Esa persona a quien tanto quiero -¿quise?- falleció, ya no está aquí... ¿por dónde empiezo? ¿Cómo se puede calmar el dolor del alma?
Me pregunto cómo dejar de sentir la pena. ¿Cómo recuperar las palabras cuando el dolor ha arrasado con ellas?
El dolor es tan hondo que no logro hablar, no consigo explicar lo que me pasa. La pérdida de un ser querido es una explosión dentro del alma. Rosa Montero lo expresa con estas palabras:
Un dolor tan hondo que me hunde en la desesperación.
Encajar la pérdida
No volver a ver a quien amo, parece ridículo. Es una ilusión. Ha de ser mentira. Me resulta imposible pensar que no va a suceder.
No puede ser verdad el motivo de la ausencia. No acepto lo que está pasando. Es demasiado despiadada la realidad.
Por eso es tan necesario hacer el duelo, vivir con lágrimas, sentir la pena en el corazón y expresarlo. Vivir el duelo es algo que necesito hacer en toda pérdida.
Vivir el duelo es llorar, sufrir, dejar que me duela, que lo sienta. Ahora no me consuelan las palabras que intentan paliar la pena.
Siento que no está ahora mejor el que se ha ido que cuando sufría su enfermedad a mi lado. Que no es verdad que ahora pueda comunicarme mejor que antes con él, en todo momento.
No es verdad, nada reemplaza la cercanía física, ni las palabras audibles, ni los gestos visibles.
La ausencia nunca puede ser mejor que la presencia. No hay consuelo cuando ya no puedo tocar a quien amo o decirle al oído todo lo que me importa su vida, su amor.
El necesario duelo
Aceptar el duelo es necesario. No quiero pasar rápido de página. Me detengo ante esos renglones inconexos, confusos, vertiginosos, aciagos.
No evito mirar esa página que me llena de pena el alma. No huyo de ese dolor que ahoga mis palabras.
Sé que es necesario vivir en presente lo que duele. Aceptar, tocándolo con mis dedos, aquello que me turba el ánimo.
Reconocer la angustia. Y esa pena, que es un pesar doloroso y hondo. Una angustia como una masa viscosa que se adentra debajo de la piel.
Me quedo aceptando la vida en toda su oscuridad. El dolor de la pérdida.
Quiero escapar de lo que me hace sufrir, levar anclas, despejar vientos, avanzar a paso firme lejos de las rocas que no me dejan salir.
Quiero cubrir con una losa la negrura de la muerte. Pero no es tan sencillo iniciar ese camino. Es largo y pedregoso el duelo, la aceptación, la entrega del sufrimiento. Leía el otro día:
Acepto adentrarme y llorar. No quiero dejar atrás. No quiero vivir en la negación. Llevo conmigo lo que me duele. Echo de menos y miro con nostalgia. Nada me ayuda a llenar el vacío.
Asumir la realidad sin esa persona
Quiero enfrentarme a mi tristeza. Es lo más mío, lo más propio. No la niego, no la evito aunque me enrede con sus largas redes.
Asumo mi pobreza y me enfrento a la vida y a la muerte. A la vida ahora sin él. A la muerte del que amo. Sin miedo.
Le pongo nombre a lo que me pasa, a lo que siento. Reconozco el dolor que tengo que vivir.
No hay paz. Sufro. Me asusta la soledad en medio de mi lucha al no tener conmigo a quien tanto he amado.
Pretendo vencer las nostalgias y desasirme de los largos brazos del pasado que buscan detener mi avance.
Adelante... poco a poco
Sueño con alzar el vuelo y dejar que el peso de la angustia se deslice hasta el suelo liberándome, dejándome vivir.
Necesito recuperar las palabras para expresar lo que siento. Todo lleva su tiempo.
Mientras tanto no quiero seguir como si no hubiera pasado nada. Es duro lo vivido, es dolorosa la muerte.
Ha sucedido lo que tanto temía. Enfrento la realidad en toda su crudeza. No me da miedo vivir con la ausencia.
Y entonces miro hacia delante llevando en mis manos el pasado y el presente. No me detengo, sigo escribiendo la historia de mi vida. Toco los momentos más sagrados.
Doy valor a toda mi vida en su riqueza. Acepto todo lo que soy, todo lo que tengo. Doy gracias a Dios por todo lo que he amado, por todos a los que he amado.
Loading