Según cuenta la tradición, el 7 de octubre de 1208 Santo Domingo de Guzmán recibió la visita de Nuestra Señora del Rosario. En su aparición le enseñó a rezar el Santo Rosario y le anunció las promesas para los que hicieran esta oración con devoción.
Aunque su origen puede explorarse más atrás aún, ya que al parecer fueron los Padres del Desierto quienes crearon los primeros “rosarios” (cuerdas de oración anudadas) usando nudos para realizar un seguimiento del número de veces que decían la oración de Jesús, y la práctica de rezar cincuenta avemarías ya estaba generalizada antes del siglo XII en algunas familias.
En cuanto a la plegaria mariana en particular, como sabemos, consta de dos grandes partes. La primera que se inicia con el saludo del ángel (Dios te salve, María, llena eres de gracia) y continúa con las palabras de Santa Isabel (bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre).
La segunda parte (Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.) fue añadida posteriormente, más precisamente en el siglo XIV, y su uso se hizo universal cuando el papa Pío V (1504-1752) promulgó el Breviario Romano y mandó que se rezase al principio de cada hora del Oficio Divino, después del padrenuestro.
Es sin duda la más célebre de las oraciones dedicadas a Nuestra Buena Madre, por lo cual es comprensible que haya sido musicalizada en tantísimas ocasiones. Algunas de estas piezas musicales son especialmente célebres, como las versiones de Arcadelt, de Schubert y de Gounod.
En esta ocasión, aprovechado los primeros días del mes del Rosario, compartimos una nueva versión compuesta por José Antonio Poblete y estrenada recientemente por los músicos de Canto Católico. Se trata de una versión para coro acompañado por un trío de cuerdas (compuesto en este caso por el colaborador Juan Gillermo Negrete)
Comentando la obra, expresó el compositor: “La obra que hoy se estrena, se ordena al mismo propósito del Rosario: a la contemplación de la vida de Cristo con los ojos y el Corazón Inmaculado de María. Su melodía es, pues, sencilla y tierna, y la sucesión de las frases musicales, tranquila y ajena a toda estridencia, como el “susurro de una brisa suave” que favorece el encuentro íntimo y transformador con la Palabra de Dios, Jesucristo, Nuestro Dios y Señor (1R 19, 12). Se trata de una composición sin solistas, para resaltar el rasgo comunitario del Avemaría, tal y como lo expresa el texto de su segunda parte (… ruega por nosotros, pecadores).”