Tras una mañana marcada por su discurso en Lesbos, el papa Francisco ha celebrado una misa en la Sala de Conciertos Megaron de Atenas, donde ha instado a los fieles a "convertirse" durante el periodo de Adviento, el 5 de diciembre de 2021.
Francisco subrayó dos aspectos del Evangelio de hoy sobre la figura de san Juan Bautista: el lugar donde se encuentra —el desierto— y el contenido de su mensaje —la conversión.
El Papa explica que la Palabra de Dios no se presenta - según el evangelista Lucas - a personajes famosos: Tiberio, Poncio Pilato, el rey Herodes y a otros “líderes políticos” de entonces y religiosos, Anás y Caifás (cf. Lc 3,1-2).
En cambio la palabra fue dada a san Juan, “un hombre desconocido y solitario”, en el desierto, no en un Palacio o en un Templo (Lc 3,2).
El desierto
“El Señor prefiere la pequeñez y la humildad”, dijo el Papa. Y señaló que era un mensaje “reconfortante”: “Dios, hoy como entonces, dirige la mirada hacia donde dominan la tristeza y la soledad”.
En su última misa pública de su viaje -la segunda después de la celebrada el 3 de diciembre en el estadio de Nicosia, en Chipre-, el Papa fue recibido por unos 2.000 católicos de los ritos latino, bizantino y armenio.
Alrededor de 900 personas estuvieron presentes en la prestigiosa sala de conciertos con el gran órgano en el escenario y un millar siguieron el evento desde otra sala.
Dios “a menudo no logra llegar hasta nosotros mientras estamos en medio de los aplausos y sólo pensamos en nosotros mismos”
El Señor, afirmó, “llega hasta nosotros sobre todo en la hora de la prueba; nos visita en “en nuestros desiertos existenciales”. Ahí nos visita el Señor”.
El Señor llega donde “a menudo no es acogido por quien se siente exitoso, sino por quien siente que ya no puede seguir”. Y llega con palabras de cercanía, compasión y ternura.
Pues, Dios viene en el desierto de nuestra vida “para alcanzarnos en nuestra pequeñez que ama”. Entonces, dijo que “la cuestión no es ser pequeños o pocos, sino abrirse a Dios y a los demás”.
Entretanto - sostuvo - “no tengan miedo de la aridez, porque Dios no la teme, y es allí donde viene a visitarnos”.
En su homilía, el jefe de la Iglesia católica quiso iluminar a los fieles sobre el significado de la conversión, ya que los cristianos han entrado en el tiempo de Adviento y se acercan a la Navidad.
La conversión
“Hablar de conversión puede suscitar tristeza; nos parece difícil de conciliar con el Evangelio de la alegría”.
Pero, el Papa insistió que “esto sucede cuando la conversión se reduce a un esfuerzo moral, como si fuera sólo un fruto de nuestro esfuerzo”.
“El problema está justamente ahí: en basar todo en nuestras propias fuerzas; ahí también anidan la tristeza espiritual y la frustración”.
El Papa ha usado el griego para explicar con la etimología del verbo evangélico que es: “convertirse”, metanoéin.
“Está compuesto por la preposición metá, que aquí significa más allá, y del verbo noéin, que quiere decir pensar.”
“Convertirse, entonces, es pensar más allá, es decir, ir más allá del modo habitual de pensar, más allá de los esquemas mentales a los que estamos acostumbrados”.
Instó a salir de la “pretensión de autosuficiencia”. “O en esos esquemas cerrados por la rigidez y el miedo que paralizan.
Dios nos ayuda a salir de la mediocridad
“Convertirse, entonces, significa, sostuvo el Papa , “no prestar oído a aquello que corroe la esperanza, a quien repite que en la vida nunca cambiará nada”.
Convertirse, dijo, es “rechazar el creer que estamos destinados a hundirnos en las arenas movedizas de la mediocridad”.
Convertirse “es no rendirse a los fantasmas interiores, que se presentan sobre todo en los momentos de prueba para desalentarnos y decirnos que no podemos, que todo está mal y que ser santos no es para nosotros”.
“No es así, porqué está Dios. Es necesario fiarse de Él, porque Él es nuestro más allá, nuestra fuerza”, añadió.
Dios es el agua para nuestro desierto
La conversión, sostuvo es dejar “el primer lugar a Él”. Dios “cura nuestros miedos, sana nuestras heridas, transforma los lugares áridos en manantiales de agua”.
“Pidamos la gracia de la esperanza” a Jesús e invitó a que pidamos a “nuestra Madre Santísima que nos ayude a ser, como ella, testigos de esperanza, sembradores de alegría a nuestro alrededor.”
La “esperanza no desilusiona jamás, no sólo cuando estamos contentos y estamos juntos, sino cada día, en los desiertos donde vivimos. Porque es allí que, con la gracia de Dios, nuestra vida está llamada a convertirse y a florecer”.
El Obispo de Roma animó a pedir esta “gracia” al Señor para aceptar esta “verdad”, concluyó.
Al final de la celebración, el Papa Francisco agradeció la acogida recibida en el país en vísperas de su partida. Mañana", dijo, "dejaré Grecia, pero no los dejaré a ustedes…Les llevaré en mi memoria y en mi oración”.