El mundo no puede seguir ignorando el sufrimiento del pueblo de Haití, asegura el arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida.
En un informe escrito al concluir su visita a la nación caribeña, el 19 de octubre, el arzobispo Paglia lanza un apremiante llamamiento a la comunidad internacional para acabar de una vez por todas con el escándalo que implica el hambre crónica que vive la mitad de la población haitiana (precisamente el 48,2% según el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
“El grito de ayuda de una nación no puede quedar sin ser escuchado. Y mucho menos por parte de Europa, que durante siglos ha dividido, depredado y finalmente abandonado esta isla estupenda”, aclara.
Cercanía de la Iglesia y el Papa
La visita de monseñor Paglia buscaba manifestar la cercanía de la Iglesia católica y en particular de la Santa Sede y el Papa Francisco a Haití.
Se convirtió en la última etapa de un periplo de monseñor Paglia por Puerto Rico y la República Dominicana, invitado a participar en la convención anual de SOMOS Community Care, una asociación de 2500 médicos del área de Nueva York, que en Haití están desarrollando iniciativas humanitarias.
En medio de la violencia
La visita de monseñor Paglia había sido precedida por el secuestro de 17 misioneros cristianos, el 16 de octubre. Se trata del último estertor de la dramática situación que vive Haití, tras el asesinato de su presidente Jovenel Moise, en julio, y el devastador terremoto que flageló la isla en agosto.
“Los secuestros se han convertido en una de las principales entradas económicas” en este país, en el que el 70 por ciento de la población tiene menos de 30 años, informa Paglia.
El arzobispo testimonia en su informe la conmoción vivida ante el espectáculo que suponen “los enjambres de niños” revoloteando entre “los montones de basura", mientras su automóvil recorría las calles de Puerto Príncipe.
El viacrucis de los emigrantes
Monseñor Paglia confiesa con el corazón sobrecogido la impresión que vivió durante sus encuentros con habitantes del país en los que le mostraron artículos que documentan cómo la gente escapa de Haití.
“Para llegar a los Estados Unidos, un joven haitiano tiene que llegar hasta la cercana Santo Domingo y, de allí, tomar un avión para Chile, el único país del continente americano que no pide visa”, explica.
“Tras semanas de trabajo para reunir algo de dinero, se pone en camino a pie (¡sí, a pie) y comienza un viaje que dura tres meses, atravesando toda América central. Quien logra atravesar las imponentes montañas, los bosques y mares, acaba llegando al Río Grande, la frontera entre México y los Estados Unidos, así como el muro que trata de contener con todos los medios esta oleada humana continua”.
“Son datos que yo ya conocía --reconoce el prelado--, pero escuchar cómo lo narran los que lo han vivido, con rabia y desilusión, y ver las imágenes de las personas arrastradas por las aguas del río, cuyo caudal ha sido elevado a conciencia con el objetivo de ‘limpiar’ el Río Grande es algo totalmente diferente”.
Llamamiento
El prelado concluye su informe con un interrogante, que esconde un llamamiento: “Me pregunto cómo podemos volver a caminar junto a este pueblo, despojándonos de los terribles vestidos de colonizadores y vistiendo las ropas propias de compañeros de viaje. En este mundo, convertido en un pañuelo, solo nos podemos salvar juntos”.