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El cardenal Osoro ante el Sínodo de los Obispos: “Las cosas no se esconden”

Cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid

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Miriam Díez Bosch - Jesus Colina - publicado el 22/11/21
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El arzobispo de Madrid deja espacio a sus confidencias en esta entrevista exclusiva con Aleteia para mostrar cómo es la Iglesia con la que sueña y que simbolizan los templos de su arquidiócesis al abrir las puertas, incluso de noche.

Acaba de comenzar la fase de escucha a todos los bautizados por parte del Sínodo de los Obispos, convocado por el Papa Francisco a nivel mundial, una respuesta a los grandes desafíos e interrogantes  que vive la Iglesia.

Se trata de un momento estratégico para compartir con uno de los hombres a quienes el mismo Papa Francisco ha confiado una misión decisiva. Nos referimos al cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid.  

"La iglesia, en general, es una casa de puertas abiertas", nos dice moviendo las manos de manera abierta y expansiva al recibir a Aleteia en su despacho. 

Destila interés por sus interlocutores, no tiene prisa, reflexiona en sus respuestas sobre la Iglesia, el nuevo Sínodo de los Obispos, la necesidad de cambios. 

"Lo que no vale es hacer estructuras que después no tienen ningún significado en la vida", advierte.

En esta entrevista el purpurado nos muestra su lado más personal: empezando por los motivos que le llevaron a abrazar el sacerdocio, y siguiendo por su actual esperanza sobre el reconocimiento del papel de los laicos, en particular de la mujer, y de la vida religiosa.

En pocas palabras, el cardenal Osoro nos habla de la Iglesia con la que sueña y que busca este Sínodo.

– Comencemos donde todo empezó para usted, que entró después de haber terminado la carrera y ejercido como profesor. Un día decidió abandonar ese servicio tan  útil y necesario para la sociedad y decidió ser sacerdote ¿Cuál fue el motivo?

En realidad, en mi vida yo había pensado ya antes en la vocación al sacerdocio. Recuerdo que cuando terminé el bachillerato hicimos unos ejercicios espirituales en Pedreña (localidad de Cantabria), en la casa de ejercicios de los jesuitas. Y recuerdo que, haciendo los ejercicios, una noche, mientras rezaba en un reclinatorio de la habitación, tomé la decisión de pedir el ingreso al seminario. 

Al regresar a mi casa, se lo comenté a mis padres. Y mi padre me dijo: "Yo no quiero que tú no hagas lo que quieras hacer. Pero tú ponte a hacer una carrera antes de entrar al seminario". Y es lo que hice, estudié la carrera de profesor y comencé a ejercer. 

Cuando empecé a dar clases, al ver a los chavales que tenía allí, me decía: "Tengo que dar algo más de lo que estoy dando".  Entendía que la sabiduría, que viene de Dios, era la más necesaria. Entonces yo recuerdo que hablé con el director para decirle: "Mire, yo el año que viene, si puedo, me marcho". 

En verano, se lo comenté a un sacerdote amigo de nuestra familia, quien me sugirió el seminario para vocaciones tardías de Salamanca. Y allí entré, para ser sacerdote diocesano. 

La decisión me costaba. ¿Entiendes? Pero tenía ese gusanillo interior de querer entregar la vida y de hacerlo siendo sacerdote y diocesano. Yo nunca pensé en entrar en una congregación. Yo quería ser sacerdote para estar entre la gente. 

– Cuando usted las crisis que está atravesando la Iglesia, los abusos o escándalos de gestión, ¿no siente desánimo? Usted vive a la grande el impacto que pueden tener esas crisis, pues está expuesto en primera línea, institucionalmente.

Yo os digo de verdad: no me causa desánimo. ¡Hombre, me duele! Me duele que esto suceda. Pero creo que es un momento de purificación de la Iglesia, un momento necesario. El Concilio Vaticano II nos alienta a ser cada día una Iglesia cada día más transparente, más clara. Y eso lo han hecho los papas que yo he conocido. Ciertamente lo está haciendo el Papa Francisco con una claridad impresionante.

Me duele. ¡Cómo no me va a doler el que haya problemas! Y me duele, porque si encima tienes que intervenir, la cosa es más grave. Pero es un momento de purificación. 

Yo le agradezco al Señor y le pido que nos dé la valentía que le ha dado al Papa Francisco. El Papa Francisco ha alentado a todos los obispos a tener la valentía de no quedarnos quietos, no esconder las cosas, sino abrirnos a esa purificación que me parece que es necesaria. 

Esta purificación comienza por una llamada a nosotros mismos, pues también nosotros tenemos que purificar el corazón. No se trata de esconder las cosas. Las cosas no se esconden. De hecho, nuestro Señor vino a este mundo para que nada se escondiese, sino que todo saliese a la luz y todos nos pusiéramos en esa dirección.

– Nos ha sorprendido ver que en Madrid, incluso de noche, hay iglesias abiertas. Nos ha parecido algo programático: la iglesia está abierta y te puedes acercar a ella ¿Es este el mensaje que quieren lanzar ustedes? 

Es que la iglesia, la iglesia en general, es una casa de puertas abiertas, y eso hay que expresarlo, no vale solo decirlo. Hay que expresarlo en nuestros templos concretos. Es verdad que nuestra iglesia se manifiesta con rostros diferentes.

Pero el rostro más claro lo ofrece si tiene las puertas abiertas para todos los hombres y mujeres. No solo para los que creen, que se supone que ya van a la Iglesia, sino también para los que están muy lejos. Es quizá el único sitio donde pueden tener un encuentro vivo.

– En el contexto de la crisis de la Iglesia a la que nos referíamos, el Papa ha lanzado un nuevo proceso para el Sínodo de los Obispos, que comienza escuchando la voz de los bautizados. ¿Es la respuesta que el Papa propone para superar los desafíos que tenemos en este momento?

Yo creo que lo que el Papa ha hecho es fundamentalmente poner claves y acciones concretas para aplicar lo  que propone el Concilio Vaticano II. De este modo, el Papa busca que  vayamos haciendo nosotros este proceso sinodal en la vida. 

No se trata solamente de que yo cree en mi diócesis, o en las parroquias, el consejo de pastoral o el consejo económico…, que por desgracia en muchos sitios a veces ni siquiera está creado. 

No se trata solo de hacerlo, sino de provocar un camino juntos, todos, como iglesia, en las comunidades concretas…

¿Qué es caminar juntos? Si hay un consejo de pastoral, ahí tendrá que estar el responsable de catequesis de la comunidad, el responsable de la pastoral familiar, el sacerdote... Nos ponemos a caminar todos juntos. Lo que no vale es hacer estructuras que después no tienen ningún significado en la vida. Es decir, que se quedan en estructuras. 

Y hablo también a nivel personal. Yo he tenido siempre consejos de pastoral y consejos presbiterales, y consejos económicos, de todo tipo. Pero, ¿qué protagonismo les he dado a todos para caminar juntos? ¿Eran estructuras porque las mandaba el Derecho? ¿O son estructuras vivas que hacen que la Iglesia camine, observe, se entregue, sirva...? 

En este sentido, el Papa Francisco ha sido clave. Porque, si os dais cuenta, la primera exhortación que nos entregó el Papa fue La alegría del Evangelio, la exhortación en la que nos habla de que nos pongamos en camino todos, de que tenemos que ponernos a vivir la misión. 

Porque lo más hondo del anuncio de nuestro Señor tuvo lugar en el momento de la Ascensión a los Cielos, cuando dijo a los apóstoles: "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16.15). 

A veces nosotros estamos en el corralito. Es fácil estar en el corralito. Nos acostumbramos. Pero ir por el mundo supone ir y entrar por los caminos donde están todos los hombres. Unos me gustarán y otros me gustarán menos. Incluso como criterio personal. Pero yo tengo la obligación de entrar a ver dónde está esa persona. Y en ese camino tengo que acercar el rostro de nuestro Señor. 

Por eso, cuando el Papa habla de claves que son importantes: "la proximidad", "la cercanía", son claves importantes de la vida de la Iglesia. Y eso lo deben comprender todos los cristianos. 

Yo creo que es una gracia de Dios para nosotros el que en este momento haya venido alguien, como el Papa, y nos aliente y nos empuje a ponernos en camino juntos y a descubrir lo que significa esa "sinodalidad" en la vida de la Iglesia. Que no es una democracia. Es algo distinto. Pero sí, es contar con todos y ponernos en camino todos. Y esto es muy importante.

– No cree que se da el peligro de que sea una operación de maquillaje. Alguien puede entender que la sinodalidad significa que todo va a ser escuchado, pero que después se cree una Comisión y que no cambien nada, que todo siga como antes. ¿Cómo se puede evitar?

Evitar supone que los procesos de camino sean reales. Si voy caminando y vamos buscando juntos una dirección, el proceso tiene que ser real. Lo que no puedo hacer es maquillarlo y hacer lo de siempre. Que  es a veces lo que ha pasado y hacemos nosotros. 

Yo creo que es una gracia inmensa de nuestro Señor la que nos regala a la Iglesia ahora para hacer un camino juntos y descubrir que el protagonista de la evangelización es el pueblo de Dios, el santo pueblo de Dios. Y el pueblo de Dios tiene voz, y tiene voces.

– ¿Está proponiendo usted redescubrir la relación entre laicos y sacerdotes?

¡Claro! Laicos, sacerdotes y vida consagrada. Toda la vida consagrada. También las religiosas y religiosos que están en los monasterios de clausura. 

– Usted es un cardenal que recuerda mucho la vida religiosa.

Cardenal Osoro: Bueno, yo la quiero muchísimo, y para mí ha sido clave en mi vida. Y me ha aportado cosas bellísimas y está aportando a la vida de la Iglesia. Creo que oscurecer o prescindir de vida religiosa sería algo absurdo. Ha nacido y es algo de la Iglesia: nació dentro de la Iglesia, y ha servido a la Iglesia. Y sigue sirviendo a la Iglesia.

– ¿La sinodalidad puede ayudar entonces también a redescubrir el papel de la mujer en la Iglesia? Que ese es otro tema pendiente...

Claro, claro que puede, sí, sí. Vamos a ver: recuerdo una carta que escribió el papa San Juan Pablo II sobre la Virgen María, una carta preciosa, que quizá no hemos desentrañado.

Hay que ver los hechos: el protagonismo que Dios da a la mujer. No es algo que nos inventemos nosotros, es algo que Dios mismo lo ha hecho y lo ha dado. Y el protagonismo consiste en el hecho de que Dios podría haber hecho este mundo de muchas maneras, pero quiso hacerlo y quiso hacerlo por los cauces por los que aparecemos nosotros en este mundo. 

Hay dos laderas necesarias para entrar en este mundo, padre y madre. Y sin esas laderas, no existimos. Y Dios para venir a este mundo, quiso precisamente tener esa ladera y tomar rostro humano para que nosotros conociésemos también cómo tenía que ser el verdadero rostro del ser humano. Se hizo hombre y lo hizo a través de la mujer. 

Por otra parte, tengamos en cuenta que el rostro de la mujer es el rostro de la Iglesia. Cuando Pablo VI declaró a María como Madre de la Iglesia insistió en ese rostro maternal de la Iglesia. 

Es la madre que, aunque se confunda, va detrás del hijo y está a su lado. Y el hijo, cuando está en crisis, porque ve que se ha confundido, sabe que puede volver a su madre, que le da un abrazo. 

Incorporar a las mujeres es algo que está en la normalidad de la vida. Yo en los inicios de mi ministerio  sacerdotal, en Santander, ya tenía delegados que eran mujeres, y que participaban en el Consejo Episcopal de mi tierra. 

Me parece que eso es un proceso normal. Es que me parece que es tan normal que discutir de esto me parece que no tiene sentido.

– En su homilía programática, usted habló de la “audacia” de los cristianos, audacia para recibir a los que no creen. Pero acoger a los alejados también es cansado, te hacen muchas preguntas, es incómodo. 

Bueno, a mí no me incomoda.  Me gusta que me hagan preguntas. No te dejan quedarte sentado en el mismo sillón. El sillón lo tienes que cambiar. Y yo creo que eso es bueno para la Iglesia. No es nada malo. Todos, todos, tenemos tendencia a sentarnos en un sillón, en el que estamos cómodos, en el que hacemos el lugar nuestro. 

La experiencia mía ha sido muy bonita. La Iglesia en la que más tiempo he estado ha sido en mi iglesia de origen, la iglesia de Santander, mi tierra, donde estuve más de un año en la parroquia y veinte años de vicario general y de rector del seminario. 

Luego San Juan Pablo II me nombra obispo, primero de Orense, cinco años, y luego arzobispo de Oviedo. Benedicto XVI me nombra arzobispo de Valencia y Francisco me nombra arzobispo de Madrid. 

Por tanto, la vida me ha enseñado que los sillones no están para retenerlos. Por eso doy gracias a Dios. Porque me ha hecho tener que adaptar y convertirme a la gente que tenía en cada momento. De hecho, las personas son muy distintas: Galicia, Asturias, Valencia y Madrid. Son realidades muy diferentes. Pero eso te ayuda. Yo creo que es una bendición de Dios. Quizá yo por tendencia, si no hubiera habido cambios, me hubiera conformado fácilmente y me hubiera acomodado. Y eso me ha hecho estar despierto.

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