Alexandrina Maria da Costa nació en Balazar, Portugal, en 1904. Su padre abandonó a su familia cuando ella era muy joven, dejando a su esposa y sus dos hijas, Deolinda y Alexandrina, en la indigencia.
En consecuencia, Alexandrina, que solo había asistido a la escuela durante 18 meses, se vio obligada a empezar a trabajar.
La joven tenía una fuerza inusual y podía trabajar muchas horas haciendo pesadas faenas agrícolas. Tenía 9 años cuando empezó a trabajar en el campo.
Alexandrina contrajo una infección grave cuando tenía 12 años. Casi muere, pero sobrevivió.
Los efectos de la enfermedad dejaron su huella y la joven sufría mucho todos los días. Aunque tenía constantes dolores, continuó trabajando en el campo.
Cuando se convirtió en una adolescente, comenzó a trabajar como costurera junto a su hermana.
Intento de violación
Las cosas cambiaron rápidamente para Alexandrina. Era Sábado Santo de 1918, y Satanás estaba haciendo todo lo posible para destruir la Semana Santa para tanta gente como pudiera.
Alexandrina, Deolinda y una aprendiz de costurera estaban trabajando juntas cuando tres hombres irrumpieron en la casa. Estaban decididos a violar a las tres jóvenes.
Alexandrina, mirando fijamente a los rostros malvados, se negó a ser abordada. Se las arregló para saltar desde una ventana. La distancia hacia abajo era de casi 14 pies.
Las heridas de Alexandrina fueron graves. Estaba paralizada y los médicos describieron su condición como irreversible. También dijeron que seguiría deteriorándose.
Sin embargo, Alexandrina, llena de fe, logró arrastrarse a la iglesia. Aunque encorvada por sus heridas, permaneció en oración durante horas.
Parálisis y dolores
Su condición siguió empeorando y finalmente se quedó inmóvil. A la edad de 21 años, estaba permanentemente postrada en la cama y paralizada.
Alexandrina tenía una gran devoción por la Santísima Madre y rezaba una y otra vez por una cura milagrosa.
Prometió regalar todas sus posesiones, cortarse el cabello y vestirse de negro el resto de su vida si se curaba. Eso no fue así, pero Dios respondió a sus oraciones, aunque de otra manera.
Lentamente, pero con seguridad, Alexandrina comenzó a comprender que su sufrimiento era una vocación real y que había sido llamada a ser “víctima” de Jesús. Ella dijo:
Nuestra Señora me ha dado una gracia aún mayor: primero, el abandono; luego, completa conformidad con la voluntad de Dios; finalmente, la sed de sufrimiento.
Dios derramó sus gracias sobre Alejandrina, y la joven paralítica comenzó a anhelar una vida de unión con Jesús.
Ahora entendía que para hacer esto tendría que soportar su condición debilitante por amor a Él. Este fue el punto en el que Alexandrina se ofreció a Dios como un "alma víctima".
A partir del 3 de octubre de 1938 y hasta el 24 de marzo de 1942, todos los viernes, Alexandrina literalmente “viviría” la pasión de tres horas de Jesús.
Su parálisis parece que se lo dejaba hacer, y volvería a vivir el Vía Crucis experimentando un dolor físico y espiritual abrumador.
Viviendo de la Eucaristía
El papa san Juan Pablo II habló así de ella en su beatificación:
“El 27 de marzo de 1942 comenzó una nueva etapa para Alejandrina que continuaría durante 13 años y siete meses hasta su muerte.
No recibió alimento de ningún tipo, excepto la Sagrada Eucaristía. En un momento llegó a pesar apenas 33 kilos (aproximadamente 73 libras). ...
Jesús mismo le habló un día: 'Rara vez recibirás consuelo ... Quiero que mientras tu corazón esté lleno de sufrimiento, en tus labios haya una sonrisa'”.
A partir de ese momento, Alexandrina, sin importar la intensidad de su dolor, siempre tenía una sonrisa lista para cualquiera que viniera a verla.
En 1944, Alexandrina se convirtió en miembro de la Asociación de Salesianos Cooperadores de Don Bosco.
Se unió para poder ofrecer sus sufrimientos por la santificación de la juventud. Alexandrina murió el 13 de octubre de 1955. Tenía 51 años.
El 25 de abril de 2004, fue declarada beata por el papa Juan Pablo II, quien declaró que "su secreto de la santidad era el amor a Cristo".
Beata Alexandrina Maria da Costa, ruega por nosotros.