Varias generaciones hemos vivido y sobrellevado una situación que no podíamos haber imaginado: el confinamiento. Aprendimos a soportar el estar un día en casa y otro también. Nuestros hogares se convirtieron en gimnasios, hornos de pan y bizcochos, escuelas unitarias para nuestros hijos, etc. Pero lo superamos. Lo superamos aprendiendo y asumiendo los daños colaterales del encierro: soledad, impotencia, sensación de ahogo, ansiedad… El que más y el que menos, seamos de la generación que seamos, compartimos esa experiencia. Compartimos también la idea de que no queremos repetirla por nada del mundo (por muy bien que la hayamos llevado).
Pues bien, en medio de esta sociedad con sobrada experiencia en el confinamiento, ha muerto, en Santiago de Compostela, una pobre mujer confinada en su casa. Su vivienda tenía una escalera protegida por Patrimonio Cultural, y no le dieron permiso para colocar una rampa que le permitiese salir del confinamiento, que le dejase entrar o salir libremente de su hogar.
La escalera protegida, la anciana desamparada
Roberto Almuíña, presidente de la Asociación de Vecinos de Fonseca (zona monumental de Compostela), mostró su profunda indignación en declaraciones a la cadena COPE:
¿Cómo se llega a esa situación? ¿Cómo llega una sociedad a primar la defensa de una escalera antes que la calidad de vida de un ser humano? Pues, muy sencillo, con el desorden que siempre trae consigo alejarse de Dios. Nos empeñamos en creer que somos más listos que nadie. Somos juez y verdugo, sin necesidad de toga ni de sueldo. Rechazamos con desprecio el manual de instrucciones que nos dejó Dios para ser felices en esta vida: "Los Diez Mandamientos".
Los creyentes tenemos claro que la lucha por intentar cumplir esos mandamientos es canjeable, al final de nuestras vidas, por unas entradas en el Paraíso. Pero, aunque no creas en el Cielo, estarás conmigo en que, si todos nos guiásemos por el decálogo, este mundo, esta vida, serían una vida y un mundo mejores. Un mundo en el que no acabaríamos anteponiendo los derechos de una escalera, de animales, o de plantas, al bienestar de las personas.
¿Qué habría sido mejor?
Y hoy, a todos esos intelectuales que no son capaces de adaptar las leyes de Patrimonio a las necesidades de un ser humano, les quiero recordar unas palabras llenas de sabiduría, que ponen más orden que Marie Kondo, y que nunca pensé que llegarían a ser tan necesarias:
El Génesis sigue, y yo, personalmente, me atrevo a soñar con que el Creador de todo el universo hubiera querido que complementásemos esa escalera con una preciosa rampa que no desentonara con el patrimonio. Y, así, haber tenido una “experta” menos en esto del confinamiento.
¿Nos volvemos todos un poco más ordenados? Además del manual de Marie Kondo o del próximo manual de orden de mi amiga @la_ordenatriz, ¿leemos lo que de verdad ordena todo profundamente, la Sagrada Biblia? Why not?