Vivir entre el miedo y la confianza es la forma habitual de vivir. Confrontado con mis límites, consciente de mis posibilidades. Alarmado por los peligros circundantes. Acariciando la seguridad de mis raíces seguras en un hogar donde soy amado.
El vértigo que me plantea la vida, con cada día que se desploma delante de mis ojos. El paso traicionero del tiempo que se escapa sin darme cuenta por debajo de mi puerta. El frío que se hace fuerte en mi alma provocado por ese miedo que tengo a perderlo todo.
Que el presente estalle en mil pedazos convirtiendo mi vida en un relámpago fugaz perdido entre las sombras. ¡Cómo no gritar de miedo ante tanto dolor y tanta muerte!
El corazón se aferra tembloroso firme en medio de los vientos que amenazan con arrasar mis seguridades. ¿No puedo repetir cada vez que lo desee todo aquello que me da felicidad y me alegra el alma?
¿Quién decide hasta cuándo podré repetir el gesto de amor que levanta mi alma a la altura del cielo? ¿Cómo y por qué es posible que lo que hoy me da vida deje un día de ser fuente de gozo?
No tengo respuestas a preguntas inquietantes. Lo que he vivido antes no tiene por qué volver a repetirse. Puede ocurrir algo inesperado que lo cambie todo. Sin yo pretenderlo ni desearlo. Algo que tuerza mi camino por un sendero nuevo apenas perceptible entre las sombras de mil arbustos.
Y el viento, sí ese viento ingrato que me mueve por dentro. Vivir entre el miedo y la confianza es el ejercicio diario que practico. Aferrado con una mano al cielo y con la otra sujeto a mis entrañas, donde se desarrolla la batalla más verdadera, entre mis sueños y la fuerza violenta de la realidad.
Confiar y temer como dos acciones separadas que alimentan mi propio corazón. Temo perder la vida al tiempo que confío en un desenlace inesperado cuando se esté acabando el tiempo.
No dejo de creer cuando todo parece perdido. No dejo de esperar cuando nada merece ser esperado. Temer y confiar.
¿Quién puede despertar en mí la confianza? Sólo un amor más grande que el mío puede levantarme en tiempos inquietos de pandemia, de inseguridad, de violencia.
El alma quiere repetir rutinas cargadas de paz y de esperanza. Y reniega de las novedades que llenan el alma de oscuridad y miedo.
Levanto los ojos al cielo confiado. ¿No me dijo acaso Jesús un día que no me iba a dejar nunca en medio de mi vida? ¿No me pidió con vehemencia que no me agobiara por el mañana porque cada día tiene su propio afán? Sí, así lo hizo, así lo hago hoy.
No quiero agobiarme como hoy escucho: «Decid cobardes de corazón: - Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial».
Me gusta mirar a Dios en medio de la tormenta del alma y ver su sonrisa al otro lado de los vientos que me arrasan. Convierte lo reseco en manantial. Y calma la sed de mi alma.
No puedo temer, mientras estoy temiendo. No quiero dejar de confiar, aún con ciertas dudas dentro del alma.
Quiero aprender a confiar en medio de mi presente. Es lo único que puedo controlar. Mi actitud interior ante el futuro inquietante. La paz en el alma como un don que Dios me regala cuando todo a mi alrededor pretende llevarse con fuerza la quietud de mi corazón. Alzo la mirada y confío.
«No temas». Me grita Dios en mi interior. Y yo escucho su voz suplicante. «No tengas miedo ni te agobies». Y sonrío, caminando sobre esa cuerda sostenida sobre el vacío, entre el miedo y la confianza, sigo adelante.
La vida son dos días, me repito. Y las tormentas pasan. Y los tiempos inquietos mudarán, trayendo paz y de nuevo inquietudes. Pero yo no podré controlarlo todo, como me pasa ahora, siempre será lo mismo.
Pero para eso fui creado, para caminar sobre un alambre. Sin dejar la mano que me ha creado y amado hasta el extremo.
No vivo con miedo al castigo, al rechazo de Dios, eso nunca lo he sentido. Creo mucho más en su misericordia y en su abrazo eterno mirando mi belleza, mi pureza interior, esa que Él mismo ha sembrado.
Y no desconfío porque sé que el Dios de mi historia es siempre fiel a sus promesas. A su manera, está claro, no a la mía. En sus términos, no escuchando mis expectativas.
El Dios de mi camino me construye desde la pobreza que hay en mi corazón. Sabe de mis miedos y me da fuerza, para que viva el presente con pasión, sin angustia, sin miedo.
Porque sólo Él sabe que no puedo hacerlo todo bien, no puedo alcanzar las estrellas por mucho que me atraigan y no puedo vivir con plenitud lo que en mí es sólo un deseo hondo y verdadero.
Y me dejaré llevar por mis debilidades no siendo fiel a lo que he elegido. No haciendo el bien que deseo hacer y dejándome tentar por el mal que me promete felicidades definitivas que luego solo son pasajeras.
En medio de temores fundados e infundados. En medio de angustias que no puedo controlar porque la vida es así, está llena de incertidumbres.
Y me abrazo al Dios de mi historia, a Aquel que me ha amado. No tengo motivos para temer porque no estoy solo y me ama Él como nadie antes me había amado.