Con un título así, se podría creer que hablamos de una historia inspirada en los cuentos del gran escritor Luis Sepúlveda, pero la historia de esta gaviota es verdadera.
Emilio, bautizado con este nombre, porque ha elegido la basílica Emilia para nidificar, es una gaviota romana real.
Una gaviota que ama el frío, por eso, cuando llega el caluroso verano romano, deja el Parque Arqueológico del Coliseo para dirigirse a los Alpes, concretamente al lago Constanza entre Suiza y Alemania.
Un vuelo de 750 km que comienza en Julio desde Roma, pasando por todo el norte de Italia.
Luego que pasa unos meses de vacaciones de verano en el lago, Emilio regresa a su “casa” en el centro del Foro Romano, para pasar un invierno menos severo y nidificar.
Todo el entero viaje es monitoreado mediante el uso del GPS y microchips, por un grupo de científicos y ornitólogos de la asociación Ornis Italica que estudia estas dinámicas.
Emilio, no es el único, son 6 las gaviotas que monitorea la asociación, pero sin dudas es él la estrella, debido al largo viaje que emprende todos los años, para volver su residencia en los restos de lo que fue la basílica Emilia.
La basílica Emilia, no es una basílica como las actuales cristianas, esta en particular es del año 179 a. C.
Forma parte de las denominadas basílicas republicanas, y es la única que al menos quedan los restos, las demás desaparecieron por completo.
La función de una basílica en el Antiguo Imperio Romano, era el de albergar en un gran espacio cubierto los tribunales y los encargados de transacciones económicas de las intemperies del clima.
Pues la estructura de una basílica era compuesta de unas hileras de columnas que sostenían por lo general un techo de dos aguas.
Más tarde con el edicto de Milán, usaron las basílicas romanas como templos, y nuevas iglesias y santuarios se construyeron siguiendo esta estructura arquitectónica.