incorporaba al engranaje de guerra.
Durante meses había trabajado sin descanso en el hospital de París mientras participaba en distintas operaciones de la Resistencia. Ayudó a paracaidistas aliados, ocultó a judíos en su propia casa y llegó a participar en doscientas operaciones del Escuadrón Azul de ambulancias de la Cruz Roja.
A principios de 1945 era una de las doctoras más reconocidas del ejército francés, ascendida a teniente y llegando a ser recibida por el general Charles de Gaulle.
Madeleine fue enviada a Moscú en una misión de repatriación de los prisioneros de guerra franceses. En mayo de ese mismo año fue trasladada a Varsovia, a un hospital de la Cruz Roja Francesa.
Mientras trabajaba sin descanso curando a los soldados antes de regresar a su Francia natal, Madeleine fue testigo del caos que asolaba la capital polaca en la que los soldados del ejército ruso campaban a sus anchas sin ningún tipo de control y cometiendo todo tipo de tropelías.
Pero Madeleine no podía imaginarse que podían ser capaces de lo que les hicieron a unas monjas benedictinas de la zona cuando estas se pusieron en contacto con ella. Era una de las pocas mujeres sanitarias a la que podían acudir. Madeleine dejó escrito en su diario estas escuetas pero duras palabras después de visitar su convento:
"Había veinticinco monjas, quince fueron violadas y asesinadas por los rusos. Las diez restantes fueron violadas, algunas cuarenta y dos veces y otras treinta y cinco o cincuenta veces. Nada de eso sería de una importancia mayor si no hubiese sino porque cinco de ellas estaban embarazadas".
Humilladas y ultrajadas, las religiosas tenían un insoportable dolor en su cuerpo y su alma. Algunas sentían una terrible desesperación por haber perdido su virginidad y pensaban que terminarían yendo al infierno por ello.
Las que habían quedado embarazadas sufrieron un terrible dilema moral puesto que algunas de ellas, por miedo o desesperación pidieron a Madeleine que las ayudara a abortar. Otras tuvieron a sus bebés con su ayuda.
Madeleine Pauliac fue mucho más que una doctora para aquellas mujeres heridas. Las escuchó, las consoló e intentó compartir con ellas su dolor en un hermoso acto de amor al prójimo. No las juzgó, no opinó sobre sus decisiones, simplemente estuvo a su lado cuando necesitaban un atisbo de luz en la terrible oscuridad que había quedado sumido su hogar.
Además de acudir al convento siempre que podía continuaba con su labor en el hospital francés de Varsovia y viajaba por todo el territorio polaco en busca de soldados heridos.
Su heroica labor terminó abruptamente el 13 de febrero de 1946 cuando falleció en un accidente de tráfico. Tenía treinta y cuatro años. Su cuerpo fue repatriado y descansa en su pueblo natal. Madeleine Pauliac fue condecorada póstumamente con la Legión de Honor y la Cruz de Guerra de Francia.
En 2016, la directora de cine Anne Fontaine llevó a la gran pantalla la historia de Madeleine y las religiosas polacas en la conmovedora película Las inocentes.