Me gusta recorrer en el rosario los misterios de mi vida. Porque mi historia, reciente y lejana, está llena de misterios.
Los misterios son esos momentos en los que Dios se hace presente en mi camino, en mi vida, revelándome sus deseos, sus sueños, su amor hacia mí.
Son esos momentos sagrados en los que en medio de la noche rompe la luz de la esperanza que brota de su corazón de Padre, del corazón de María.
En esos momentos duros comprendo que la cruz bendice el mundo aunque no lo entienda, sigo buscando respuestas, sabiendo que no vendrán. Pero comprendo que sólo Dios sabe lo está pasando en la oscuridad que vivo cuando sufro.
Recorro también esos misterios alegres, momentos llenos de luz en los que el cielo se hace presente en medio de la tierra. ¡Cómo olvidarlos si en ellos toqué la piel de Dios en piel humana! Momentos de Tabor donde el misterio se me revela y veo a Dios sonriéndome.
Acaricio en las cuentas también esos instantes en los que las decisiones tomadas se hacen vida. Misterios sagrados en los que comprendo que Dios pasa de forma silenciosa en medio de mis dificultades, en medio de mis cruces y alegrías y me muestra el camino a seguir, a veces con dudas.
Acaricio también esos misterios de esperanza en medio de este mundo tan desesperanzado.
La verdad es que recorrer los misterios de mi vida me confronta con el Dios de mi camino. Él va caminando conmigo siempre y va tejiendo un tapiz, una obra de arte. Él y yo los dos en el mismo camino, en la misma barca.
Por eso me gusta acariciar las cuentas del rosario alabando a Dios y alegrándome con María. Sin ellos mi vida se queda vacía y el camino deja de contar con su presencia.
Al repetir esas alabanzas cadenciosas del rosario el alma se llena de gratitud y brota súbitamente el silencio.
¡Cuánto me cuesta callar para poder tocar a Dios en el silencio! No sé bien cómo sucede, pero acariciando las cuentas de mi rosario, Dios me acaba susurrando no sé bien que cosas. Quizás no son muchas, sólo las importantes.
Me dice que me quiere, que me ha elegido, que en cada cosa que me pasa Él está conmigo y no me va a dejar nunca.
Y así me lleno de alegría, de una paz inmensa mientras acaricio las cuentas de mi rosario. No pienso en nada, no lo necesito. No busco soluciones ni espero sabias respuestas. Y no quiero solucionar mis dudas ni pretendo tenerlo todo claro.
Sólo sé que en ese silencio con Dios recupero la paz y me quedo tranquilo. Dios sabe mejor lo que me conviene más allá de las peticiones concretas que le grito al oído.
Sabe lo que necesito y sufre conmigo en todo lo que me pasa, mientras desgrano las cuentas de mi rosario.
Lo único que me promete es que estará conmigo cada día, ya sea malo o bueno, soleado o lleno de nubes. Camina a mi lado sin soltarme la mano, así como yo mismo no suelto las cuentas de mi rosario.
Y entonces percibo su mano en la mía y me tranquilizo. Seguiré sin tenerlo todo claro, pero al menos se me habrá colado en el alma la paz al pensar en esos misterios de mi historia, en todo lo que ha pasado en mi vida.
Son esos momentos sagrados en los que Dios sale a mi encuentro para decirme que me ama.
Por eso me gusta caminar mientras acaricio las cuentas de mi rosario. Y le doy gracias a Dios por ser peregrino y por ser capaz no sé bien cómo de echar raíces en esa tierra que piso.
Rezar el rosario con María, en su corazón de Madre, calma mi sed, sacia mi hambre y me da una luz para la vida cuando me desanimo y pierdo la esperanza. Renuevo mi alianza de amor con Ella y la vuelvo a elegir.
Sin Ella estaría perdido. Ella sostiene mis pasos, levanta mi mirada y me hace confiar dejando a un lado mis miedos.
Camino y paso las cuentas de mi rosario. Y renuevo mi sí, me alegro por ese Dios que camina conmigo. Y no dejo de esperar su abrazo cada día.
Esa presencia de María en mi camino me va haciendo más dócil a Dios. Va despertando en mi corazón del deseo de entregarme totalmente a sus planes.
Decía el P. Kentenich: «La palabra entrega total. ¿Qué significa? Es la disponibilidad del corazón para consentir a Dios, incluso atendiendo a sus más mínimos deseos».
Para que ello sea posible es necesario aprender a confiar en el silencio de mi oración, en ese diálogo callado con Dios mientras camino.
En ese encuentro personal con María cuando recorro mi vida y Ella va cambiándome por dentro y me va haciendo dócil a los más leves deseos de Dios.
Creo que a veces me puedo enamorar de ciertos ideales que me encienden, de proyectos que despiertan mi deseo de cambiar el mundo.
Puede fascinarme esa gran misión que se abre ante mis ojos, pero mientras no esté profundamente enamorados de Dios, de un Dios personal, todo será muy frágil.
Si la oración no me ata a Dios en lo más íntimo mis propósitos y elecciones no serán tan firmes. Es el amor a la persona lo que me cambia por dentro. Al amor a Jesús hombre, a María hecha carne en mi vida.
Es ese amor único que Dios me hace recordar cada vez que recorro como un niño los misterios de mi vida. Y así me enciendo en ese amor siempre de nuevo. Un amor cálido y profundo, un amor que me transforma por dentro para siempre. Un amor personal que me salva.