Mi esposo es irascible, y ante lo que lo conflictúa, avienta cosas, insulta y termina siempre imponiéndose por el temor, amenazando de diferentes formas, y siempre, con abandonarnos. Al final quedo deshecha levantando los platos rotos —explicaba en consulta una joven mujer.
—Al principio eran solo discusiones, y llegó el momento en que comenzó con amargas ironías, a gesticular, usar palabrotas, hasta que llego el primer golpe, desde entonces ya no le comunico nada, por temor.
Me avergüenza que mis hijos se den cuenta de mi sumisión, de que callo las cosas. En ocasiones por tratarse de ellos, hago pequeños intentos de comentar algo con él, y según observo su reacción, pienso si es prudente o no continuar hablando del asunto.
Por lo general termino callando y dándome la vuelta, para evitar la tormenta.
Me da mucha tristeza que amigos y parientes comenten que nuestro matrimonio funciona muy bien, solo porque no ven que discutimos o nos conflictuamos… Pero ignoran el precio.
Recuerdo con amargura, que pensaba que una vez casada retomaría mis estudios y proyectos. Me veía feliz y haciendo planes, contando con mi carácter alegre y positivo, ahora no hay nada de eso, y me siento ultrajada y utilizada.
Ahora, para mí lo peor es por lo que pasan mis hijos.
Hubo un tiempo en que considere que era mi deber soportarlo, hasta que crecieran, pero ellos están aprendiendo a ver la vida con temor; y, pienso que el precio que están pagando por un apoyo material tan condicionado, es muy alto.
Bajas calificaciones, retraídos, tímidos, inseguros, y a veces también con explosiones de violencia, que no son explicables.
El mayor de solo catorce años, no solo no dice la verdad a su padre, sino que le oculta sus calificaciones; y entre otras cosas, sus escapadas con sus amigos que ya toman y fuman, por lo que tengo un gran temor al fantasma de las adicciones.
¿Qué me dice de ello?
– Bueno, ciertamente un niño miedoso va perdiendo contra la vida, pues la confianza es el estado natural en que la personalidad se desarrolla y expande, por lo que resulta imprescindible. Es decir, el estado natural del hombre para crecer y desarrollarse, es la natural espontaneidad, sin miedo y sin vergüenzas. Esto solo acontece cuando se experimenta que es amado.
Es así, porque las actitudes de temor deterioran la hechura de la personalidad humana, y, en ocasiones, de forma irreversible.
A propósito… ¿Qué siente por su esposo? – pregunte directamente.
– Ya no se responder a eso, y he pensado dejarlo, solo que me siento esclavizada, pues sé que me buscará y no me dejará en paz, y temo lo peor – fue su penosa respuesta.
Lo absurdo, es que me he dicho que duda de mi fidelidad y sospecha de mi posible abandono, aun cuando de eso, no le he dicho nunca nada a nadie.
¿Qué puedo y debo hacer?
– Sucede que, cuando una enfermedad es grave y avanzada, requiere de un tratamiento eficazmente fuerte, y es con este ejemplo, que le explicare que existe una salida que debe considerar desde su libertad, en cuatro aspectos:
Tras haber sido golpeada fuertemente una vez más, mi consultante se decidió por la separación y pedir ayuda legal, obteniendo la protección de una demanda judicial por lesiones. Recibió ayuda psicológica por atención post traumática por violencia, y se acogió con pariente que viven en otra ciudad, que le han ofrecido el apoyo necesario para que ella y los hijos, salgan adelante.
Actualmente trabaja y estudia, mientras cede el eclipse de su personalidad.
Dios ha querido que el hombre sea libre.
Precisamente, por eso, no se puede consentir que una persona se subordine contra su propia voluntad, como mero medio al servicio de los fines de otro. Este modo de proceder atenta contra la dignidad humana. – Pedro Juan Viladrich.
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