En la noche del 5 de diciembre, la vigilia de san Nicolás, salen a la calle los monstruosos Krampus, demonios que se asemejan al Fauno, personaje de la mitología romana.
Estos temibles demonios salen en busca de los niños que se han “portado mal” y se los llevan en una gran bolsa que cargan en sus hombres.
Por toda la noche y hasta el otro día, los krampus, pasan por las casas de donde están los niños aterrorizándoles con sus gritos. Usan las cadenas que hacen sonar contra el suelo o asustan con el tintineo de los grandes cascabeles que cuelgan en sus peludos cuerpos.
Todo esto termina cuando el bondadoso san Nicolás aparece y echa a los demonios. A los niños buenos les regala dulce y a los niños que no se portaron bien les da carbón, con la promesa que para el año que viene recibirán dulces, después de haber constatado que fueron “buenos”.
Una tradición de más de 500 años
La tradición nace hace más de 500 años, cuando en una época en que reinaba la carestía, jóvenes de pequeñas aldeas, se enmascaraban, vestían sucias pieles y salían a robar en las aldeas vecinas, creando el pánico entre los pobladores.
Un día sin que se dieran cuentan se integró al grupo el mismo diablo, uniéndose a sus fechorías. Hasta que uno de ellos lo reconoció por sus pezuñas de cabra.
Ahora los aterrorizados eran los jóvenes, que inmediatamente pidieron la ayuda con tantas oraciones a san Nicolás, que intervino exorcizando y alejando para siempre el demonio en toda la zona.
Desde entonces se recuerda su intervención para el día de su fiesta el 6 de diciembre. Depende del país, se realizan grandes fiestas, con procesiones, mercadillos, y dulces para los “niños buenos” y para los “niños no tan buenos”.
Algunos de esos dulces tienen la forma de un Krampus.