Entre los siete sacramentos de la Iglesia católica hay uno destinado de manera especial a quien vive una grave enfermedad o está por morir: la Unción de los enfermos.
En su vida terrenal Jesús realizó muchas curaciones milagrosas. No solo perdonaba también los pecados: sanó a toda la persona humana, cuerpo y alma.
Las curaciones del cuerpo eran signo de una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte a través de Su cruz y resurrección.
Desde entonces, el sufrimiento y la enfermedad asumieron un nuevo significado, se volvieron instrumento de unión con Él y de colaboración con Su obra de redención.
Jesús enseñó a los apóstoles Su misma predilección y cuidado por los enfermos y los que sufren y los volvió partícipes de Su misión sanadora.
La Iglesia sigue la misión de Jesús tanto a través del cuidado como de la oración de intercesión y el sacramento de la Unción de los enfermos.
Desde sus orígenes han habido testimonios de un rito específico para los enfermos.
La Iglesia todavía hoy celebra de manera similar la Unción de los enfermos.
Solo un sacerdote puede administrar este sacramento: impone las manos al enfermo en peligro, reza sobre él y lo unge en la frente y en las manos con el óleo sagrado.
El sacramento se puede repetir si la enfermedad empeora.
Si un enfermo sana, puede recibir nuevamente este sacramento en caso de otra enfermedad grave.
La condición esencial para recibir este sacramento es estar en peligro de muerte por ejemplo también en caso de una cirugía de riesgo.
No es necesario estar al borde de la muerte: la Iglesia aconseja recibir este sacramento posiblemente cuando la persona todavía está en su sano juicio y con esperanzas de vida para poder participar más plenamente de sus beneficios.
En el sacramento, el Espíritu da consuelo, paz y valentía para enfrentar el último tramo de la vida, renueva nuestra fe y nos fortalece contra las tentaciones del maligno, como el desánimo y la angustia frente a la muerte.
El enfermo recibe la fuerza de unirse a la pasión de Cristo y ofrecer su sufrimiento por el bien del pueblo de Dios: la Iglesia intercede por el enfermo y el enfermo contribuye a la santificación de la Iglesia.
Si el enfermo no está plenamente consciente es posible administrar el sacramento si la persona "no rechaza a sabiendas" el regalo de la gracia.
Es lo que sucede en el Bautismo de los niños. Después del Bautismo y la Confirmación, la Unción de los enfermos es la última unción de nuestra vida cristiana y nos prepara para enfrentar las últimas batallas antes de entrar en la Casa del Padre.
También por esto, la Iglesia ofrece a quien está por dejar esta vida la Eucaristía, como viático para la vida eterna.
Lo que la Iglesia propone no es un rito mágico de sanación sino el consuelo y la certeza de la cercanía de Jesús: