Mientras estaba leyendo el Evangelio cayó desplomado.
El sacerdote José María Aícua había celebrado un funeral a las seis de la tarde en la iglesia de Cristo Rey, en Pamplona (España). Le había comentado a su ayudante Javier Martínez que se encontraba "muy cansado", pero no había renunciado a oficiar el siguiente funeral, de las 20.10 horas.
Aicua tenía 61 años de edad. Era un sacerdote con un largo recorrido, de espíritu joven, lleno de trabajo pastoral y de entrega en el servicio a Dios y a los demás. Había sido delegado de misiones (este domingo es precisamente el Domund, la Jornada de la Infancia Misionera). Durante años fue responsable de las Javieradas, ese encuentro anual -desde 1941- de miles de personas que peregrinan al castillo de Javier (Navarra), donde nació san Francisco Javier en 1506.
José María Aícua había nacido en Caparroso, un pueblo que queda a 60 kilómetros de Pamplona. Era ahora párroco de Cristo Rey, de la parroquia de san Francisco Javier y del Soto Lezkairu, un barrio nuevo de Pamplona.
Se dispuso a oficiar el funeral y estaba leyendo el Evangelio cuando cayó desplomado. La iglesia estaba llena de feligreses y, entre ellos, había dos médicas y dos enfermeras que inmediatamente intentaron socorrerle. Hicieron todo lo posible, incluso con un desfibrilador que alguien fue a buscar a la cercana iglesia de Jesuitas. Sin embargo, no lograron reanimarle. Los servicios de emergencias llegaron minutos después pero tampoco consiguieron mantenerlo con vida. Fue un impacto para los que habían acudido a una ceremonia en la que está tan presente la muerte y la fugacidad de la vida.
Pero también ahora es cuando más se hace presente el don precioso que Dios nos da con cada existencia y el agradecimiento a una persona que se ha entregado a Dios en el sacerdocio y ha muerto trabajando, literalmente. Proclamando el Evangelio, él que tenía espíritu de navarro universal, misionero.
El arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez, envió muy poco después un comunicado a la diócesis, en el que decía textualmente: “Encomendamos su alma y nos confortamos en el Señor de la Vida. Rogamos por su familia en estos momentos de dolor. Descanse en la paz del padre Dios que tanto proclamó el padre José María Aícua”.
Descanse en paz.