Por lo general compartir a diario la mesa familiar se hace bastante difícil. Por un lado, esto se debe a que el tiempo disponible de cada miembro de la familia es distinto, ya que cada uno tiene sus tareas, trabajos. Y por otro lado, no se suele prestar demasiada atención al hecho de si se come o no juntos.
Una de las razones de ello es porque no se conoce el gran valor que tiene tomarse diariamente un momento para comer juntos en familia.
O muchas veces, cuando lo hacemos no lo hacemos bien, porque nos sentamos y comemos apurados; sin prestar ni siquiera atención a lo que estamos comiendo y mucho menos a los que nos rodean.
O se suele quedar hipnotizados mirando alguna pantalla.
Comer juntos es muy importante, así lo explicaba claramente el Papa Francisco:
Esto es porque cuando compartimos la mesa compartimos mucho más que los alimentos: compartimos una charla, una opinión; es escuchar al otro, es una escuela donde se cultiva el respeto; también es donde se enseña a establecer rutinas, el orden; es en donde se crean hábitos alimentarios saludables; y es alegría, es encuentro, es poner la mirada en el otro.
El momento de sentarnos a la mesa a comer en familia es como decía el sacerdote jesuita Chileno José Aldunate: “Es una especie de retiro espiritual de la familia”.
Es por ello que es necesario que los padres defiendan desde la infancia de sus hijos este tiempo de encuentro, de escucha, donde nacen también gustos y tradiciones familiares.
Seguramente a más de uno le haya pasado alguna vez, ya de adultos, pedir comer alguno de nuestros platos favoritos cuando nuestros padres nos invitan a su casa. Pues sí, y es que nos invade por un momento la nostalgia de aquellos exquisitos platos que comíamos cuando estábamos juntos.
A mí por ejemplo me viene a la memoria cómo comíamos, entre risas, y charlas, una sabrosísimas empanadas de carne caseras hechas por mi abuela junto a una deliciosa sopa de vegetales. Son recuerdos imborrables.
Siendo así que estas instancias ayudan a fomentar desde la infancia hábitos alimentarios saludables, algo que nos beneficiará a lo largo de la vida para mantener una buena salud.
Cuando este hábito de comer juntos no se tiene en la familia, se puede buscar la manera de comenzar a implementarlo y comprobar sus beneficios.
Si bien transformar nuestra mesa familiar no es algo que podamos hacer de un día para el otro, porque es un proceso que lleva su tiempo; y requiere de paciencia, constancia y fe. Lo que sí podemos hacer en cualquier momento es tomar la decisión de comenzar con el cambio junto a la familia poco a poco.
Francisco nos dice cuál es la verdadera importancia de comer juntos y nos invita a transformar nuestra mesa familiar: “compartir los alimentos –y por lo tanto, además de los alimentos, también los afectos, los eventos…– es una experiencia fundamental” Audiencia General del 11 de noviembre de 2015.