Uno de los mayores retos a los que se enfrentó el cristianismo del primer milenio fue el arrianismo.
Se trataba de una herejía que negaba la Santísima Trinidad. Para Arrio, el sacerdote egipcio que la inventó y propagó, Jesucristo no era Dios. Sólo era una criatura creada por Dios Padre.
El concilio de Nicea condenó esta herejía en el año 325, pero siguió difundiéndose por todo el Imperio Romano. San Valeriano fue una de sus víctimas.
Valeriano nació en el año 377. Fue sacerdote y posteriormente se convirtió en obispo de Abbensa, una ciudad de la provincia romana del África proconsular, un rico territorio que abarcaba la costa mediterránea de las actuales Túnez, Libia y Argelia.
En la zona reinaban los vándalos. Desde el Edicto de Caracalla, del año 212, eran considerados ciudadanos romanos. Ostentaba el poder el rey Genserico, que era arriano y perseguía el cristianismo.
Primero Genserico chocó con el obispo san Valeriano en el plano de las ideas, puesto que se empecinó en la herejía.
Al ver que no podía imponerse al santo, inició una campaña de desprestigio, que san Valeriano asumió como parte de su tarea pastoral.
Genserico no tuvo suficiente y confiscó bienes de la Iglesia. Además, ordenó al obispo que le entregara los vasos sagrados, a lo cual san Valeriano se negó.
El rey vándalo insistió hasta el punto de montar en cólera y ordenó expulsar de la ciudad al obispo, que ya tenía cerca de 90 años.
Genserico prohibió que se le diera alojamiento o alimento. Y así, el anciano san Valeriano estuvo a la intemperie hasta que falleció.
La fiesta de san Valeriano se celebra el 15 de diciembre.
Oración
Tú, Señor, que concediste a San Valeriano el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo, que vive y reina contigo.