Incluso entre las cenizas del desastre puede encontrarse grandeza. La valentía, el coraje y el honor escasearon en el Desastre de Annual, pero ejemplos de todo ello hubo en Marruecos, en la más terrible y humillante derrota del Ejército español, de la que este año se cumple el centenario.
Como también hubo fe en medio de la desesperación y la desesperanza. Una fe que sostuvo a muchos de los supervivientes, y a otros que no lograron salir vivos de allí, y que los llevó a dar ejemplo vital en medio de la adversidad.
“Para mí es evidente que la fe fue fundamental para sostener a mi abuelo, como lo fue también para muchos otros hombres cuya historia cuento en mi libro”, explica Alfonso Basallo.
El periodista ha escrito ‘El prisionero de Annual’ a partir de las memorias y recuerdos personales del sargento Francisco Basallo, una figura muy popular en la época, que alcanzó tintes legendarios, hasta el punto de ser citado por Valle-Inclán en Luces de Bohemia, donde, en tono de humor lo propone como sustituto de Benito Pérez Galdós en la Real Academia.
La chanza muestra hasta qué punto llegó a ser “la gran figura española del momento”, según el titular de la portada del diario ‘Nuevo Mundo’, del 2 febrero de 1923, que le muestra desmejorado, con barba, y con un inmenso aire de cansancio y de tristeza en los ojos, tras varios años de cautiverio moro.
Y, sin embargo, hasta llegar a ese momento, el del retorno a su país, el humilde sargento había tenido que superar muchas pruebas, y dar testimonio de sus valores personales en las peores circunstancias que jamás hubiera podido imaginar.
La primera prueba fue superar la masacre de la posición militar Dar Quebdani, en la que se encontraba. Tras un asedio insidioso, y sin poder contar con suministros de agua ni alimentos, los oficiales decidieron rendir la posición.
El acuerdo suponía entregar las armas a cambio de que se respetaran las vidas, pero no se cumplió. Como no se cumplió en otras muchas posiciones donde se repitió la historia. Una vez desarmados, los soldados eran acribillados sin piedad. Sólo los oficiales y una pequeña parte salvaron la vida.
Ante este espectáculo aterrador e indigno de cadáveres pudriéndose al sol, en salvaje mezcla con los restos de los animales que les habían servido de caballería, el sargento Francisco Basallo decidió organizar un batallón de enterradores. Más de 600 cuerpos fueron enterrados y recibieron cristiana sepultura en medio de lágrimas y padrenuestros.
“Lo hacían por humanidad, pero también por sus convicciones cristianas, porque enterrar a los muertos es una de las obras de misericordia”, explica el periodista Alfonso Basallo.
Hay que ponerse en situación, en el contexto de un prolongado cautiverio, en medio de la privación y máxima incertidumbre sobre el futuro, para entender el valor de un gesto como éste. Y el esfuerzo que conllevaba en un entorno que invitaba a bajar los brazos.
“Hoy, cuando ha disminuido mucho la creencia en una vida más allá y tendemos a pensar, cada vez más, que un cadáver es poco más que un despojo, quizás no se entienda su sacrificio. No se jugaron la vida, y el quebranto físico, sólo por una creencia genérica en la dignidad de la persona. Para ellos estaba en juego algo más grande”, explica el autor de ‘El prisionero de Annual’.
En su libro relata otro episodio que revela lo asentada que estaba la fe católica entre la tropa. En el asedio a Monte Arruit, cuando la victoria se veía imposible, el capellán militar José María Campoy propuso al teniente coronel Eduardo Pérez Ortiz una absolución general de los 3.000 militares atrincherados.
“Mi teniente coronel, las cosas están mal y pueden ponerse peor. No cesa de morir gente y cualquiera puede dejar este mundo sin estar preparado”, fue la introducción del capellán.
Y añadió: “Verá, confesar a cada uno es cosa imposible, pero, como aconseja nuestra Santa Madre Iglesia, basta que los penitentes se arrepientan sinceramente de sus pecados, y que tengan la intención de confesarlos individualmente caso de sobrevivir, para que puedan recibir la absolución”.
“No pude negarme. Estábamos seis o siete oficiales en la caseta y todos rezamos el padrenuestro y recibimos la absolución”. Y luego el capellán Campoy hizo lo propio con el resto de la tropa. “Pero no me asuste a los chicos’, fue la única condición del mando militar.
Alfonso Basallo recoge el testimonio a partir del relato que el propio Eduardo Pérez Ortiz realizó de su aventura africana en el libro ‘Dieciocho meses de cautiverio: de Annual a Monte Arruit’.
También pueden interpretarse desde su dimensión creyente otros dos comportamientos ejemplares del sargento Basallo: sus trabajos en la enfermería, movido por el único objetivo de intentar salvar vidas, y su defensa de las mujeres frente al acoso de los moros.
En la enfermería, además, trabajó para curar tanto a cristianos como a musulmanes, movido por un principio de caridad cristiana. “No parece que fueran muy xenófobos”, explica Alfonso Basallo.
Una caridad que, a veces, era correspondida. “En una ocasión operó al hijo de un caíd y éste, agradecido, le dio comida, consciente como era de que los prisioneros tenían muy poca”.
“Mi abuelo era una persona muy creyente. Yo lo conocí ya muy mayor y lo recuerdo rezando el rosario con mi abuela, de modo que es seguro que lo rezaría también de joven”, explica el autor de ‘El prisionero de Annual’.
“Nunca hablamos de ello”, admite el periodista, “pero es una práctica que se transmitió con el ejemplo; primero a mis padres, y luego a mí. Todos rezamos el rosario”.
Francisco Basallo había sido miembro de la Congregación Mariana de Córdoba, siendo adolescente, y le tenía una gran devoción al arcángel San Rafael, patrono de la ciudad.
Al menos en dos ocasiones en las que daba por segura su muerte invocó su protección. La primera, tras serle interceptada una carta en la que intentaba informar de la situación de los apresados. La segunda, tras ser capturado en un intento de fuga. En ambos casos estaba seguro de que iba a ser ejecutado, como tantos otros en situaciones similares, pero él salvó su vida.
La creencia religiosa estaba muy extendida y no son pocos los ejemplos de militares que apelaban a devociones personales en los momentos de mayor tribulación y dudas por su vida.
“Eran conscientes de que la muerte les rondaba, y cuando ya no podían más pedían ayuda a sus devociones”. Otro ejemplo que Basallo aporta es el del alférez Maroto. “El, como otros, invocaban a la Virgen de la Salud en las situaciones extremas”.