Si bien fueron los misioneros franciscanos los primeros que llegaron a la Nueva España (1524), cupo a los dominicos el honor que uno de los suyos fuese nombrado primer obispo del inmenso territorio que después se llamaría México.
La historia consigna que Fray Julián Garcés (1452-1542), un aragonés cuya alma mater había sido la célebre Universidad de Salamanca, llegado a Nueva España, tomó posesión del obispado de Tlaxcala a fines de 1529, cuando apenas se desvanecen los humos de las batallas para conquistar la gran Tenochtitlán por parte del ejército de Hernán Cortés.
Fray Julián, más tarde reconocido por propios y extraños como "Protector de los indios", iba a ser destinado a Yucatán; sin embargo, el papel decisivo que los indígenas tlaxcaltecas, en alianza con los españoles contra los aztecas, tuvieron en la derrota y caída de Tenochtitlán, motivó que el primer obispado se trasladó a Tlaxcala (a pocas leguas de la Ciudad de México)
El papel del obispo Garcés fue doble: pacificar a conquistados y conquistadores y fundar en la cercanía de la Ciudad de México escuelas y conventos para la evangelización de los naturales. En el libro "Los personajes del Virreinato", se esboza su carácter:
Desde su llegada, buscó la manera de dar un mejor trato a los indígenas creando para ellos escuelas y, pese a su avanzada edad, trabajó para construir conventos en Cholula, Huejotzingo y Tepeaca, además de un hospital para españoles en Perote.
Entre otras fundaciones, Fray Julián participó, en 1531, en la que sería la primera ciudad para españoles en territorio mexicano: la ciudad de Puebla. La leyenda cuenta que unos ángeles se le aparecieron al reciente obispo de Tlaxcala, y le indicaron dónde debía fundarse la ciudad. Por ello se le llamó Puebla de los Ángeles.
Más tarde trasladó la sede del obispado de Tlaxcala a Puebla y en 1542, a la edad de 90 años (había sido nombrado obispo a los 73) murió en su diócesis. No sin antes dejar un legado maravilloso de unión y aprecio por los indígenas, manifestado en su famosa Carta Latina, dirigida al Papa Paulo III (en 1537)
En ella, Fray Julián resumió el modo como se desarrolló la conquista espiritual de México –un acontecimiento del que todavía no se ha dimensionado su importancia universal—esbozando la enorme dignidad del indígena y su valor, dirige su mirada a los que debe ser la relación con los nuevos territorios diciendo que "el oro que hay que extraer de las Indias es el oro de la conversión de los indios".
Extractos del largo párrafo donde se esboza esta teoría son los siguientes: