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El adiós a monseñor Alfredo Petit Vergel, quien fuera obispo auxiliar de La Habana

CUBA
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Macky Arenas - publicado el 09/08/21
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San Francisco de Paula fue la parroquia cubana que acompañó los últimos momentos de un respetado eclesiástico

En la calle Desamparados, conocida por todos en la actualidad como Avenida del Puerto, se halla una de las obras arquitectónicas más significativas de la ciudad de La Habana. Se trata de la Iglesia de San Francisco de Paula. 

La dedicación al santo calabrés viene pues, desde 1664, existían allí un hospital para mujeres y una ermita bajo su advocación. Hablar de monseñor Alfredo Petit es hablar de esa parroquia ubicada en la habanerísima Alameda de Paula.

Desde tiempos inmemoriales, el hospital y la ermita se mantuvieron  activos hasta 1730, cuando un poderoso  huracán los arrasara. Quince años más tarde se recuperarían y transformarían en la Iglesia de San Francisco de Paula y el Real Hospital de La Habana.

A finales del siglo XIX el conjunto fue vendido a la Compañía de Comercio del Puerto Habana Railroad. Fue imposible demoler todo aquello, como se pretendía, pues las protestas lo impedían. En 1944 se declara Monumento Nacional a pesar de lo cual se derribaron las ruinas del antiguo hospital.

San Francisco de Paula es una de las iglesias más bellas de la capital cubana. Es considerada por muchos como una de las más preciadas joyas arquitectónicas del patrimonio eclesiástico local. 

Se le conoce como el Hospital de Paula. Según reseña el blogs turísticos (Online Tours), fue la segunda instalación médica de la Cuba colonial y la primera en especializarse en atención ginecobstétrica. Fue construido gracias a donativos del vecindario y se destinó a atender a las mujeres pobres. “El santuario fue por casi medio siglo sede del Instituto Musical de Investigaciones Folclóricas y posteriormente del Centro de la Música – se lee allí- y por si estos vínculos resultaran escasos, la iglesia atesora uno de los pocos órganos que se conservan íntegramente en Cuba, con su tubería y maquinaria originales. También alberga las cenizas del gran violinista cubano Claudio José Brindis de Salas (1852-1911), unánimemente considerado como el mejor de su época y conocido como «El Paganini negro»”.

Cuentan que  es un lugar donde se puede escuchar buena música clásica y de concierto.  Es un bello lugar que se mantiene restaurado. Es un sitio muy agradable para disfrutar de la música de cámara.

Ubicada  muy cerca del mercado San José, la iglesia es un claro ejemplo del barroco cubano de la primera mitad del siglo XVIII. Consta de una planta en forma de cruz latina, de nave con bóveda de cañón y cúpula. Su arquitectura también cuenta con influencias españolas, prueba de ello son las dos hornacinas intercaladas en columnas adosadas a la fachada, y ubicadas a los lados de un arco central. Sus vitrales son célebres y su acústica inmejorable. Ello, además de la belleza del lugar, atrae a muchos famosos concertistas que se presentan allí, procedentes de todas partes del mundo.

Ese emblema religioso, arquitectónico y cultural de la capital cubana es el centro de la devoción de una comunidad unida a la que siempre perteneció Monseñor Petit, un culto, inteligente y reconocido sacerdote experto en doctrina católica y formador de generaciones de religiosos cubanos.

Nunca se fue de Cuba, desde que llegó, egresado de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, para ordenarse sacerdote en la ya castrista Cuba de 1961. De los tres que partieron juntos a Roma para hacer allí su seminario y  toda la Teología en ese estricto centro de estudios, sólo él alcanzaría la dignidad de obispo.

Las dificultades, ya una vez instalada la revolución, para la formación en el exterior de los seminaristas cubanos, hizo que Alfredo Petit se convirtiera en uno de los mejores preparados y dedicara su carrera eclesial a la formación en los seminarios.

Su sólida preparación canónica y su dominio del francés –por sus lazos familiares con el país galo-  y buen conocimiento del alemán, distinguieron a este exalumno lasallista como una referencia  permanente para la Iglesia cubana.

Durante los dos o tres últimos años sufrió serios problemas de movilidad, apareció el Parkinson y señales de demencia senil. Había experimentado una ligera mejoría pero finalmente falleció la noche del 7 de agosto en su parroquia, a los 85 años de edad.

Su hermana nos hizo saber que su deceso nada tuvo que ver con el Covid, lo que algunos podrían pensar dado que es un hecho que la isla ha batido el récord de contagiados vacunados en el planeta. “El ya venía sufriendo de ese mal que incrementó durante los últimos dos años y era asistido por los cuidados de una familia amiga, residente frente a la Iglesia, que le proveían lo que necesitara”. Ella, quien vive en Miami, dijo que “murió sereno aunque en los últimos tiempos no reconocía. Descansó y ahora está con Dios”.

Hasta su muerte, como emérito, el prelado sirvió como obispo auxiliar en la capital.  Monseñor Petit fue capellán del Hospital San Francisco de Paula y profesor en el Seminario San Carlos y San Ambrosio, adscrito a dicha parroquia.

Como obispo auxiliar de la Arquidiócesis de La Habana –recuerda el Periódico Cubano- la acción pastoral que desarrolló como Vicario Episcopal, su labor en las Comisiones para la Doctrina de la Fe y el Ecumenismo y para el Diaconado Permanente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, así como su trabajo en el Tribunal Eclesiástico de La Habana, le han merecido el respeto y afecto de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas así como de los fieles laicos de Cuba y el mundo.

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