Monseñor Eugenio Biffi realizó una gran obra evangelizadora en Cartagena de Indias, ciudad del norte de Colombia. A ese sitio llegó como misionero y regresó como obispo. Desde hace algunos años, la Iglesia católica de la zona trabaja en la causa de canonización del sacerdote italiano.
Nació en Milán en 1829 y murió en Barranquilla en 1896. En 1853, una vez ordenado sacerdote, ingresó al seminario en el que la Santa Sede formaba misioneros para enviar por el mundo. Su primer destino, por encargo de Pío IX, fue Cartagena, a donde llegó en 1856. Allí tuvo gran cercanía con la obra de san Pedro Claver y con santa María Bernarda Büttler, dos religiosos que se santificaron gracias a su apostolado en la ciudad.
Fueron años difíciles para los habitantes de estas tierras americanas, en los cuales la vocación misionera del italiano le permitió hacer un trabajo del que quedaron huellas por siempre, como lo explica el padre Rafael Castillo, vicario pastoral de la arquidiócesis y quien preside el equipo de la animación pastoral de su causa de canonización:
“Fue un evangelizador incansable, padre solícito, refugio de los desamparados, instrumento de reconciliación, portador de alegría en las horas difíciles, amigo de todos y testigo de una nueva esperanza”.
Expulsado por la dictadura
Dos años después de que el sacerdote Biffi llegara a Cartagena, se produjo en Colombia un hecho político trascendental: el general Mosquera derrocó al presidente, se tomó el poder y, entre otras acciones, persiguió a la Iglesia católica. Es así como destierra al delegado de la Santa Sede y expulsa por segunda vez a los jesuitas (ya habían sido desterrados por el rey Carlos III a finales del siglo XVIII).
El sacerdote Biffi se opuso a la política anticlerical del dictador y apoyó a quienes promovían la fuga de los presos políticos que estaban Cartagena. En consecuencia, fue desterrado en 1862 después de que un grupo de militares lo detuvo en la sacristía del templo de Santo Domingo y lo envió a la isla de San Andrés.
De ahí pasó a Jamaica, fue acogido por los jesuitas y estuvo varios años evangelizando en esta isla del Caribe. Los directivos del Instituto de Misiones Extranjeras de Milán le encargaron, en 1868, de la Prefectura Apostólica de Taungngu en Birmania Oriental (hoy Myanmar), donde permaneció más de diez años.
Su regreso como obispo
El papa León XIII lo nombró obispo de Cartagena, a donde volvió el 1º. de junio de 1882, cuando ya había terminado la dictadura y el cartagenero Rafael Núñez era el nuevo presidente del país.
A su regreso se encontró con varios obstáculos en su objetivo de transformar la Iglesia, “entre ellos los vicios extendidos, la carencia de buenas costumbres, la extrema pobreza y un clero escaso, mal preparado y poco ejemplar. De ahí su empeño pastoral por recorrer, de a pie, toda su diócesis”.
Efectivamente monseñor Biffi visitó toda su amplia jurisdicción y de estos difíciles viajes contó en un libro su secretario y sucesor, el padre Pedro Adán Brioschi:
“La Visita Pastoral continúa; el pobre monseñor Biffi está asediado y atormentado por el trabajo, está ocupado con las confesiones, con las prédicas y con las visitas, al punto que no le sobra un instante para descansar. Sin embargo se le recibe bien por doquier, todos los pueblos compiten para brindarle las expresiones más espléndidas de júbilo y para tenerlo como Pastor. ¡Es un Santo!”.
En 1884, estando en una población cercana, estuvo a punto de morir y así dio testimonio: “El Señor quiere que me quede por un tiempo más en la tierra para hacer penitencia. El problema es que no sé cómo hacerlo, pues tengo demasiadas comodidades y no sé mortificarme en nada”.
Lo anterior era producto de su gran humildad y espíritu de penitencia, porque la franciscana suiza santa María Bernarda –a quien acogió luego de que fuera perseguida en Ecuador– aseguró que “el obispo es verdaderamente pobre, sin ingresos económicos pero la gente lo quiere mucho; es un anciano de cabello blanco, la bondad en persona”.
Un admirador de san Pedro Claver
En la página de la Arquidiócesis de Cartagena se destaca que, como obispo, contribuyó al regreso de la Compañía de Jesús, a la cual restituyó el templo y el claustro. También “se empeñó en que se conociera muy bien la vida de San Pedro Claver. Tuvo la dicha de ser el obispo diocesano a quien le correspondió su canonización”. Por su dedicación a servir al prójimo, monseñor Biffi ha sido comparado con el santo español que dio su vida por los esclavos africanos que llegaban a América.
Asimismo, Biffi apoyó y contó con la colaboración de los padres eudistas, a quienes les confió la formación de sacerdotes en el Seminario San Carlos Borromeo; los salvatorianos; los hermanos de La Salle y las hermanas de la Presentación, además de las Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, comunidad de la madre María Bernarda.
El padre Castillo, quien hoy predica desde el templo de Santo Domingo, el mismo púlpito que fue testigo de las enseñanzas de monseñor Eugenio Biffi, no cesa en divulgar su legado:
“Su coraje y su celo nos invitan a saber leer, de manera positiva, los tiempos de crisis; a no intervenir para la gente sino a caminar con la gente; a no esperar que la gente venga a la Iglesia a buscar la salvación sino a ofrecerse la Iglesia misma como signo de salvación; superar la oferta y la demanda de una estación de servicios espirituales por la cultura del diálogo y del encuentro como lo hizo con los no católicos; a no imponer un sistema religioso sino a proponer la fe y mantener la creatividad en la misión. Estas, creemos, son razones más que suficientes para valorar su vida y querer verlo en los altares”.