Aún recuerdo la primera vez que pisé una ciudad que presumía de numerosos récords mundiales y los ofrecía como reclamo turístico.
No pongo en duda ni minusvaloro las grandes obras de ingeniería que en aquellos días pasaron por delante de mis ojos. Pero, recuerdo que ante tal derroche de récords mundiales yo me preguntaba: ¿qué validez tiene eso de que el Señor obra en la normalidad? Y allí, entre un sinfín de retos arquitectónicos pensados con el objetivo de pasar a la historia, me preguntaba por el afán humano de lo extraordinario, de “ser siempre el primero, el más grande, el mejor”, por esa carrera de registrar nuestros límites en el Guinness World Records.
Hemos comenzado el Adviento hace unos días. Un año más, este tiempo litúrgico nos recuerda que Dios no quiere obnubilar o pasmar a los hombres. Dios nos quiere libres, no deslumbrados. Por ese mismo motivo, Él mismo comienza su vida de la forma más normal y natural: estando nueve meses en el vientre de su madre.
Dios no quiere avasallar a los hombres y dejarlos fascinados destacando su omnipotencia. Por eso nace entre pajas en un humilde portal de Belén. ¡Bendita normalidad! ¡Bendito sea Dios que, con su nacimiento, santifica lo más menudo y hace así grande y divina su obra!
En unas semanas, estaremos metidos de lleno en el misterio de la Navidad. El Papa Francisco nos ayuda a entenderlo con las siguientes palabras:
Últimamente, se habla mucho de la motivación en los niños y en los adolescentes. Quieren macro-fiestas de cumpleaños para pasarlo bien, precisan un profesor con toda clase de dones y virtudes para enfrentarse con esmero a la lección, necesitan destacar en algo, pretenden aprobar todas las asignaturas sin fatiga, ser siempre mejor que el otro para no frustrarse.
Y ante tanto Guinness World Records infantil o adolescente, a mí me sale nuevamente un: ¡Bendita normalidad!
Por tanto:
Porque gran parte de lo que muchos consideran como intrascendente, realmente está en las primeras páginas del mejor Guinness World Records: la vida eterna.
Pero para llevar esto a la práctica, es necesario hacer las cosas pequeñas con la mirada puesta en Dios.
No debemos tener límite para las cosas grandes, pero necesitamos concentrarnos en lo pequeño. Pues en la lógica de la Encarnación lo grande se hace pequeño para que lo pequeño se haga grande.
En breve, nacerá Aquel que es capaz de santificar lo más pequeño y con ello ayudarnos a vencer nuestros propios límites. Adviento, espera de la Encarnación de Dios, el cual nos ama tal y como somos, poca cosa y limitados.
Bendita normalidad que, bien aprovechada, baña todo de extraordinario, nos hace un poquito más grandes y permite abrir una nueva página en nuestro Guinness World Records de la eternidad.