Sabemos que esa historia de amor es trágica desde el título mismo: La más excelente y lamentable tragedia de Romeo y Julieta (Romeo and Juliet o The Most Excellent and Lamentable Tragedy of Romeo and Juliet).
La obra forma parte del canon occidental. Es mundialmente conocido su argumento y, por eso, no parece tener sentido repetirlo. Pero eso ocurre también en la propia obra de Shakespeare ya que en el mismo inicio el coro revela ya todo: En Verona, «dos familias, iguales una y otra en abolengo, impulsadas por antiguos rencores, desencadenan nuevos disturbios […]. De la entraña fatal de estos dos enemigos cobraron vida bajo contraria estrella dos amantes, cuya desventura y lastimoso término entierra con su muerte la lucha de sus progenitores».
Como se ve, el propio Shakespeare hace spoiler de su obra. Cabría interpretar que más que lo que ocurre, hay que fijarse en el sentido de lo que ocurre.
¿Por qué es trágica esta historia de amor? ¿Qué elementos de esa relación precipitan el desastre?
Sugiero fijarnos en dos aspectos: en primer término, la actitud de Romeo respecto al amor; en segundo lugar, la actitud de los amantes en relación con sus familias.
Romeo aparece desde el primer momento como preso de un amor no correspondido, «privado de los favores de aquella a quien adoro» ya que «no hay modo de que haga en ella blanco la saeta de Cupido». Hundido, la vida no tiene sentido sin la que ama, su alma es «de plomo, que me deja clavado en el suelo sin poderme mover».
Conviene no equivocarse: no es Julieta quien causa ese terremoto en el ánimo de Romeo. Julieta aparecerá poco después. Veamos qué ocurre cuando Julieta se adueña del ánimo de Romeo.
Así lo ve Romeo: «¿Por ventura amó hasta ahora mi corazón? ¡Ojos, desmentidlo! ¡Porque hasta la noche presente jamás conocí la verdadera hermosura!».
Así lo canta también el coro: «Ahora yace el antiguo deseo en su lecho de muerte, y una nueva pasión aspira a ser su heredera. La hermosura, por quien suspiraba el amante y quería morir ha perdido su encanto, comparada con la tierna Julieta».
Lo que Romeo llamaba amor, vida, alma y sentido, el coro lo llama pasión y deseo (Now old desire doth in his death-bed lie): y el deseo de Julieta ocupa el lugar del antiguo deseo. Y es que, como es sabido, en el amor hay un componente de deseo, de sentimiento, de afecto y pasión. Pero el amor, quien lo probó lo sabe, es otra cosa.
Dejemos ahí esta primera indicación y pasemos al segundo aspecto que podría explicar que esta historia de amor y gozo acabe en tragedia y muerte.
Romeo es Montesco; Julieta, Capuleto. Montescos y Capuletos, todos y cada uno, son enemigos irreconciliables. Entre Capuletos y Montescos hay pasión y deseo pero de odio y muerte.
El problema está claro. Siendo Romeo Montesco, odiador de Capuletos, no puede amar a Julieta, odiadora de Montescos. La situación parece abocada al desastre.
Shakespeare plantea dos posibles soluciones. La primera viene de la mano de Julieta: «¡Oh, Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto». Julieta ratifica que un Capuleto y un Montesco no pueden amarse e intenta aislar la individualidad, la realidad de Romeo y de Julieta, al margen de su pertenencia a sus respectivas familias. Lo real, diría Julieta, son los individuos: «¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! […] Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquier otra denominación».
La solución de Julieta es muy moderna: el individuo que se hace a sí mismo, como la rosa, que perfuma independientemente del contexto en el que se halle. Este intento supone coraje, destaca elementos valiosos pero tiene el inconveniente de ser falsa. Por decirlo en términos de Ortega y Gasset, Julieta intenta una comprensión del hombre sin sus circunstancias. El hombre es un ser relacional, las circunstancias nos constituyen, nos hacen ser lo que somos. El intento de despojar a los individuos (Romeo y Julieta) de sus circunstancias culturales y familiares acaba en tragedia y muerte. Porque esa concepción del individuo es ficticia.
Shakespeare pone en boca de Fray Lorenzo otra vía de solución. El monje es consciente de la misma realidad que Julieta: es imposible que un Capuleto y un Montesco se amen; es imposible el amor de Romeo y Julieta tal como están las cosas. Porque lo que define a ambos es el odio y el odio engendra tragedia y muerte.
Pero Fray Lorenzo tiene otra visión. Quiere ayudar a los amantes «porque esta alianza puede ser dichosa, cambiando en puro afecto el rencor de vuestras familias».
Lo que Fray Lorenzo ve es que es cierto que estas familias se definen por el odio mutuo e integran a sus miembros en esa corriente de animadversión. Pero también ve que el amor de Romeo y Julieta puede cambiar ese odio en afecto. No se trata (como quería Julieta) de anular la real pertenencia a la familia de origen, no se trata de aislar falsamente individuos singulares de sus circunstancias. Se trata de afirmar la pertenencia, de asumir las circunstancias y torcer el curso del destino mediante el ejercicio de la voluntad.
Si los Montesco dejan su aversión seguirán siendo Montescos. Si los Capuleto renuncian al rencor, seguirán siendo Capuletos.
Un Montesco enamorado no sólo es posible sino que es la mejor versión de un Montesco. Romeo enamorado no será un individuo sin familia, no será un ser asocial que repudie el mundo. Romeo enamorado será Montesco; más aún: será la mejor expresión de un Montesco, lo mejor que un miembro de su familia puede llegar a ser. Y si ama a Julieta, no puede ofrecerle sino la mejor versión de sí mismo. Y podrá, por eso mismo, saberse y sentirse amado por una Capuleto amante. Y si eso ocurre, habrán construido un ámbito de relaciones, una red de circunstancias, en la que sin que Julieta tenga que renunciar a ser Capuleto ni Romeo tenga que abandonar a los Montesco, puedan vivir una historia de amor que no sea una tragedia.