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Aquilino Duque, la asombrada alegría de estar vivo

AQUILINO DUQUE
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Vidal Arranz - publicado el 24/09/21
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El poeta sevillano, recientemente fallecido, era hondamente religioso y dos de sus hijas son monjas

Muchas han sido las voces que han celebrado en los últimos días a Aquilino Duque, uno de los escritores más relevantes, y más sinceramente religiosos, del panorama literario español, fallecido recientemente, a los 90 años. 

Ha habido coincidencia en resaltar su vigor literario, y su ideario conservador, que le convirtió en un outsider, o más bien un marginado de las letras españolas. También su talante vital abierto y liberal, que le permitió ser amigo de Rafael Alberti o Francisco Umbral, más allá de sus diferencias políticas.

No han faltado quienes han valorado también su condición de hombre esencialmente feliz. No tontamente feliz, ni frívolamente feliz, sino poseedor de esa felicidad que otorga la gratitud, y que él mismo describió como "la asombrada alegría de estar vivo".

Algo menos se ha destacado, sin embargo, su condición de hombre profundamente religioso, con una religiosidad implícita, pero también explícita, que salpica sus versos y explica su actitud vital. 

Una religiosidad testimoniada sin ambigüedades, algo de lo que es buen indicio el hecho de que dos de sus hijas profesen como monjas de la congregación de las Hijas del Amor Misericordioso. 

"En todos sus ensayos muestra Aquilino Duque una visión muy ortodoxa y piadosa, una fe profundísima y sin resquicios", asegura el también poeta Enrique García-Máiquez. 

Fe de la que da también abundantes muestras en su obra poética. En De la existencia de Dios proclama, contundente: "Naturalmente, existe Dios". Pero es un Dios que juega con los hombres, bondadoso, para alentarlos, como una madre. 

Y es, asimismo, una fe compatible con el error y el dolor, como acredita su poema Realidades, en el que, pese a todas las flaquezas humanas, apuesta por la fe, la esperanza y el amor. 

"No es posible que todo salga bien / La vida es lucha y el pasado un cuento / contado por un tonto. / Uno acierta una vez de cada cien / y no por ser más rápido o más lento / se sale antes o se llega pronto", arranca el poema de Aquilino Duque.

Y continúa Realidades:

Una aceptación que le llevaba también a apreciar el valor del sufrimiento: "Tú que le huyes al dolor, escucha: / es preciso llorar de cuando en cuando; / es preciso regar el corazón / para que no se seque, como un árbol", afirma en Lo necesario.

La vida le colocó, por sus propias convicciones y creencias, en el lado de los perdedores culturales, de modo que tuvo Aquilino Duque muchas oportunidades para llevar a la práctica el espíritu deportivo de que da fe en su poema. Y, si hemos de creer a quienes le trataron de cerca, lo acreditó plenamente.

Su talante liberal partía de una idea de tolerancia que aceptaba al otro tal y como era, y renunciaba a pretender cambiarlo. 

De este modo resumía su posición ante la ‘memoria histórica’: "Yo no pretendo que el otro renuncie a lo que es, pero tampoco consiento que el otro me obligue a mí a renunciar a lo que soy, y la reconciliación consiste en que nos entendamos y nos comprendamos sin dejar de ser lo que somos".

"La provocación iba a por fuera y la emoción por dentro", opina García-Máiquez, quien resalta "la elegancia clásica de su poesía más íntima y serena", una labor lírica que ha cautivado incluso a escritores situados en sus antípodas ideológicas. 

De igual modo que él no tenía reparos en mostrar su admiración por poetas como Antonio Machado, Miguel Hernández, Claudio Rodríguez o el mismísimo Alberti, de quien fue buen amigo.

Era elegante y era un caballero a la vieja usanza, un "caballero de antaño" de los que hubieran podido batirse en duelo. 

Buen ejemplo es la anécdota que cuenta el periodista Antonio Avendaño de un acto social en el que Aquilino Duque no pudo menos que reprocharle al conocido periodista Antonio Burgos su ambigüedad.

"Antonio, veo que le pones una vela a Dios y otra al Diablo", recuerdan los testigos que le dijo. Burgos se defendió con una réplica ácida que Duque consideró ofensiva y "como el caballero a la antigua que era, le asesto una doble bofetada que dejó paralizado al periodista", relata Avendaño.

Aunque tocó casi todos los géneros literarios (novela, ensayo, memorias, autor de guías de viajes, guías de naturaleza, traducción…) Aquilino Duque se consideraba sobre todo poeta y afirmaba: "De la poesía vengo y a la poesía voy".

Esa faceta lírica le granjeó premios como el Leopoldo Panero y el Fastenrath, mientras que con su primera novela, ‘El mono azul’, logró el Premio Nacional de Literatura. Su faceta como escritor de relatos breves fue recompensada con el Washington Irving de cuentos. 

Fue, además, traductor de Anna Ajmatova, Isak Dinesen, Osip Mandelstam, Robert Louis Stevenson o Thomas Mann. Podía hacerlo por su dominio de los idiomas: se manejaba bien en ruso, portugués, alemán, francés, inglés o italiano.

En su faceta lírica practicó con generosidad el género del villancico, que reunió en su obra Doce días de año en año. Pero su obra está plagada también de evocaciones de la Semana Santa.

Porque un madero y unos clavos dicen / que nadie es libre de morir su muerte", asegura en El cachorro en el puente’.

Y en Jueves Santo:

Su visión metafísica es, al mismo tiempo, sensual, y está pegada al valor de lo que existe; no concibe el cielo como una fuga. Así se ve, por ejemplo, en El desencanto de Leopoldo Panero: "El pan, los ojos, la verdad, los besos / la certidumbre de llegar un día / a verle a Dios la cara. Junto a eso / ¿qué vale todo lo demás?".

En La vita e bella coincide también ese anhelo del más allá que no desprecia el más acá, hasta el punto de afirmar; "¡Y la vida es tan bella! Ya que no la he perdido, / haz que ese cielo prometido / en el que puse mi esperanza / sea su imagen fiel y semejanza".

En 498 mártires evoca a un grupo de religiosos asesinados en la Guerra Civil y beatificados, y usa imágenes bíblicas para interpretar aquel dolor histórico.

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