Cuando a más de algún varón o mujer se le pregunta sobre su primer amor, suelen transportarse vívidamente a las emociones sensibles del primer beso, o la sublime caricia de una relación idealizada y plena de romanticismo, anclada en el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue.
Lo cierto es que en tales casos se puede hablar del primer enamoramiento o amor primero, al que pudieron haber seguido otros amores, más nunca del primer amor pleno y total, cosa muy distinta.
Entonces… ¿Cuál es ese primer y verdadero amor?
La pregunta se hizo a varios matrimonios que han cumplido décadas en su unión y han sabido ser felices, con la certeza de haber encontrado al amor de su vida.
Esta es una de las respuestas a la pregunta, que contiene en sí muchas coincidencias escuchadas en las demás.
—Cuando percibí el amor por quien sería mi esposa, supe que sería el primero y último. Que sería pleno y total, pues abarcaría toda mi vida para convertirse en un para siempre.
Que me casaría por amor y para amar, fuera del contexto de lo pasajero, como lo pueden ser los recuerdos por sublimes que fuesen. Que no guardaría como objeto de mi reflexión algo que perteneció a lo temporal; como aquel primer beso, aquel poema, la sensación primera del más puro abrazo, o la delicadeza de una caricia en la nuca en aquella tarde de cine.
Lo haría sí, pero no nostálgicamente, como suele hacerse con los recuerdos de un primer enamoramiento, pues mi amor por ser pleno y total, siempre se podría actualizar en otros abrazos, otros besos, otras caricias, cada vez más profundos y más verdaderos.
Sería un para siempre a conquistar cada día.
Por supuesto que comprenderlo y asumirlo me ayudó a no esperar una novela rosa de nuestro amor sino, sobre todo, a hacerlo realizable a través de las exigencias de la vida conyugal, pues nuestra historia cobiográfica tuvo los claroscuros de todo amor humano.
Aceptando y luchando
Por ello, para mi esposa y para mí, el sentido de un amor así, significaba la aceptación y lucha por superar nuestros defectos y limitaciones, así como la superación de las influencias y pruebas difíciles de nuestros espacios y tiempos.
Que en las circunstancias que fuesen, debíamos descubrir nuevas formas de asumir nuestro amor en lo que solo puede ofrecer su plenitud y totalidad, sin exponerlo al desgaste de lo trivial y pasajero, para conservar lo que jamás pasaría entre todo lo que nos pasaba.
Así, formamos nuestra familia y nuestro amor para siempre se extendió a nuestros hijos con un amor sin medida, y la certeza de que Dios, que participa de esos sentimientos, los ha hecho divinizables, para que se conserven vivos e intensos en nuestro reencuentro para siempre en la eternidad.
Deseo de inmortalidad en nosotros
Un amor bueno y verdadero despierta el deseo irreprimible de la inmortalidad, que no es un deseo de lo imposible, sino que señala la verdad de que, lo más hondamente humano, no es el vivirse en el contexto de lo pasajero, sino realizarse en cada instante con la actitud de lo definitivo.
Y esa verdad ilumina el camino del amor para hacerlo cada vez más pleno y total.
Por Orfa Astorga de Lira
En Aleteia te orientamos gratuitamente: consúltanos escribiendo a: consultorio@aleteia.org