El “arte de partear”, como se conocía en siglos pasados la ciencia de traer niños al mundo, fue un arte que durante mucho tiempo estuvo en manos de sabias mujeres. Parteras que aglutinaron a lo largo de los años y transmitieron de generación en generación, la sabiduría adquirida a base de observación y experiencia.
En un tiempo en el que el saber y el acceso a la educación estaban vetados a la gran mayoría de mujeres, las parteras consiguieron ser respetadas, sobre todo por las futuras madres. Muchas de ellas y sus hijos, salvaron sus vidas gracias a la buena práctica de las parteras, que supieron superar complicaciones que en aquellos tiempos podían resultar letales.
Louise Bourgeois fue una de esas parteras, de las pocas cuyo nombre traspasó los muros del silencio de la historia. Su identidad se mantuvo porque tuvo un importante papel en la corte de los reyes de Francia convirtiéndose en la partera real de la reina María de Médici.
Antes de conseguir tan elevado puesto, Louise había pasado todo tipo de vicisitudes.
Nacida en el seno de una familia burguesa acomodada en 1563, Louise recibió una buena educación. A finales de 1584, se casaba con un barbero cirujano llamado Martin Boursier, perteneciente al ejército real, con el que llegó a tener tres hijos. La vida de la familia transcurría tranquila hasta que, en 1589, Enrique de Navarra atacó París.
La conocida como la Guerra de los Tres Enriques, entre Enrique III de Francia, Enrique I, duque de Guisa y Enrique III de Navarra, había sumido al reino en un caos terrible. Enrique de Navarra, cuñado del rey francés por su matrimonio con Margarita de Valois, terminaría enfrentándose a la liga católica que se negaba a tener en el trono de París a un soberano protestante.
Tras muchos años de conflicto, y tras la muerte de Enrique III de Francia, Enrique III de Navarra aceptaba las condiciones de las fuerzas católicas y se convirtió al catolicismo tras afirmar en aquella célebre frase, “París bien vale una misa”.
Convertido en rey francés como Enrique IV, en 1598 firmaba el conocido como Edicto de Nantes por el que se decretaba la tolerancia religiosa. En aquel contexto bélico, el marido de Louise, Martin Boursier, había marchado como médico real a la guerra y no regresó a casa hasta 1594.
Sola, con sus tres hijos y a cargo de su madre, Louise tuvo que asumir la responsabilidad de sacar adelante a una familia mermada económicamente. Para ello empezó a realizar trabajos sencillos como tejer o bordar.
Ejercer de matrona
Cuando la familia se reencontró, Louise tomó la decisión de continuar trabajando pero no en el sector textil, sino en el mundo de la matronería. Ayudada por su marido, Louise estudió las obras del cirujano Ambroise Paté y empezó a asistir partos de mujeres pobres hasta que estuvo preparada para realizar el examen que le permitiría ejercer de manera oficial.
En 1598 consiguió la licencia oficial para ejercer como matrona, profesión que realizó con éxito por todo París. La fama de la partera llegó hasta los pasillos de palacio donde la reina María de Médici, segunda esposa de Enrique IV, esperaba a su primer hijo. Aquel debía ser un acontecimiento trascendental para una Francia cansada de guerras e inestabilidad dinástica.
Ser la partera real implicaba una gran responsabilidad, sobre todo en aquel momento en el que la reina María de Médicis esperaba un heredero después de décadas sin que Francia hubiera visto nacer un vástago real.
Tras el nacimiento del delfín, Enrique IV reconoció que no había conocido a nadie “con la capacidad de resolución de esta mujer de aquí, ni en situación de guerra ni en otra circunstancia”. Desde entonces, ganada la confianza de los soberanos, Louise Bourgeois permanecería en palacio donde acompañaría a la reina en los partos de sus otros seis hijos e hijas.
La fama de la partera real se extendió entre las damas de la corte que reclamaban sus servicios cada vez que esperaban un hijo. Durante más de dos décadas vivió y disfrutó de una posición privilegiada.
Pero en 1627, la muerte durante el parto de la princesa María de Borbón-Montpensier, la llevó al ostracismo profesional, no sin antes pasar por un duro juicio en el que no se amedrentó y se enfrentó a los médicos que no dudaron en destruir su carrera como partera, a pesar de que nunca se demostró de quién había sido la responsabilidad última de la muerte de la princesa.
Retirada de la actividad profesional, Louise Bourgeois se centró en recopilar todo el saber acumulado durante años en una obra titulada Observaciones diversas sobre la esterilidad, el aborto, la fertilidad, el parto y enfermedades de la mujer y los recién nacidos. Esta se convirtió en manual de referencia durante años. En uno de los capítulos más personales del libro, “Consejos a mi hija”, Louise explicaba a su hija cómo ser una buena matrona y, entre sus sabios consejos le pedía que tuviera siempre presente el temor de Dios y fuera caritativa con las mujeres humildes, tratándolas con el mismo cariño y profesionalidad que si fueran damas de alta alcurnia.
Después de una larga vida dedicada a la matronería, trayendo al mundo a miles de niños de todas las clases sociales y transmitiendo su sabiduría a nuevas generaciones, Louise Bourgeois fallecía en 1636.