«Gracias, Señor por tener enfermo mi cuerpo, pero aún viva mi alma». Esta es la oración predilecta de Sebastián Vásquez Sierra, un colombiano de 34 años que ha estado tres veces muerto clínicamente y dos veces en estado de coma, quien fue sanado gracias a la intercesión de la madre María Berenice Duque Hencker.
Por ese milagro la religiosa colombiana fue declarada beata por el papa Francisco en días pasados, un paso importante en el proceso que busca declarar santa de la Iglesia católica a esta admirable mujer cuya obra misionera ha llegado a 15 países.
María Berenice nació en 1898 en el municipio de Salamina, en el céntrico departamento de Caldas –en plena zona cafetera–, donde fue bautizada como María Ana Julia Duque Hencker. Esta monja, fallecida en julio de 1993, fue una activa fundadora de causas apostólicas, entre ellas la Congregación de las Hermanitas de la Anunciación, la comunidad de las Hermanas Misioneras de Jesús y de María, integrada por mujeres afrodescendientes que eran discriminadas, y la asociación masculina Misioneros de la Anunciación.
Creció en los hospitales
Sebastián cuenta que creció en los hospitales. Hasta los siete años fue un niño normal, vivía con sus padres, Miguel Ángel y María Eugenia, y sus tres hermanos menores. «A esa edad empecé a tener descompensación de la parte central del sistema simpático y parasimpático, y paulatinamente se empezó a comprometer todo mi cuerpo, hasta que me produjo la paraplejia displéxica, sin ningún motivo».
Después de mucho tiempo, exámenes, dolencias y numerosas dificultades, le diagnosticaron pandisautonomía severa, una enfermedad huérfana de causa desconocida, crónica y terminal y para la que no existía cura, tan solo unos medicamentos para paliar los dolores y tratar los síntomas.
Durante su corta vida ha tenido problemas en el sistema digestivo, fallas hepáticas, mareos, taquicardias, fallas en la tiroides, hipertensión, hipotensión, problemas de movilidad y continuas hospitalizaciones, la más corta de tres meses y siete días. Esto, unido a una difícil situación económica familiar, hizo las cosas más complejas.
«Mi papá era comerciante y el único que sostenía el hogar. Perdimos nuestra casa, fue todo muy duro. ¿Y cómo hicimos? Pregúntaselo a Dios, solo Él sabe», recalca Vásquez Sierra al evocar la misericordia de Dios en su vida.
«Hazte amigo de madre Berenice»
A los nueve años lo desahuciaron, le dieron tres meses de vida y lo mandaron a su casa con la seguridad de que no podría volver a caminar ni a comer. Su llanto fue muy corto, una lágrima por cada ojo y nada más. Las enfermeras, que tanto lo cuidaron, le aconsejaron que ya que siempre pedía por los demás, pidiera por él, porque «los milagros podían ocurrir».
«Recuerdo todo lo que he vivido. Los dolores, tristezas y angustias prefiero no compartirlas mucho con mis padres. Y si alguien siente dolores, trato de que me los regale a mí y no sufra», aseguró en su diálogo con Aleteia, al salir de una eucaristía.
La fe de Sebastián es admirable y lo ha sostenido, junto con el amor de su familia y de todos los que lo han apoyado con oraciones, entre ellos, la religiosa Noelia Corrales, de las Hermanitas de la Anunciación. Ella fue quien le regaló una foto, un vitral y la plegaria a la madre María Berenice y le recomendó que se volviera amigo de ella.
Un milagro en la Pascua
El milagro ocurrió el lunes de Pascua del año 2005, cuando estaba con su papá y sus hermanos viendo televisión. Sebastián se sintió cansado, fue a su cuarto y en el umbral de la puerta escuchó en su mente el nombre completo de la madre. «Sentí frío. Me pasé de la silla de ruedas a la cama, busqué la oración y la recé. Le hice una súplica sencilla: “Madre María Berenice, tú que estás más cerca de Dios, codéalo y dile que mire a este niño que lleva tantos años en una silla de ruedas. Dile: ‘Vos que puedes, dale vida a sus piernas y salud a su cuerpo"».
Él recuerda que del cielorraso salieron dos destellos de luz que se posaron en sus hombros y lo suspendieron. En ese momento, dice, se puso de pie y fue como lo encontró su hermano Santiago. «Yo no sabía qué hacer, si enloquecerme o qué. Con los ojos cerrados y sin darme cuenta, di cuatro pasos hacia mi papá y caímos al suelo llorando, arrodillados».
Les pidió que no contara nada a la mamá, porque sentía en su corazón que ella se enteraría de otra forma. Y así ocurrió porque supo que su hijo podía caminar un día que llegó a casa y fue Sebastián quien, de pie, le abrió la puerta. Ella reaccionó con mucho susto de que se le cayeran las sondas y tuvieran que volver al hospital, lo regañó y lo mandó a su cuarto, pero fue una amiga quien le hizo caer en cuenta que se trataba de un milagro pues su hijo no solo estaba de pie sino que caminaba.
«Tengo mucho que agradecer»
Sebastián aún no tiene sensibilidad en las piernas y hoy camina ayudado de un bastón, para mayor seguridad. Científicamente no hay explicación a su curación, pero por la fe sabe que la intercesión de la hoy beata logró el milagro. Sigue con dolores y varias dificultades de salud, tiene osteoporosis, prótesis total de cadera y otros implantes óseos, tornillos en las piernas . «Hasta me parezco Robocop», dice con humor. Sin embargo, nunca le ha preguntado a Dios por qué, «pues solo Él sabe para qué estamos en este mundo».
«Hoy este milagro, del que poca gente sabía, es un secreto glorioso que Dios mostró al mundo, porque demuestra la santidad de religiosa colombiana, la madre Berenice… ¡Qué no he sentido, estoy feliz! Tengo tanto que agradecer a Dios, a mi familia, a quienes interceden por mí y, especialmente, a médicos, enfermeras y el personal de salud que me ha atendido».
Fueron precisamente las enfermeras quienes escucharon y se grabaron esa oración que siempre repite, antes de que él entrara en uno de los estados de coma en los que estuvo: «Gracias, Señor, por tener enfermo mi cuerpo, pero aún viva mi alma».
Actualizado octubre de 2022, con motivo de la beatificación de María Berenice