Irene Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), único escritor que ha obtenido el Premio Renaudot a título póstumo, en 2004, por su novela inacabada Suite francesa que ha conocido también una adaptación al cine.
Su familia se instala en París huyendo de la revolución comunista (1917). Su primera obra (David Golder, 1929) le otorgó cierta notoriedad y muy pronto (1930) se hicieron adaptaciones para el teatro y el cine. También en 1929 publica El baile en Les Œuvres libres bajo el pseudónimo de Pierre Nerey y con su nombre en 1930, ya célebre gracias a su David Golder.
De familia judía, en 1939 recibe el bautismo junto a su marido y sus dos hijas en la abadía Sainte-Marie de Paris, lo cual no evitó que fuese internada en Auschwitz donde murió.
Igual suerte corrió su marido; sus hijas sobrevivieron y conservaron sus manuscritos. Asistimos actualmente a un justo redescubrimiento de esta autora.
Vamos a referirnos a su segunda obra, El baile. Se trata de un relato ágil, breve, que se desarrolla en pequeños capítulos. La historia, como indica el título, tiene que ver con un baile.
Se trata del baile que van a organizar los Kampf, unos nuevos ricos. La perspectiva dominante es la de Antoinette, la hija de la familia, una chica de catorce años, una adolescente. Con esos elementos, Irene Némirovsky construye una narración fantástica.
Un baile es una celebración, una ocasión de disfrutar, de mostrarse y encontrar amigos y admiradores. Pero caben otras perspectivas: es también un negocio y medio de influjo social: no tanto para mostrarse personalmente cuanto de exhibir el poder económico y social…
La autora nos presenta a los personajes. No es difícil comprender que la visión del baile de la adolescente no es la misma que la de sus padres. Y ahí tenemos un aspecto importante sobre el que girará el relato.
La chica «era una jovencita alta y plana de catorce años […], senos que ya pujaban bajo el estrecho vestido de colegiala, incomodando al cuerpo endeble, aún infantil; pies grandes y dos largos caños rematados en manos rojas, de dedos manchados de tinta, que un día tal vez se convertirían en los brazos más bellos del mundo; nuca frágil y cabellos cortos, sin color, secos y finos…» y, como no puede faltar en una adolescente, tenía unos modales que desesperaban a sus padres y educadores. Y ella les corresponde: «a veces odiaba tanto a las personas mayores que querría matarlas, desfigurarlas, o bien gritar».
Se anuncia el baile. ¿Asistirá Antoinette? Ella piensa que sí: Tiene la edad exacta de Julieta, como sabe Romeo. Sus padres ¡inconcebiblemente! la consideran una niña y ella implora: «¡Te lo suplico, mamá, te lo suplico! Tengo catorce años, mamá, ya no soy una niña…».
En ese contexto tiene lugar un acto trivial motivado por una rabieta infantil que sólo el lector conoce. A partir de ahí los personajes siguen realizando haciendo sus planes, organizando, soñando… pero el lector ya prevé el desenlace y contempla con el corazón encogido los pasos que les encaminan al precipicio, ve los anhelos que ya son imposibles.
El lector sabe pero los personajes no y por eso viven con tintes trágicos lo que no entienden, lo que no puede ser real pero está ocurriendo ante sus narices: «ha ocurrido algo, un accidente, un malentendido, una confusión […], ¡yo qué sé! […]- repitió con desesperación».
Y así es la naturaleza humana: había unas expectativas y no se cumplen. ¿Por qué?, ¿Por qué no han salido bien las cosas? ¿Dónde está el fallo? ¿Quién es el culpable? Y también la vivencia de la desgracia.
Pero, lo hemos dicho antes, cada uno tiene su perspectiva. Lo que era el anhelo y la felicidad desde un punto de vista, apenas es nada visto desde otros personajes. Por eso, Antoinette ve sufrir a los adultos y se asombra al ver que «las personas mayores también sufrían por cosas fútiles y pasajeras».
Irene Némirovsky es, en definitiva, una autora para descubrir. Quienes tengan reparos ante las más de 500 páginas de Suite francesa, pueden empezar a explorar El baile o cualquiera de sus relatos breves.