Emilia Pardo Bazán es uno de los nombres clave para entender la literatura en lengua castellana de todos los tiempos. Desde bien pequeña demostró ser alguien excepcional pues, a pesar de su condición femenina, no quiso renunciar al desarrollo de su intelecto en una sociedad que no aplaudía el esfuerzo de las mujeres más allá del hogar.
Siendo una niña, disfrutaba con un libro en la mano y ya con nueve años había compuesto sus primeros versos.
No es de extrañar que a partir de entonces y a lo largo de su longeva existencia llevara a cabo una de las producciones literarias más extensa de la historia contemporánea. Entre sus muchos ensayos, poemas, novelas, libros de viaje, obras de teatro, escribió varias obras dedicadas a la Navidad. La primera, Cuentos de Navidad y Año Nuevo, data de 1893; nueve años después, escribía Cuentos de Navidad y Reyes.
Cuentos de Navidad y Año Nuevo (1893)
Cuando Emilia Pardo Bazán escribió su primera compilación de textos navideños era ya una reputada escritora de cuarenta y dos años que había demostrado su valía con la obra que la haría inmortal, Los Pazos de Ulloa.
En esta primera obra dedicada a la Navidad, Pardo Bazán hacía un ejercicio original relatando cuentos fantásticos en los que imaginaba cómo sería la Nochebuena en lugares tan significativos para el cristiano como el Infierno, el Purgatorio, el Limbo o el Cielo.
Le seguí, y salimos de los amenísimos jardines que rodean la Sión divina, a una campiña vulgar, rústica y fragosa a trechos. Atravesamos un villorrio de desparramadas casucas, entrando en él por una puerta de herradura muy ruinosa. Las calles estaban desiertas. Comprendí que era la villita de Belén. Seguimos una callejuela que más parecía senda campestre, pues los edificios aislados y en desorden no tenían aspecto urbano, y alcanzamos un vasto espacio vacío, un páramo que semejaba agujero abierto en el centro del lugar. Allí vimos una especie de cobertizo, sombreado por un árbol enorme, que me pareció un terebinto, y cuyo ramaje se extendía formando techumbre. Al tronco del árbol estaba atado un jumentillo; una mujer joven, vestida de lana blanca, reposaba al pie del árbol, en actitud de cansancio. Notábase el bulto de su vientre...
-Es María -me dijo el poeta-. Siente que se acerca la hora de dar a luz, y quiere lograr asilo en ese cobertizo; José ha ido a hablar con los dueños, y se lo niegan; mira cómo vuelve cabizbajo. Ahora propone a su mujer llevarla a una gruta que sirve de aprisco y establo a los pastores... Ya se levanta ella trabajosamente... Se dirigen a la gruta... Mira.
Una historia digna de una Autora en mayúsculas que invitaba al lector a acompañar a un atormentado poeta por los distintos estadios de Ultratumba para culminar con dos breves historias sobre una mujer estéril y la exaltación de una vida nueva.
Ángela, exaltada, materializó, por espacio de algunos segundos, la imagen del año que se iba y la del que venía. Los vio tal cual los pintan en alegorías y almanaques: el que se iba, centenario de luenga barba nívea, de agobiado espinazo, de trémulas manos secas, apoyado en nudoso bastón, envuelto en burdo capote gris, del gris acuoso de las nubes; y el que venía, rollizo bebé, en camisa, hoyoso, carrilludo, colorado, juguetón de pies, acariciador de manos, con luz del cielo en los ojos azules y rosas de primavera en los labios, que aún humedece la ambrosía de la leche maternal...
Cuentos de Navidad y Reyes (1902)
Años después, entre una ingente obra literaria y un implicado activismo en favor de las mujeres en el que no dejó nunca de reivindicar su derecho a ser educada en igualdad de condiciones al hombre, se volcó en la creación de dieciocho relatos breves relacionados con estos días vistos desde ópticas muy distintas.
En el primero de ellos hace una hermosa recreación de la adoración del Santo Padre, entonces Pío IX, a la figura del Belén en la ciudad de Roma.
-Sí; el Papa en persona -no como hoy su estatua, sino él mismo, en carne y hueso, porque todavía Roma le pertenece- es quien, en presencia de una multitud que palpita de entusiasmo, va a arrodillarse allí, delante la cuna donde, sobre mullida paja, descansa y sonríe el Niño. Es la noche del 24 de diciembre: ya la grave campana de Santángelo se prepara a herir doce voces el aire y la carroza pontifical, sin escolta, sin aparato, se detiene al pie de la escalinata de Trinità.
Otras historias menos convencionales, como la Navidad vista a través de los ojos tristes de un mulo llamado Peludo, de un empedernido jugador, la conmovedora historia de una pareja ante el Belén o la tierna historia del nacimiento de una niña el mismo día que Jesús, deleitan a los amantes de la literatura con relatos navideños solo a la altura de una de las plumas más ilustres de la historia universal.
El matrimonio vio, al fin, cumplidos sus deseos: la niña vino al mundo un 24 de diciembre, circunstancia que pareció señal del favor divino; pusiéronle en la pila el dulce nombre de Jesusa, y la rodearon de cuanto mimo pueden ofrecer a su único retoño dos esposos ya maduros, muy ricos, y que solo pedían a la suerte una criatura a quien transmitir fortuna y nombre. La cuna fue mullida con pétalos de rosa, y hasta el ambiente se hizo tibio y perfumado para acariciar el tierno rostro de la recién nacida...
Extractos de las obras de Emilia Pardo Bazán Cuentos de Navidad y Año Nuevo (1893) y Cuentos de Navidad y Reyes (1902)