Los argentinos lo hicieron tras la suspensión por la pandemia de la edición 2020 de la tradicional peregrinación que une el Santuario de San Cayetano en Liniers, u otros puntos de origen a lo largo del camino, con la Basílica de Luján.
Pese a que hubo escasa difusión con respecto a otros años, y múltiples invitaciones de parte de los organizadores a ser creativos en la modalidad, caminando menos kilómetros para no saturar los puntos de atención sanitaria, que serían menos, procurando que solo peregrinen aquellos que hayan recibido vacunas y convocando a transporte privado para el regreso tras la caminata, la concurrencia se situó en torno al 70% de lo que ocurría los años previos a la pandemia, según estimamos con habituales servidores a lo largo del camino.
Con barbijos que iban y venían, pero con visible sentido de responsabilidad, los peregrinos salieron al camino. Cada peregrino de los 60 kilómetros, más menos, llevaba consigo algo para María. Estaba quien peregrinaba con las cenizas de su pariente fallecido por COVID en brazos, custodiadas en una urna que revelaba el origen del cinerario en Burzaco, y hasta la famosa conductora de televisión, modelo habituada a las grandes marcas de ropa, que probó en los momentos de llovizna, por suerte pocos, la indumentaria popular más eficiente en casos de lluvia: las bolsas de consorcio. “¿Esa es Pampita?”…Sí… Dolor y gratitud por igual, independientemente de la clase social, todo a los pies de María el peregrino lleva.
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La peregrinación, aunque masiva, aunque colectiva, aunque desde el drone parezca una misma masa, es siempre especial para cada peregrino. Estaba la madre del niño que busca fondos para operarse en el exterior arribando de rodillas al santuario y el joven adulto de ya treinta y largos que todavía no entiende como el año pasado en su vida no estuvo este camino en el que gasta las cuentas del rosario una y otra vez. Mucho en cada relato de gratitud de la familia por haber superado el COVID, la gratitud de la otra por no haberse contagiado, pero también la oración porque definitivamente, pese a la aparente merma de casos, todo se acabe.
También estaban los médicos y las enfermeras que extrañaban servir a la vera del camino tanto como el cura y el obispo que padecían la misma necesidad de bendecir, alentar, y también ayudar con el sacramento de la penitencia a los peregrinos. La sonrisa se traslucía detrás de los tapabocas por volver a servir, a ser samaritano. Lo mismo en las comunidades parroquiales que volvieron a hacer sándwiches para alimentar a los peregrinos. Se extrañaba el servicio…
Poco impacto real tuvo para el camino la difusión de imágenes circuladas en las redes de políticos en campaña cercanos circunstancialmente al camino de fe, incluso algunos que hasta en ocasiones tratan a los católicos de medievales. La peregrinación, más allá de los mensajes políticos, es un camino de fe. Fieles peregrinos y fieles servidores necesitaban editar nuevamente la experiencia de religiosidad popular más importante de Buenos Aires.
Como dijo el cardenal Mario Poli en la Eucaristía central de la mañana del domingo, con los últimos grupos de peregrinos, repitiendo palabras del Papa “cada vez que se encuentra con una multitud”:
“Dios y la Virgen nos aman profundamente, somos inmensamente amados por Dios. Y, para mí, la renovación de la peregrinación este año es una muestra de cuánto nos ama Dios”.