La vida en comunidad es un don. Me alegra poder encontrar un lugar en el que descansar, una familia de hermanos con los que compartir la vida.
Allí no tengo que ser de una determinada manera para que me acepten. No tengo que estar a la altura, ni decir la palabra correcta.
En ese espacio sagrado en el que la amistad es posible puedo darme sin temor y me aceptan como soy.
Allí soy reconocido en mi verdad, no me exigen que sea diferente. No importan ni mis cargos ni mis encargos, soy sólo un hermano más, no ese Padre que muchos ven desde lejos.
Me conocen como soy, en mis defectos, en mis virtudes y me aceptan. No compito con mis hermanos.
Así es la comunidad que sueño. Desde la que poder vivir. Así es la vida en familia que todos anhelan. Esa comunidad en la que crecer y desde la que poder ser fecundo.
No es perfecta, es la mía
Por eso idealizo en ocasiones la comunidad. Quiero que sea perfecta y no siempre lo es.
No quiero compararme con nadie ni querer ser lo que no soy. Soy original, soy único. Mis hermanos me admiran no por mis logros ni por mis éxitos, sino por mi persona.
No valgo más cuando me alaban, ni menos cuando soy criticado. En los momentos de dolor me acompañan en silencio, compartiendo mis lágrimas. En los momentos de alegría se alegran conmigo.
Saben lo que pienso y nunca interpretan ni mis gestos, ni mis palabras. No hablan mal de mí a mis espaldas y yo tampoco hablo de los demás juzgándolos.
Sé que no es perfecta la comunidad que habito, no lo pretendo porque nada es perfecto, sólo en el cielo lo será.
Aquí, desde que nazco, vivo la gracia y el pecado. Toco el sueño y la realidad. Siento el dolor y sufro las heridas.
Mi aportación es única
Pero sé que no habrá comunidad si yo no pongo mi parte, no habrá amor humano si yo no me entrego, no habrá familia si yo no la construyo con mis manos.
No quiero preguntarme, como a veces hago, qué es lo que recibo. Si no recibo mucho, me frustro y enojo y busco otra comunidad, otra familia, otros amigos, otro grupo. O me quedo solo.
Más bien es otra la pregunta: ¿Qué más puedo dar por mis hermanos? ¿Qué más puedo hacer para que la vida en común sea más plena?
Si no me dejo complementar por mis hermanos no creceré, no seré mejor persona. Si veo a mi hermano como una amenaza me alejaré de él.
Y si he sido herido al darme, tendré miedo de aportar lo mío, me asustará que me rechacen.
La importancia de la humildad
Necesito ser más humilde y no pretender estar siempre en el centro. No busco ser reconocido cada día, por todo lo que hago, no importa que mi servicio quede oculto.
No llevo cuentas del bien que hago, ni lo publico para que me agradezcan. Puede que se olviden de darme las gracias por lo que hago, pero no por ello dejo de servir con alegría.
Puede que no estén atentos a mis necesidades, y no por ello dejo de preguntarle a mi hermano qué necesita que haga yo por él.
Cuando me pongo en el centro, nada funciona, siento que sin mí nada sale bien y me duele que no me tomen en cuenta.
Cuando aprendo a escuchar y callar, cuando mi amor son obras y no palabras, todo va mejor.
El ambiente familiar que permite crecer
Importa mucho el ambiente que hay en la comunidad, en mi casa, la atmósfera que se respira.
Si hay una alegría sana, crezco, echo raíces y no tengo necesidad de buscar continuamente fuera de casa el amor que me falta.
Creo en la comunidad porque en ella puedo descansar y encontrar la fuerza para cada día de entrega.
La fuerza de la unión
No estoy solo en medio de las dificultades, no todo depende de mí, no vivo salvando al mundo yo solo con mis talentos.
Me doy cuenta de lo frágil que es mi sacerdocio, mi corazón herido, y sé que sin vínculos hondos en algunos hermanos no puedo seguir adelante.
Tengo hermanos ante los que no tengo que demostrar nada. Conocen mi historia, incluso mis pecados y me aceptan, me animan y están siempre a mi lado.
No me cuestionan continuamente, no ponen en duda mi amistad, no me critican cuando no estoy presente.
Amo a mi familia
Amo esa comunidad en la que cada uno puede ser fiel a sí mismo sin tener que juzgar al resto.
No tengo que hundir la imagen de mi hermano para brillar yo, no es necesario. Necesito ser fiel a mí mismo sin tener que parecerme a los demás. No hay moldes.
Amo esa comunidad que enaltece, no ese ambiente en el que se critican con facilidad mis errores.
Ojalá con mis manos, mis palabras, mi alegría y mi oración pudiera hacer que mi comunidad, mi familia, mi hogar, fuera cada vez más un lugar de paz, de alegría y esperanza.
Construir así un lugar en el que Dios y María estén presentes. Un hogar donde mis raíces encuentren tierra fecunda y pueda yo vivir sin turbarme, sin miedo a la vida, sin nada que esconder, con ganas de vivir en casa. Una comunidad santa y pecadora a la vez.