Durante siglos, una de las principales reivindicaciones de las mujeres fue el acceso a la educación. En el siglo XVIII, con la llegada de la Ilustración, damas de la alta sociedad principalmente recibieron una buena formación intelectual y llegaron a ser importantes ejemplos de erudición. Mujeres que aprovecharon la oportunidad gracias a haber nacido en alta cuna y no la desaprovecharon.
En la España Ilustrada fueron muchos los ejemplos que nos han llegado aunque de la gran mayoría de ellas apenas se conocen cuatro pinceladas de su vida y de su obra. Algo común en muchas de ellas, su defensa del catolicismo ilustrado. Algunas incluso llegaron más lejos y abrazaron la vida religiosa.
Ese fue el caso de María Pascuala Caro Sureda, hija de una de las familias más prestigiosas de Palma de Mallorca del siglo XVIII.
Nació el 17 de julio de 1768. Su padre, Pere Caro Fontes, era el segundo marqués de La Romana y su madre, Margalida Sureda de Togores, pertenecía también a la aristocracia ilustrada de la isla.
Rodeada de hermanas y hermanos, en un ambiente erudito y católico, María Pascuala fue realmente una mujer privilegiada en su tiempo.
Sus hermanos pudieron formarse en la universidad pero ella y su hermana no, por su condición de mujer. A pesar de las limitaciones externas, su madre hizo todo lo posible para que ambas pudieran aprender en casa y recibir una educación lo más parecida a la de sus hermanos, quienes también colaboraron en la tarea compartiendo sus conocimientos con ellas.
María Pascuala debió enfocar sus intereses intelectuales a las ciencias puesto que en 1781 aparecía en Valencia un libro suyo titulado Ensayo de Historia, Física y Matemáticas. Se había doctorado en filosofía y la nombraron en 1779 Académica de Mérito de la Academia de San Carlos de Valencia. Todo esto cuando aún era una niña de apenas doce años.
Con esa edad, María Pascuala se presentó ante el tribunal universitario de Valencia para defender su obra científica. Un libro que no solo dejaría perplejo a dicho tribunal, sino que era de tal valía que llegó a ser utilizado por los estudiantes de su tiempo.
Este tipo de exámenes públicos se realizarían en aquellos años a algunas mujeres excepcionales para mostrar públicamente sus conocimientos. Tal fue el caso, además de María Pascuala Caro, de María Rosario Cepeda o María Isidra de Guzmán.
La juventud de María debió pasarla estudiando, dedicando buena parte de su vida a la investigación. Pero al cumplir los veintiuno, la encontramos abandonando el mundo e ingresando en el convento de dominicas de Santa Catalina de Siena situado en Palma de Mallorca.
Era el año 1789 y, desde entonces hasta su muerte, el 12 de diciembre de 1827, se centró en la oración y en el buen funcionamiento del convento del que llegó a ser priora.
Aquellos años de vida conventual, María Pascuala Caro continuó escribiendo pero esta vez dos obras que permanecen manuscritas, Novenas del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y Poesías místicas.
María Pascuala Caro, como las otras ilustradas, fueron casos excepcionales, pero demostraron que las mujeres eran tan capaces como los hombres de desarrollar su intelecto. Solo necesitaban tener acceso al conocimiento. Estas mujeres fueron un ejemplo para futuras generaciones.