El Adviento comienza con esperanza y alegría. Vienen días de paz, de vida, de gozo. ¿Qué desea el corazón humano? Tener paz, seguridad, justicia. Algo brotará que traerá una nueva vida.
Quiero cambiar el sistema, el mundo que me rodea. Acabar con las injusticias y con toda la inseguridad que me rodea. Quiero vivir en la paz que se me promete.
El primer domingo de Adviento, al encender la primera vela, comienza un tiempo de esperanza.
Ya no dudo del amor de Dios que viene a mi vida. Jesús me habla con esperanza de lo que viene por delante de mí. Se acerca mi liberación. Viene un tiempo de esperanza.
El corazón se alegra y siento que puedo confiar. Jesús viene a mi vida a cambiar mi corazón.
Miedo y dudas
Y yo dudo. Tantas veces dudo de lo que no controlo, de lo que no está bajo mi autoridad, bajo mi poder.
Dudo de lo que depende de otras personas, de lo que depende totalmente de Dios.
Me gustaría tener el control de todo y no pensar que al ver signos nuevos se acerca mi liberación.
Quisiera ser capaz de liberarme yo mismo y no temer. Pero tengo miedo. Veo señales de dolor, señales de amenazas.
Mi vida está en peligro y el Señor me pide que confíe porque está cerca mi liberación. Pero yo creo saber lo que me conviene y creo que si me aferro a mi vida es como voy a ser feliz.
¿Qué me puede prometer Dios que yo no pueda poseer por mi propia fuerza? Él me da la liberación.
Un niño me enseñará a confiar
Pero yo siento que no soy esclavo de nada. Me equivoco. Un niño nacerá para hacerme ver que no tengo que vivir con miedo.
Él es poderoso mientras que yo vivo en la indigencia y perdido. No sé hacia dónde caminar.
Y Jesús viene a mi tierra para enseñarme el camino y la forma de vivir. Viene a mí para que confíe en medio de tantos miedos. Eso es el Adviento.
Una espera prolongada, eterna, constante. Si no esperara nada, no me movería de mi desánimo. Me quedaría tirado sin esperar nada nuevo.
Los fracasos me quitaron la esperanza
Había esperado tanto. Había tejido paisajes que no veo, amores que se han ido, realidades que no son reales.
También había pintado amaneceres que no rompen en mi noche. Y había pintado estrellas ahora ocultas por las nubes.
Había confiado en amores de papel que los rompió el viento. Eran más fuerte que los deseos de eternidad.
Y me dejé llevar por el desánimo de los que han caído derrotados muchas veces y creen tener respuestas, negativas todas, para todo.
¿Qué necesito en el desánimo?
Y entonces no escucho otras voces que me dan ánimos. O el cansancio es muy fuerte, o el hambre, o el sueño. Y entonces lo dejo pasar porque no puedo hacer nada.
Y aunque me prometan el cielo al final de la noche ya no me lo creo. Es imposible que alguna luz pueda romper la oscuridad que me cerca.
Quiero alcanzar algo que no me pertenece. Como un niño que desea la fruta prohibida o el pastel que nadie le ha ofrecido.
Y vivo sin derechos en un mundo de derechos injustos. Y quisiera que la esperanza brotara con fuerza dentro de mi alma.
¿Qué me hace falta para ser feliz, para vivir con paz, para tener ilusiones? ¿Qué logrará que mis adicciones no quieran quitarme el control de mi vida?
Un sentido claro
Un propósito, un sueño, un sentido por el que vivir. Comentaba Viktor Frankl el drama de algunos prisioneros en el campo de concentración:
Ante lo adverso de lo que vivo puedo perder de vista la perspectiva más amplia. En lugar de ver una oportunidad para volver a empezar, puedo perder la esperanza en un mar de negras olas.
Así no quiero vivir yo nunca. No quiero que el desánimo sea en mí más fuerte que la luz. Las sombras más fuertes que el amanecer que quiere romper dentro de mi alma.
Tengo un sentido claro.