Los cristianos durante muchos siglos se centraban los días de la última semana de Adviento en expulsar a los demonios que pudieran estar acechando en los rincones de su casa y propiedades. Creían en el principio espiritual básico de que para poder invitar a Dios a su hogar, necesitaban "exorcizarlo" de cualquier influencia maligna.
Este no era un exorcismo formal realizado por un sacerdote, sino más bien un servicio de oración “familiar”, dirigido por el cabeza de familia.
Francis Xaver Weiser explica esta costumbre de Adviento en su libro Handbook of Christian Feasts and Customs.
Una tradición bien católica
Para algunos, puede parecer una práctica supersticiosa, pero refleja una auténtica cosmovisión cristiana.
Los demonios existen y no les gusta cuando celebramos días como el nacimiento de Cristo. Tendría sentido que quisieran hacer cualquier cosa que estuviera en sus manos para interrumpir tal celebración.
Esta costumbre reconoce esta realidad e invoca el poder de Dios para ahuyentar a los espíritus malignos. Dios es siempre el que hace el trabajo; simplemente lo invitamos a ejercer su poder.