El club parisino “Le boeuf sur le toit” estaba lleno aquella noche de 1954. Todos querían oír la música de la gran Mary Lou Williams, recién llegada de los Estados Unidos. Cuando la compositora se sentó al piano, ante el silencio de un público entregado, todos los allí presentes observaron atónitos como la diva del jazz se levantaba y sin mediar palabra, salía del escenario. No era un capricho. Era una necesidad vital. Debía salir de allí para encontrar el camino que le devolviera la felicidad. Un camino que encontró en Dios.
Mary Elfrieda Scruggs, conocida en el mundo de la música como Mary Lou Williams, llevaba años triunfando como pianista, compositora y arreglista de jazz. Los amantes de este género musical la adoraban y todo parecía que a su alrededor era lujo, éxito y felicidad. Pero la verdad de Mary Lou era una vida ahogada por la depresión y una existencia vacía en la que no tenía a nadie en quien confiar.
Mary había nacido en Atlanta, el 8 de mayo de 1910. Desde bien pequeña, había sentido una especial inclinación por la música. En casa, su madre tocaba el órgano y le enseñó a la pequeña Mary rudimentos de composición, y aprendió de oídas. Su padrastro se dio cuenta del talento de la niña a la que llevaba a distintos clubs para mostrar la genialidad de su “pequeña pianista”. A los once años, ya tocaba en fiestas y en celebraciones religiosas. Si precoz fue su talento, también lo fue su vida personal. A los dieciséis años se casaba con John Williams, un reputado saxofonista de jazz, del que adoptaría su apellido. A partir de entonces, sería conocida como Mary Lou Williams.
Además de tocar el piano en varios clubes de Nueva York, Mary Lou componía y realizaba arreglos para grandes nombres del jazz como Louis Armstrong. Pero mientras ante los focos, era una mujer afortunada, con el mundo de la música a sus pies, en la intimidad, era una mujer triste y agotada a causa de un matrimonio infructuoso y un divorcio convulso. En 1942 se había separado de John y se casaba con el trompetista Harold Baker; una relación que duraría muy poco tiempo porqué él terminó abandonándola. Exhausta emocionalmente, Mary Lou dejó de encontrar razón a su existencia. Nada le satisfacía, ni tan siquiera los aplausos de un público entregado ni el dinero ganado con sus grabaciones.
Mary Lou Williams se encontraba perdida cuando viajó a París aquel año de 1954. Durante el día, paseaba, vagaba por las calles de aquella hermosa ciudad sin rumbo fijo, triste y desanimada. Fue entonces cuando sintió la necesidad de rezar. Por eso, la noche que subió al escenario en el “Le boeuf sur le toit”, sin pensarlo dos veces, se levantó del piano y se marchó. Se marchó de la sala, se marchó de un mundo que no la llenaba. Era consciente de la sorpresa e indignación provocada entre el público, pero su vida era entonces más importante que el éxito y la fama.
De vuelta a los Estados Unidos, empezó para Mary Lou Williams una nueva vida. Sin desvincularse de la música, ahora seguiría un camino distinto. Con la ayuda de un sacerdote llamado Anthony Woods, entró en contacto con la comunidad jesuita de Nueva York y se puso manos a la obra. Lo primero, era ratificar su fe. En mayo de 1957, se bautizó, convirtiéndose a la fe católica. Un año después fundó la Bel Canto Foundation, una organización de ayuda a los pobres y las personas que sufrían por las adicciones a la droga y al alcohol, muchas de las cuales provenían del mundo de la música y habían sido compañeros suyos. Dispuesta a ayudar a todo el que lo necesitara, remodeló su hogar en Harlem para abrir sus puertas a todo aquel que necesitara un refugio, o un hogar.
Mary Lou continuó componiendo, aunque ahora se centraría en crear música sacra. Algunas de sus obras más conocidas fueron “Black Christ of the Andes”, “The Devil” o “Anima Christi”, piezas que ella misma describió como “música para el alma”. En 1969 fue recibida en audiencia por el Papa Pablo VI. Por aquella misma época, recibió el encargo de componer una “Misa por la paz”.
Propietaria de un sello discográfico, “Mary Records” y una editorial, “Cecilia Music”, Mary Lou Williams dedicó el resto de su vida a la música, a las clases en la universidad y a su labor de ayuda a los que más lo necesitaban. Al final, había encontrado la plenitud en la Palabra de Dios y en su misión de transmitirla al mundo mediante su música y su propio ejemplo de solidaridad.
Mary Lou Williams falleció el 28 de mayo de 1981, a los setenta y un años de edad.