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Maestros y padres ante la serie “El juego del Calamar”

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Ignasi de Bofarull - publicado el 27/10/21
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Los juegos de esta serie son muy imitables, muy reproducibles, muy trasladables a un recreo... Pero, ¿adónde conducen?

Los datos necesarios para situarnos. El juego del calamar es una serie de televisión surcoreana estrenada en Netflix el 17 de septiembre de 2021. Cuando se escribe este artículo, en sus primeros 28 días de emisión, El juego del calamar se ha convertido en la serie más vista de Netflix con 111 millones de espectadores. Consta de 9 capítulos en su primera temporada y gira en torno a un concurso en el que 456 jugadores participan en una sucesión de juegos infantiles nada inocentes cuyo objetivo final es un inmenso premio en metálico.  

El heterogéneo grupo de adversarios y adversarias, con menos mujeres que hombres y de un amplio rango de edades, cuentan con un denominador común: o están muy endeudados o necesitan dinero de inmediato. En cualquier caso, todos, de una forma u otra, están desesperados.

La contienda no es tan sencilla: tras tomar parte en el primer juego los participantes descubren que para ganar el premio multimillonario (45,6 mil millones de wones, moneda surcoreana) han de aceptar la siguiente regla: o ganan o son eliminados en el sentido más crudo de la palabra: son asesinados in situ de forma muy violenta. Aquí nos detenemos pues no debemos caer, lógicamente, en el spoiler.

La ven niños, no sabemos si solos

Es una serie prevista para mayores de 16 años, pero la realidad es que la están viendo también niños de todo el mundo.  Es una serie planetaria que se ha metido en muchos hogares y la han visionado, a menudo en atracones de 4 ó 5 capítulos, mayores y pequeños. No sabemos si juntos o por separado, cada uno en su habitación. Si el dispositivo es un móvil ya podemos estar seguros de que no ha tenido lugar una mediación familiar (de lo cual hablaremos más adelante).

Cada niño, a su ritmo, la ha visto cuando ha querido. Estamos ante una serie de todos contra todos que repite el hilo conductor de muchos otros productos audiovisuales como el film Los juegos del hambre (Gary Ross, 2012) o el videojuego Fortnite Battle Royale (Epic Games, Donald Mustard, 2017).

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¿La violencia en la televisión es o no imitada por los niños?

Parece que se acabó la discusión pues los datos para responder a la pregunta proceden de parte del planeta, de los países desarrollados que son aquellos donde los hogares cuentan con acceso a Netflix entre otras posibles plataformas en streaming. Y la respuesta es que esta violencia concreta es imitada por los menores pues la han escenificado.

La razón estriba en que los juegos de esta serie son muy imitables, muy reproducibles, muy trasladables a un recreo pues estamos ante sencillos juegos universales que exigen pocos medios.

Los niños, a partir de los 8 años, han saltado al patio de la escuela, al recreo, al descanso con la obsesión de imitar a los mayores que es una dinámica conocida desde siempre. Y la violencia ha aparecido: en algunos casos simbólica, pues los niños disparaban a los perdedores metafóricamente. ¿Cómo?, pues apuntándoles con su dedo índice y apretando el gatillo con el dedo pulgar.

La agresividad ya asoma en los pequeños

Sin embargo, sabemos que en el caso de unos colegios de Bélgica los eliminados son golpeados. Aquí ya no nos andamos con chiquitas. Cabría preguntarse por la magnitud del golpe pero es un hecho que esta agresividad asoma a cortas edades. Estos colegios belgas se han puesto en contacto con los padres y les han señalado que ni mucho menos estos juegos están prohibidos, sin embargo, sí hay que evitar a toda costa la violencia.

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Estos colegios están pidiendo ayuda. Y los padres responden de un modo muy variopinto pues no se observa la unanimidad de señalar que estos contenidos deben ser vedados para los menores de 16 años en el hogar.

¿Qué se debe hacer desde la escuela, qué desde casa? Es un asunto muy importante pues en los primeros años de vida es cuando hay que educar para tomar distancia moral frente a la violencia de ficción en los medios y en familia. Es un paso educativo que no cuenta con unanimidad, pero cada vez es más acuciante.

La mediación familiar es necesaria, la reflexión escolar es imprescindible

Existe una extensa literatura científica que reflexiona sobre el papel de la mediación familiar ante el consumo de las pantallas. En el mundo anglosajón se habla de digital parenting, en España, Portugal y Latinoamérica se habla, no de un modo tan técnico, del control y los límites que los padres deben ejercer en el consumo de las pantallas diario. Y la verdad es que no es fácil, no hay tiempo, y a veces algunos padres muy atareados no ven ni la necesidad.

Con la llegada de los smartphones (2007) y las tabletas (2010) el asunto se ha hecho mucho más complejo. Pues si hace unas décadas todos estaban ante la televisión y la medición ante las pantallas era más sencilla, ahora con los dispositivos portátiles el asunto es más exigente. Sin embargo, es urgente, más que nunca, tomar medidas ante el aluvión de contenidos que supone la digitalización.

Al final la pregunta es saber quién educa a los niños, a los menores, si las pantallas o los padres o las escuelas o los amigos. ¿Los educa la industria digital que solo piensa en el beneficio económico? Hace unos años, a los que defendían estas tesis se les acusaba de agoreros, tremendistas, exagerados. Cada vez la evidencia, tozuda, científicamente estudiada desde la pediatría y la psicología, da la razón a quienes ponían entonces el dedo en la llaga.

Hora de ser padres y maestros proactivos

Hay que pasar a la acción. Y la escuela tiene una nueva tarea, educar a los niños y menores en el consumo de las pantallas quizá en actividades extraescolares o co-curriculares. Educar en el ocio desde el hogar, desde la escuela, hoy, en unos países ricos donde la atención está monetizada por el mundo de la industria digital y en la que no despegamos nuestros ojos de los móviles, ya es urgente.

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Los clásicos hablaban del otium cum dignitate. Es decir, de un ocio que no brutalizara los afectos, las percepciones, en una palabra, el corazón. Quizá habrá que idear, proteger e incentivar (con desgravaciones fiscales, con ventajas administrativas, lo que sea) toda una industria del ocio más humana capaz de acercarnos a la realidad, a la belleza, en vez de apartarnos de ella. 

La solución China no es viable

China es una dictadura que hipercontrola de todas las maneras posibles a su ciudadanía. Y últimamente está limitando el consumo del juego online a los menores y también está restringiendo el uso de la famosa aplicación Tik-Tok. ¿Es la solución?, no por supuesto. Pero China en su totalitarismo quiere asegurarse, en su aspiración a ser la primera potencia mundial, unos ciudadanos que convivan en una sociedad cohesiva: estudiosa, atenta, trabajadora, eficiente en el plano más estricto del concepto. Una sociedad con unas competencias que hagan de China una nación poderosa.

Pues bien, con los datos que maneja esta república que representa lo peor del capitalismo de la vigilancia, han decidido, por la vía directa, prohibir drásticamente la duración de ciertos contenidos a los menores. No ha consultado ni a las familias ni a las escuelas ni a la industria. Todos deben obedecer, en el clima disciplinado oriental, sin rechistar. La Gran China está por encima de todo y su más alto mandatario, Li Xingpin, acumula cada vez más poder.

¿Qué se le puede pedir a la industria digital en Occidente?

China es un síntoma. En Occidente quien está en el punto de mira es Marc Zuckerberg; y su imperio incluye la suma de Facebook, Instagram y WhatsApp.  Lo último: una antigua trabajadora de este monopolio digital, Frances Haugen,  ha desvelado que esta empresa no solo se apodera de nuestra privacidad -con nuestra aquiescencia, claro- sino que se olvida explícitamente de las consecuencias nefastas en las chicas jóvenes, de una plataformas como Instagram, que las puede empujar a la depresión.

El conflicto entre los intereses de la industria digital y los intereses de la sociedad en su conjunto está agudizándose en las últimas semanas. ¿Qué se le puede pedir a la industria digital? En un mundo capitalista se le puede exigir que se autorregule y cumpla nuevas leyes adecuadas a los tiempos. Nuevas leyes que humanicen el consumo digital. A los padres y a las escuelas se les debe pedir que se adelanten a esta humanización del imperio digital de un modo educativo: formación en límites y normas.

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