Lewis Carrol es el seudónimo con el que se conoce a Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898). Diácono anglicano, profesor de matemáticas, autor de novelas y ensayos (especialmente sobre matemáticas y lógica) es sobre todo conocido por su obra Alicia en el país de las maravillas (Alice's Adventures in Wonderland, 1865).
La obra está concebida como un cuento para niños. Por eso llama la atención que se hayan fijado en ella autores de la relevancia de James Joyce o Wittgenstein y que haya sido objeto de múltiples comentarios y ediciones anotadas. También ha sido objeto de numerosas versiones cinematográficas.
El relato, como decimos, sigue los derroteros de un cuento. Un cuento de hadas o de aventuras o de fantasía… qué importa el tipo. Lo que importa, y mucho, es que es un cuento. Lo que importa es que atrapa la atención del lector.
Los niños quedan fascinados por los acontecimientos; los adultos, fascinados también… por lo que significan. Cada uno encuentra en el relato algo que suscita interés, admiración. Por eso siguen la pista a esa niña que, “llevada por la curiosidad” sale corriendo tras un conejo blanco y se lanza al interior de una madriguera sin pensar si es profundo o no, si es estrecho o ancho, qué ocurrirá cuando llegue al fondo y si será capaz de salir después.
Porque la fantasía es así: nos arrebata, nos lanza a la acción. El libro es un cuento de acción, también. Y divertido. Tiene abundantes juegos de lenguaje (y pensamiento, diría Wittgenstein), saltos, giros. En cualquier momento del relato, el siguiente paso es una sorpresa. Puede ocurrir cualquier cosa: crecer, menguar, estar salvado o perdido, alagado o condenado a que nos corten la cabeza… y eso es acción, pone a la mente en un estado de excitación (mente saltarina, se llama últimamente): Alicia es adictiva, en ese encantador sentido.
De ahí que por las páginas de la obra desfilen asuntos como el dualismo sueño-realidad, las expectativas y deseos, lo normal y lo extraordinario (y las distintas lógicas que los rigen), así como la unidad-dualidad del sujeto que pasa por esos ámbitos. Pero el enfoque no es el propio de un ensayo, sino el divertido discurrir de un cuento infantil.
A modo de ejemplo (uno entre tantos) recordemos el momento en que Alicia reflexiona sobre una “trivialidad”: todos dudamos y entonces vemos lo que es razonable. Alicia también, ella también se da muy buenos consejos, aunque no siempre los sigue «y es que aquella niña tan original jugaba a veces a ser dos personas distintas».
Insisto: es una trivialidad. Todos lo reconocemos. Los niños lo leen, se divierten y siguen el relato; el adulto puede ver ahí planteado el conflicto interior de todo hombre, anunciada la escisión del sujeto o seguir, como un niño, el curso del relato.
Cuando actuamos, cuando vamos creciendo (física y moralmente)… cambiamos. Pero al cambiar, ¿ya no somos el mismo que éramos antes? El problema de la transformación lo aborda dramáticamente Kafka (en La metamorfosis o La transformación) y lo aborda la filosofía desde Aristóteles a Wittgenstein. Así lo enfoca Alicia: «Pero si ya no soy la misma, entonces ¿quién demonios soy? Ahí está el intríngulis», ¿se habrá convertido en alguien distinto, algún amigo suyo, quién?
Este juego aparece en diversos momentos. Así ocurre, por ejemplo, cuando una experta en transformación, una oruga, le pregunta: «¿Puede saberse quién eres tú?». Alicia le comunica su perplejidad: no es fácil saber quién es uno, tras tanta transformación. La oruga se muestra poco comprensiva y Alicia le espeta: «Bueno, lo que ocurre es que usted todavía no ha pasado por ello, pero llegará el día en que se convertirá en crisálida y después en mariposa, y entonces ¡ya veremos lo que siente usted!».
Un niño no tiene más opción que divertirse, esperar qué dirá la oruga, sorprenderse ante el siguiente giro de la historia.
Un adulto puede intentar dar con el siempre huidizo problema de la identidad, reflexionar. Puede hacer eso. Pero todos hemos sido niños, conviene no olvidarlo, conviene dejarse también sorprender.
Alicia en el país de las maravillas es, pues, un libro recomendable para todos. A los niños, por serlo. Y a los adultos, porque está bien comprender y construir el mundo pero mejor, mucho mejor, es maravillarse, abrirse al misterio y el gozo.