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Momento presente y eternidad: ¿cómo encontrar el equilibrio?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 04/10/21
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La clave es peregrinar, caminar paso a paso con una meta y encontrar un abrazo que me da fuerzas mientras espero

La Virgen, mi Madre peregrina, me enseñó a amar mi camino, a valorar el momento que pisan mis pies.

Me enseñó a echar raíces en la tierra que recorro y habito al mismo tiempo. Cada paso que doy tiene un sentido y merece la pena.

Cada etapa está llena de recuerdos y de vida. Siempre rumbo a la meta, ese final del camino. Pero a la vez siento que esa meta también es pasajera.

El cielo sigue siendo la meta final de todas mis metas, el descanso final de todos mis caminos.

Mientras tanto vivo aprendiendo a amar el camino en el que echo raíces mientras doy mis pasos.

Amo su inseguridad vital, su incertidumbre, su inconsistencia, su temporalidad. Sus nubes y sus noches, sus lágrimas y sus risas. Amo el calor y el frío, el sol y la luna.

No me importa el esfuerzo que adquiere un sentido al sentir las estrellas marcando caminos imposibles, indescifrables.

Amo esta vida que responde a todo lo que yo espero. Me alegra el alma ser peregrino, siempre buscando, siempre con preguntas abiertas.

Tengo claro que mis preguntas son las que me definen, no tanto las respuestas heredadas, o las aprendidas por la voz de otros.

Me emociona ponerme en camino cada mañana, abriendo la puerta del alma y llegando como peregrino al santuario.

Me pesa la espalda y el corazón se enciende. Como si los pasos por dar fueran mi alimento necesario para vivir de verdad y apagar los temores.

No tengo miedo de la soledad, ni de los silencios que ahogan mis palabras.

No me incomodan las canciones que repito muy quedo, dentro de mi alma, al contrario, me alegran.

Dibujo ante mí esa meta posible y diaria, mi santuario, el rostro de mi Madre que me espera cada día allí con la puerta abierta.

Ella está aguardando mi llegada al final del camino. Y al mismo tiempo está aquí, en medio de mis pasos sosteniendo mi ánimo y dándome esperanza.

Es la paradoja que encierra esta vida: Dios es el final y el comienzo de todo lo que hago y vivo.

Es el camino y el cielo que lo cubre. El sol y las nubes que no me dejan ver la claridad de la meta.

Dios es el fuego que me da calor y la brisa suave que refresca el bochorno del camino. Dios es ese lugar de descanso en el que recuperar las fuerzas y la fatiga que amenaza con quitarme el aire que necesito, es tan fuerte el cansancio.

Soy peregrino, me gusta el sabor del camino, el olor de los pasos, la textura de la arena donde dejo mis huellas.

No es una misión peregrinar, es el sentido de todo lo que hago, es más bien una forma de vida.

Cada día despierto y vuelvo a dejarlo todo atrás poniéndome en camino. No llego a la meta y en parte ya llego cuando doy un paso.

Cada vez que entro en el santuario vuelve a comenzar mi búsqueda. Allí descanso, encuentro mi hogar, mi seguridad, mi tierra.

María me cambia por dentro, no sé cómo lo hace. Y entonces me envía de nuevo a la vida, al camino.

Ya no soy el mismo, soy más de Dios, más niño, más dócil y así salgo de nuevo a la vida.

Siento que alcanzo el final cada vez y al mismo tiempo estoy muy lejos.

Hago realidad mis sueños y todavía acaricio los sueños que se siguen dibujando dentro de mi alma, nacen de nuevo.

Espero el encuentro final cuando al final llegue, mientras sigo caminando. No tengo prisa por llegar, la vida es larga. El camino continúa, no sé por cuánto tiempo, toda una vida.

Por muchas veces que llegue al santuario, sigue siendo eterna la llegada y también la partida.

No me importa, soy peregrino de tierras lejanas. Y llevo en el alma el cielo espejado. Como una pintura que me recuerda para qué he nacido y para qué vivo.

Todo merece la pena. Cada parada en el camino vale oro. Y cada persona peregrina que encuentro entre mis pasos.

No hay prisa para el peregrino que llega una y otra vez a la meta para volver de nuevo al camino.

El tiempo es un don y la vida un camino que merece la pena recorrerse con paso tranquilo y seguro.

Ser peregrino les da paz a mis pasos y despierta mis sonrisas. Y entiendo que todo tiene un sentido, aun sin entenderlo.

HIKER MAN

Peregrino de nuevo al santuario, no para encontrar respuestas, sino para avivar las preguntas y que me den vida.

Se enciende el fuego en mi alma en un abrazo a María. Ella me ama y me lo dice y yo lo necesito, para seguir creyendo.

Quiero aprender a formular la pregunta correcta delante de Dios, ahí está el sentido del camino.

¿Y la meta que María desvela ante mis ojos? Se trata de caminar siempre más alto, más arriba, más lejos, llegar a las estrellas.

Y anunciar la paz y la alegría, la esperanza de los creen en el cielo y sus estrellas.

WDZIĘCZNOŚĆ

No dejo de confiar en que salir siempre de nuevo le da sentido a todo lo que vivo. Salir y llegar al santuario. Salir y encontrarme con los hombres en el camino.

En cada etapa del camino echo mis raíces. Es mi tierra, mi terruño.

Ser peregrino es vivir con preguntas abiertas lanzadas al viento. Miro ese mar ante mis ojos que dibuja senderos ocultos que llevan al cielo.

Aprendo a vivir en presente y esa actitud sagrada es la que salva mi camino y el de muchos.

Vuelvo a salir de mi casa, comienzo mi camino, llego al santuario, sigue mi camino. Ser peregrino es lo que me salva.

Siempre más alto, más arriba, más cerca de Dios, donde María me abraza. En eso confío. Ir y volver. Salir y llegar. Y encontrarme con los hombres, una familia.

El santuario es mi meta y parte de mi camino. Me hago más del cielo habitando la tierra y echando raíces toco las estrellas.

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