Flannery O’Connor (1925 – 1964) es una de esas autoras de obra breve que, sin embargo, nunca pasan de moda porque forman parte de los clásicos, del canon occidental, y los clásicos siempre se reeditan o sus albaceas encuentran manuscritos en cajones que no habían salido a la luz.
A principios de este año, por ejemplo, Ediciones Rialp publicaba Lo bueno llega de Nazaret [Cartas entre amigos], el conjunto de misivas inéditas que envió a profesores, críticos, editores y demás nombres reconocidos del mundo literario y periodístico.
En 2019 se estrenaba en Estados Unidos el documental Flannery, dirigido por Mark Bosco y Elizabeth Coffman. Sus dos únicas novelas, Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan, que todo amante de la lectura debería leer ya mismo, se reeditan a menudo y están recogidas en un único volumen (disponible en Lumen y DeBolsillo). Y algunos de sus magistrales cuentos aparecen cada poco incorporados a las mejores antologías.
Misterio y maneras
Pese a su presencia en las librerías, cuando en España se publican sus textos menos famosos (las cartas, el Diario de Oración o los ensayos contenidos en Misterio y maneras) hay cierto vacío en los medios de comunicación y dichos libros pasan más bien desapercibidos. Es una lástima.
Y por eso pretendemos resaltar aquí la importancia del citado Misterio y maneras, que, con el subtítulo “Prosa ocasional, escogida y editada por Sally y Robert Fitzgerald”, notas al pie y traducción de Esther Navío, dentro de la colección dirigida por Guadalupe Arbona, fue publicado por Ediciones Encuentro en 2008.
Recoge ensayos y conferencias en torno a la literatura en general y la literatura escrita por católicos en particular, pasando por la literatura del sur estadounidense y sus señas de identidad. Es un volumen que debería interesar a todo escritor contemporáneo, pero también a los lectores y escritores católicos.
Primero conocer de lo que se escribe
En uno de los textos dice cosas de este calibre: La cuestión es que los materiales del escritor son los más humildes. La literatura trata de todo lo humano y nosotros estamos hechos de polvo, y si despreciáis mancharos de polvo, entonces no deberíais intentar escribir. No es un trabajo lo bastante grande para vosotros.
Flannery O’Connor entendía la literatura como un arte en el que el escritor primero tiene que conocer de lo que escribe, sin renunciar a sus orígenes ni a su entorno, y, después, debe interesarse por lo humano, por mostrar la humanidad de esos personajes aunque sean símbolos del mal, porque sólo de ese modo podemos exponer lo que ocurre a nuestro alrededor.
La novela contemporánea refleja al hombre de nuestro tiempo y ese hombre, al fin y al cabo, sostiene una lucha con los problemas espirituales. Para ella, el auténtico novelista sabe que no puede abordar de manera directa lo infinito, y por este motivo necesita reflejar al hombre actual como es, y no como un mal lector querría que fuera.
Mi impresión personal es que los escritores que en estos tiempos vean a la luz de su fe cristiana tendrán vista de lince para lo grotesco, lo perverso y lo inaceptable, afirma en “El escritor y su país”.
En las historias de O’Connor es precisamente ese paseo por “lo grotesco, lo perverso y lo inaceptable” lo que dio la dimensión mítica y clásica a sus obras, pero estas particularidades son las que le reprocharon algunos malos lectores y algunos escritores diestros en pontificar en sus obras, pues no entendían que ella no escribió sobre lo positivo, sino sobre la naturaleza del hombre, exigencia que necesita apartarse del maniqueísmo (lacra de las novelas a las que ella critica).
Conocer el mal del hombre para mostrarlo
En “La Iglesia y el escritor” apuntaba: Si pretendemos animar a los narradores católicos, debemos convencer a los futuros escritores de que la Iglesia no restringe su libertad de ser artistas, sino que la garantiza (las restricciones del arte son otra cuestión), y esto requiere, quizá más que ninguna otra cosa, un conjunto de lectores católicos preparados para reconocer en las obras algo más que los pasajes que consideran obscenos.
Para Flannery O’Connor es imprescindible conocer el mal en el hombre para mostrarlo, no para encontrar una solución, y a través de ese conocimiento podemos adentrarnos en el espíritu cristiano. Todo lo que salga de ese marco (personajes muy píos, pero irreales; pasajes panfletarios; métodos mal disimulados para adoctrinar al lector; etcétera) acaba llevando a una mala novela, porque no refleja la situación del hombre actual, sino una falsedad.
Este extracto de “Los novelistas católicos y sus lectores” también resulta fundamental para entender sus teorías al respecto: El novelista tiene la obligación de crear un mundo completo habitado de criaturas creíbles, y la diferencia principal entre un novelista que cree en la ortodoxia cristiana y un naturalista a secas es que el novelista cristiano vive en un universo más amplio.
Cree que el mundo sobrenatural está incluido en el natural. Y esto no quiere decir que su compromiso con la descripción del mundo natural sea menor; quiere decir que es más fuerte.
Una pequeña joya
En suma, el novelista debe adoptar las formas del arte, conocer lo concreto y lo humano y mostrar el misterio del hombre a través de la observación de los sentidos. Porque Cristo, sostiene ella, se encarnó en una forma humana para hablarnos. El novelista, por su parte, es un observador de la realidad, de la caída del hombre y, en algunos casos, de su redención.
Misterio y maneras es una pequeña joya que no debería caer en el olvido, un libro del que uno acaba anotando o subrayando numerosos pasajes. En algunas librerías queda algún que otro ejemplar, pero también está disponible en ebook.