Antonia Lucía era una mujer humilde, de vida sencilla, que había nacido en la localidad ecuatoriana de Guayaquil, el 12 de junio de 1646. Antonia era una niña como cualquier otra, que creció en un hogar lleno de amor y de gran devoción cristiana.
Pero siendo ella muy pequeña, su padre, Antonio Maldonado Mendoza, fallecía dejando a su esposa, María Verdugo, sola con sus dos hijos. Si las condiciones económicas de la familia eran precarias, ahora siendo María viuda, la situación se tornó preocupante.
Tomó entonces la decisión de marchar a la ciudad portuaria de El Callao, en el entonces Virreinato del Perú, en busca de una vida mejor para ella y sus pequeños. Allí, Antonia Lucía, compartió penurias y esperanzas con los suyos, trabajado junto a su madre como cigarrera.
Los siguientes años de la vida de Antonia Lucía transcurrieron sin más contratiempos que no eran pocos, que trabajar y trabajar para sobrevivir.
Llegada a la edad adulta, a sus treinta años, María Verdugo se afanó por encontrar un marido para su hija que la pudiera sacar de aquella precaria situación. Antonia Lucía acató la voluntad materna a pesar de no haber escogido ella a su marido quien, sin embargo, resultó ser un hombre digno de ella.
Alonso Quintanilla, era un hombre igualmente humilde, que trabajaba como artillero en el puerto de El Callao, que aceptó con sincero cariño y respeto a Antonia Lucía como esposa.
En el corazón de Antonia Lucía había crecido todos aquellos años una fe cada vez más inquebrantable, dedicando el poco tiempo que tenía tras las largas horas de trabajo, a rezar. Alonso, conocedor de los deseos de servir a Dios de su esposa, aceptó guardar castidad perpetua y abrazar un matrimonio santo y casto.
Apenas cinco años duró aquella relación basada en el amor de Dios. Alonso Quintanilla fallecía a finales de enero de 1681.
Sor Antonia Lucía del Espíritu Santo y su hábito morado
Antonia Lucía tomó entonces la decisión de no volver a casarse y empezó a buscar una nueva forma de vivir en coherencia son su fe. Ayudada por su confesor, el 15 de octubre de 1681 fundaba en El Callao un beaterio en el que se erigió como madre superiora bajo el nombre de Sor Antonia Lucía del Espíritu Santo y tomó el morado como color para su hábito. Pronto se unieron unas cuantas jóvenes dispuestas a seguir sus pasos, entre ellas, su propia madre, María Verdugo, quien falleció en el beaterio poco tiempo después.
Sor Josefa de la Providencia, amiga y sucesora de Sor Antonia, autora de Vida de la V. sierva de Dios Antonia Lucia del Espíritu Santo, fundadora del Monasterio de Nazarenas de Lima, describía así el origen del beaterio: “Sobre estos grandes modelos de amor tierno y compasivo al paciente Nazareno, fundó nuestra Venerable Madre Antonia el elevado edificio de nuestro santo Instituto, y la sublimidad de su espíritu , labrando ella misma en su alma otro modelo excelente, que pudiesen imitar las profesoras del Instituto para que Dios la eligió.
Todo su negocio era la contemplación en su amado Nazareno, la imitación de sus divinas virtudes. Jesus Nazareno era la dulzura de sus labios , la música de sus oídos , la delicia de sus ojos, el centro de sus amores, inspirándole a sus hijas estos mismos piadosos sentimientos.”
Un nuevo beaterio
El primer beaterio de Sor Antonia Lucía no duró demasiado, pues problemas económicos terminaron en expropiación. Sin abandonar su cometido, marchó a Lima donde se unió al Beaterio de Santa Rosa de Viterbo hasta que pudo fundar uno propio, el Beaterio de Monserrate que inició su andadura en enero de 1684.
Años atrás, un terremoto había destruido parte la ciudad de Lima pero se había mantenido milagrosamente en pie la pared de la parroquia de Pachacamilla en la que un esclavo de origen africano había realizado una pintura de un Santo Cristo de los Milagros.
Este terreno, donado a las beatas de Monserrate para ampliar sus dependencias, respetó la imagen de Cristo y a partir de entonces serían reconocidas como las Fieles Guardianas del Señor de los Milagros. Ellas están en el origen de las Madres Nazarenas Carmelitas Descalzas de Lima.
Hasta su muerte, en el verano de 1709, Sor Antonia Lucía del Espíritu Santo guió a las mujeres que siguieron sus pasos. Enferma durante muchas etapas de su vida, no renunció a la oración ni a castigar su cuerpo con ayunos y estrictas disciplinas. Dormía en una sencilla tarima tapándose en los días de frío con una sencilla sábana. Sor Antonia Lucía experimentó momentos de éxtasis y apariciones divinas.