San Benito de Nursia es considerado habitualmente el padre del monaquismo occidental, pero no fue el primer monje cristiano. Ese título a menudo se concede a Antonio el Grande. La vida monástica eremita nació en el desierto de Egipto al menos dos siglos antes de Benito, en torno al año 270.
Aunque Pablo de Tebas fue el primero en aventurarse en el desierto, fue Antonio quien lo convirtió en un movimiento.
Quienes le siguieron formaron en seguida una especie de sociedad cristiana alternativa, eran los famosos Padres del desierto.
Uno de esos Padres, san Pacomio, fue quien organizó las primeras comunidades monásticas cristianas.
Lo hizo bajo la autoridad de una figura conocida como “abad”, una palabra derivada del arameo “abba”, padre.
Una regla con gran influencia en el mundo
Eso significa que la famosa Regula de Benito no fue la primera regla monástica. Sin embargo, si la comparamos con las de san Basilio o Pacomio, la suya es sin duda exhaustiva. Organizada en 73 capítulos, se ha usado de forma ininterrumpida por monjes benedictinos desde el siglo VI.
Uno de los pasajes más famosos de la regla benedictina es el Capítulo 53. El texto es relativamente breve, pero es con creces la parte más famosa e influyente de toda la Regla.
En solo unas pocas líneas, resume el principio rector de la legendaria hospitalidad benedictina. Dice lo siguiente:
Hospitalidad, misión, identidad
Las comunidades monásticas tienen la hospitalidad en el mismísimo centro de su misión y su identidad. En especial en lugares como el desierto u otras áreas relativamente aisladas donde suelen encontrarse monasterios.
Los viajeros que deambulan por estas regiones particularmente remotas necesitan toda la ayuda que puedan recibir. Y la caridad cristiana impulsa a los monjes a echar una mano.
Esta tradición aún se conserva y respeta en la actualidad. Hemos entrevistado al maestro hospedero de la abadía benedictina de Cristo en el Desierto(fundada en 1964 por fray Aelred Wall y un grupo de monjes procedentes del monasterio del Monte Salvador, en Nueva York) para conversar brevemente sobre hospitalidad, contemplación y la vida contemporánea.
Se llega al monasterio después de viajar durante 20 kilómetros por un camino de tierra y gravilla que sale de la Ruta 84, al noroeste de Nuevo México.
El monasterio, diseñado por el famoso arquitecto George Nakashima, está rodeado de kilómetros de un paisaje desértico protegido por el Gobierno, lo cual garantiza la soledad y la tranquilidad de la vida monástica.
Empezamos nuestra entrevista preguntando al hermano Chrysostom sobre esta ubicación excepcional.
Es sabido que el monje y teólogo Thomas Merton dijo que el monasterio de Cristo en el Desierto es el mejor edificio monástico de Estados Unidos. Señaló la forma en que parece encajar perfectamente en el cañón del río Chama. ¿Puede decirnos más sobre por qué esto es importante para la comunidad monástica?
De forma similar a las leyes de zonificación en Santa Fe, me he percatado de que los habitantes de la ciudad intentan permanecer próximos a la tierra a través de materiales de construcción, temas arquitectónicos y colores. Nosotros también deseamos seguir esta tradición de fundirnos con nuestro entorno.
Sentimos que, al hacerlo, no solo contribuimos a su preservación, sino que promulgamos el respeto por la naturaleza, algo de lo que habla el papa Francisco en Laudato si’, su segunda encíclica.
Hace un par de años me impactó el comentario de un reflexivo visitante que entabló una conexión entre nuestra iglesia monasterio y el templo de Heptet en Egipto. No es que exista un culto en comunidad, sino que ambas estructuras parecen estar talladas a partir de las mismas paredes del cañón que las domina.
La hospitalidad es un valor bíblico paradigmático. Algunos escritores espirituales explican que la creación es el primer gesto de hospitalidad de Dios. De no ser por su hospitalidad, Abraham nunca habría tenido a Isaac. Incontables referencias bíblicas a la hospitalidad (incluyendo el nacimiento de Jesús) dejan claro que es una preocupación central abrahámica. Siendo el maestro hospedero de un monasterio (en el desierto, nada menos), ¿cómo cree usted que la hospitalidad podría aplicarse a la vida diaria de todo el mundo?
Creo lo mismo que lo que otros escritores espirituales más cultivados han expresado sobre Dios: Él es el gran proveedor de hospitalidad.
La creación se hizo para su Iglesia. Sin teologizar en exceso sobre cómo Dios es hospitalario con su creación, Él sabe lo que hace.
Nosotros, su creación, por otro lado, podemos beneficiarnos de recordatorios sobre cómo podemos participar en Su creatividad y Su hospitalidad.
Sí, ofrecer cobijo al pobre, ropa al desnudo y comida al hambriento son aspectos importantes de la hospitalidad.
Jesús nos dice que cuando hacemos esto por el menor de nuestros hermanos lo hacemos por Él.
Sin embargo, la hospitalidad puede extenderse a nuestra actitud abierta y afectuosa hacia las personas, nuestra falta de prejuicios y nuestra disposición a escuchar a los demás.
Estos también son actos hospitalarios que no deberíamos pasar por alto.
La mayoría de las personas quizás tengan una idea relativamente romántica del desierto, como si todo fuera silencio y paz. Pero el nombre de su monasterio (“el monasterio de Cristo en el Desierto”) hace una clara referencia al hecho de que el desierto es ciertamente el lugar donde uno es tentado. ¿Podría compartir su opinión al respecto?
Sin duda el desierto está romantizado. Y, en efecto, Cristo estuvo obligado a ir al desierto poco después de bautizarse.
Allí fue tentado a través de Su hambre (ayunó durante 40 días) y Su mansedumbre (fue retado a demostrar ser Dios y se le ofreció dominio sobre centros de poder).
Personalmente, he encontrado que el desierto es un lugar precioso y también implacable.
Cielos hermosos (de día y de noche), el cañón, el río, la flora y la fauna, todo contribuye a crear este paisaje inolvidable.
En ocasiones, también puede ser inhóspito para la vida. Puede ser peligroso. Puede ser muy frío y muy cálido, ¡a veces en el mismo día!
El desierto, para mí, es un lugar que puede despojarte, incluso a fuego, de la arrogancia de la autosuficiencia.
También es un lugar donde se pierden las distracciones y emerge la sencillez de la vida: ¿Dónde está el agua? ¿Dónde está la comida? ¿Qué necesito de verdad para sobrevivir?
La vida contemporánea está repleta de una cháchara que parece interminable, con los móviles y los portátiles que mantienen a todo el mundo constantemente expuesto a virtualmente todo. En un mundo en donde reina la información, la contemplación y el silencio parecen contraculturales, incluso inútiles. ¿Qué puede decir usted de esto?
Creo que las distracciones de aquello que deseamos perseguir o en lo que queremos centrarnos siempre han estado con nosotros.
En nuestro mundo moderno, dependiendo de las elecciones de cada individuo, esas distracciones se multiplican ¡o incluso crecen exponencialmente!
Hace poco reflexioné sobre Nuestra Madre María durante su fiesta el 1 de enero.
A lo largo de las escrituras, los escritores de los Evangelios la describen como reservada y como si reflexionara sobre los misterios de las cosas en su corazón: la Anunciación, el agua convertida en vino en la boda de Caná, la visita de los Magos… María debió de almacenar muchísimos recuerdos de su extraordinario hijo, Jesús.
Nosotros, como María, almacenamos recuerdos de cómo Dios ha obrado en nuestras vidas a lo largo de los años, cosa que puede venirnos a la mente en el desierto.
Podemos componer un florilegium (un compendio de escritos) que cobra vida cuando tenemos el tiempo de estar tranquilos y quietos en soledad y silencio.
Quizás les parezca inútil a algunos, pero yo les digo, ¡inténtenlo! Nunca se sabe qué frutos inesperados pueden surgir de seguir el camino que nos marca la fe.