Cecilia decidió adoptar el nombre de la villa como pseudónimo. Lo cuenta así: «Gustóme ese nombre por su sabor antiguo y caballeresco, y sin titubear un momento lo envié a Madrid, trocando para el público, modestas faldas de Cecilia por los castizos calzones de Fernán Caballero».
A Fernán Caballero se atribuye un papel notable en la renovación de la novela española de mitad del siglo XIX. Se recrea en escenas populares y costumbristas, acentúa la dimensión didáctica apoyada en la vida cotidiana del pueblo, de cuyo ambiente da buena cuenta. Sus personajes son, en líneas generales, paradigmas, tipos humanos.
Muestra de descripción de un tipo humano, intención didáctica (gramatical, en este caso) y costumbrismo podemos verlo en esta presentación de la tía Pavona en La noche de Navidad (1862): «se llamaba la tía Pavona porque su marido había tenido por nombre el tío Pavón. Como la lengua española marca clara y perentoriamente los géneros femeninos y masculinos con la a y la o, habíanla colocado una a al final del apellido para significar con este distintivo que la persona así nombrada pertenecía al bello sexo, terriblemente degenerado en esta ocasión, porque la tía Pavona que era chica, delgada, apergaminada, bisoja y negra como un cisco, podía darle un susto al miedo».
La tía Pavona es el arquetipo de viuda «declarada enemiga de los niños», de cuyo continuo bullir reniega: «¡Que no se quedasen para descanso del mundo en las mientes del Señor! […] ¡Jesús, y qué bien vendría otro Herodes».
La Nochebuena es especialmente mal momento para detestar a los niños. Beatriz, otra viuda en cuya casa transcurre el relato de La noche de Navidad, le replica a la tía Pavona: «¿No sabe usted que hoy es la fiesta de ellos, la santa Nochebuena? […] Que entren todos, que el Niño Dios los quiere alrededor de sí».
Finalmente los niños entran, ¿qué sería una Nochebuena sin niños, sin dulces y mistela? Y se cantan villancicos, claro. En pocas palabras, esboza nuestra autora lo que podríamos denominar teoría del villancico como lugar teológico, como condensación de la sabiduría del pueblo expresada con un saber literario digno de la alta cultura. Son expresión de sencillez, candor, genuinidad y «tienen una buena fe que conmueve, y aún literariamente un gran valor, que no está al alcance de todos. [Los villancicos muestran] cómo entiende y siente el pueblo esta fiesta, hasta qué punto está instruido de ella y cómo la explica». Transcribe algunos villancicos que muestran, efectivamente, la fusión de sencillez, ritmo poético, alta literatura y finura teológica:
«Al niño recién nacido
Todos le traen un don;
Yo soy chico y nada tengo:
Le traigo mi corazón».
Concluye sobre los villancicos señalando: «día llegara […] en que en España, como en los demás países de alta cultura, se aprecien estas composiciones populares como se buscan las fuentes de todo río».
El relato La noche de Navidad narra con maestría una velada en casa de Beatriz. Todo transcurre como suelen hacerlo estas fiestas, entre cantos y alegría ante el Belén. Pero en un momento dado, la autora introduce un giro tan original como atinado. En la puerta de la casa aparece un niño, un expósito, una criaturita abandonada en una noche tan fría.
Es fácil suponer qué actitud adoptará la tía Pavona. Pero, ¿Y doña Beatriz, y el resto? ¿Qué hacer? Amiga de recoger el sentir del pueblo expresado en refranes, Fernán Caballero recuerda que «quien bien hace, para sí hace». No desvelaremos más detalles para que el lector pueda descubrirlos por él mismo y alegrarse con la inmensa alegría que desborda el corazón en estas fechas.