—Me gustaba que a mi padre se le pasaran las copas, porque era cuando me abrazaba y me demostraba cariño, muchas veces delante de otras personas. Bastaba un poco de alcohol, para que brotara de su interior ese talante afectivo que se encontraba duramente reprimido.
Era muy distante y autoritario, y mi madre muy sumisa y afectivamente empobrecida.
A ambos les ocultaba mis problemas, errores, preocupaciones, ni qué decir de mis ilusiones. Cuando murieron, no derramé una sola lágrima, descubriendo que como ellos, podía poner distancia entre la realidad y mis emociones.
Y al casarme repetí los mismos patrones.
Lo que formé fue un ambiente rígido, por el que mis hijos sufrían muchas desadaptaciones que manifestaban con críticas destructivas y dobles mensajes acerca de lo que consideraban mis defectos y actitudes. En cierto momento me mandaron llamar de la escuela, para informarme de su bajísimo rendimiento escolar y porque habían comentado sobre su mala relación conmigo.
Amándolos a mi manera, me frustraba profundamente.
No sabía qué hacer
Entonces acudí a ayuda especializada. Esperaba un curso sobre educación de los hijos, u otras ayudas. No sucedió así.
Para mi sorpresa, el especialista, después de hablar con cada uno de mis hijos, y tocando mi turno, me preguntó si los amaba. Mi enérgica respuesta fue: ¡por supuesto, si no fuera así no estaría aquí!
Me quedé de una pieza cuando le escuche decirme que, para empezar a corregir muchas cosas, antes que nada, yo debía aprender a manifestar mi afecto, y que en eso se enfocaría fundamentalmente su ayuda.
Consideraba a mi familia disfuncional y… ¡era yo el que necesitaba de terapia!
Con todo, después de vencer mi resistencia, comencé una terapia que me hizo reconocer poco a poco los mecanismos psicológicos profundos por los que, al igual que mis padres, frenaba mi afectividad.
Sin embargo, me daba temor cambiar, pues consideraba la necesidad de dar y necesitar afecto como una debilidad de carácter que, ante todo, exponía al dolor.
En realidad, vivía una pobre existencia, pues si bien quien ama se expone a experimentar dolor, también por ese sentimiento se vive el mayor gozo. Yo vivía despojado de un ingrediente por cuya virtud las personas vibran, se compadecen y participan de los sentimientos ajenos.
Sería un proceso en el que con humildad debía aprender, haciendo cambios desde mi interior.
Objetivo principal de la terapia
Primeros cambios
Y más…
He ido recuperando a mis hijos
Poco a poco, he ido recuperando a mis hijos, el ambiente se va volviendo abierto y flexible. Falta mucho por recorrer, muchas heridas que sanar y curar, pero ahora sé que el camino es el correcto.
Si quieres ser amado, acoge el amor de quienes te lo manifiestan; y si quieres ser todavía más amado, expresa tu amor con manifestaciones de afecto.
Por Orfa Astorga de Lira
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