La serena reflexión de Víctor Frankl tras experimentar múltiples experiencias en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial propone:
Al hombre, escribía contemplando la solidaridad en los campos, “se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias– para decidir su propio camino”.
Entre su apertura en mayo de 1940 y su liberación, en enero de 1945, fueron cinco las Navidades vividas en los campos de concentración y exterminio de Auschwitz.
Y aun en un marco de horror extremo, con una persistente intención de destruir su espíritu de parte de las fuerzas nazis, dentro de las barracas los prisioneros se las arreglaron para encontrar motivos para la celebración y la esperanza. Como si de confirmar lo que tiempo después Frankl escribiría se tratase.
Testimonios de supervivientes
El Memorial y Museo Auschwitz-Birkenau hace un pormenorizado recorrido por las Navidades en los campos de acuerdo a los testimonios recolectados entre supervivientes.
De su recopilación, se sabe que en 1940 los nazis montaron un árbol navideño debajo del que pusieron cuerpos de prisioneros fallecidos durante las tareas.
Según recoge el museo, el comandante del campo Karl Fritzsch, cínicamente, ofrecía los cuerpos como regalo para los que estaban con vida.
Al año siguiente, al cinismo del asesinato masivo se le sumó la lectura pública completa en alemán del mensaje para la Navidad de Pío XII.
Pasadas las 6 de la tarde, a los prisioneros se les convocaba para escuchar, pese a las bajísimas temperaturas, el extenso mensaje.
La esperanza se abre paso
Pero ya de ese 1941 hay testimonios de atisbos de esperanza dentro de las barracas; con recuerdos de cantos de villancicos alemanes e incluso polacos, uno de los cuales canta “Dios ha nacido, los grandes poderes tiemblan”.
Incluso hay registro de un árbol de navidad clandestinamente introducido en el bloque 25.
En 1942 se repitió el atroz gesto nazi del árbol de la muerte; pero se sabe de mujeres polacas que lograron encender velas, de cantos de villancicos en numerosos bloques; e incluso, en el 18a, de una Misa celebrada clandestinamente por un sacerdote con un trozo de pan.
Con el cambio de comandante en 1943, las condiciones mejoraron notablemente, e incluso varios pudieron recibir la comunión.
Incluso hay registro, destaca el Museo en un artículo, de que algunos cristianos compartieron la comunión con prisioneros judíos.
Y ya para la Navidad de 1944, semanas antes de la liberación, se registró una aprobación tácita para que un sacerdote celebrara la Misa de Nochebuena.
Y niños prisioneros pudieron recibir regalos confeccionados por mujeres. La luz, finalmente, llegaría a Auschwitz.
El campo fue liberado el 27 de enero de 1945.
En las cinco Navidades hubo horror y cinismo. Pero también celebración y esperanza.
Como decía Frankl, el hombre pudo conservar un vestigio de la libertad espiritual, aun en los escenarios físicos y espirituales más demoledores.