¿Dónde estaba Dios? Es la pregunta que hemos oído muchas veces frente al horror de los campos de concentración. Y es la misma pregunta que nace frente a cada experiencia de mal que se nos presenta.
Puede permanecer un misterio en el que se hunde la mirada humana, sin respuestas filosóficamente determinantes.
No sabemos responder a las preguntas sobre Dios y el mal, pero hay testimonios de hombres y mujeres que llevan escrito: Dios estaba conmigo en la hora más oscura de mi vida. Y este es el horizonte que nos desafía.
Quisiéramos a un Dios que barre cualquier migaja de mal y dolor, estamos en compañía de un Dios que se queda y está con nosotros en cada abismo o rincón de dolor.
Auschwitz: mantener la memoria desde la oficina del Doctor Mengele
Hace pocos días el Corriere entrevistó a Jadwiga Pinderska Lech, que es la presidente de la Fundación víctimas de Auschwitz-Birkenau y es también responsable de la casa editorial del Museo estatal de Auschwitz-Birkenau.
Su "puesto de trabajo" está precisamente dentro del campo de concentración en donde se cuentan 1,1 millones de víctimas.
La oficina donde lleva a cabo la tarea de preservar la memoria del Holocausto fue donde trabajó Eduard Wirths, médico jefe del campo de concentración, el superior de Josef Mengele. Es una habitación que da a la única cámara de gas que queda.
No hay lugar para muchos discursos abstractos o sentimentales. Las palabras de esta mujer que vive en Auschwitz, y que además se encuentra acompañando a turistas que confunden ese lugar con una atracción donde pueden tomarse un montón de selfies, están llenas de rostros, objetos, datos.
A la pregunta sobre cuál es el recuerdo de los supervivientes que la ha inquietado más, responde:
Por Corriere
Es posible que hayamos escuchado historias más aterradoras, pero no son solo los detalles escandalosamente macabros los que hacen explotar el horror. El velo de tinieblas de la perversa indiferencia cae sin piedad ante el inocente cuidado de una pequeña niña que muere de un disparo que estalló sin remordimientos.
¿Dónde estaba Dios? En un rosario de pan
Entonces, ¿dónde estaba Dios? Es la pregunta que el periodista hace a quemarropa a la señora Lech, tras la angustiosa anécdota de la niña asesinada.
Y ella no se pierde en abstracciones, una vez más tiene un objeto que muestra y no hipótesis.
Es necesario permanecer en silencio para contemplar esta imagen, una fabricación rudimentaria pero muy precisa.
Quitarse el pan de la boca es una manera que usamos para contar el sacrificio de quien renuncia al pan para darlo a alguien más.
Pero aquí alguien -muy hambriento- se quitó el pan de la boca, lo masticó y luego lo escupió, para hacer un objeto inútil.
¿Quién está tan loco, o santo, que osa apostar todo en la oración en un lugar que le ha quitado al ser humano toda dignidad?
Franciszka Studzińska
Quien come de este pan vivirá para siempre
El rosario de pan hecho a escondidas en Auschwitz fue hecho por alguien que ha sentido en la piel la compañía de las palabras pronunciadas por Jesús.
Padeciendo el hambre física, uno puede imaginar que sintió las punzadas de un hambre aún mayor: el de vencer la tentación de desesperarse, deshumanizarse.
Interrumpo aquí la hipótesis y los razonamientos, porque detrás de aquel rosario hay una historia muy sencilla.
Los testimonios son esencialmente presencias que dan su sí al bien, como pueden y donde se les pide hacerlo.
Franciszka Studzińska era una estudiante universitaria de Cracovia, era también pianista.
Fue arrestada en 1942 porque transponía y entregaba documentos en secreto al régimen nazi. Llegó a Auschwitz el 1 de diciembre de 1942 y murió ahí el 4 de abril de 1943.
Su nombre forma parte del grupo de víctimas que los nazis asesinaron no por motivos raciales (no era judía) sino por oponerse al régimen. Nada más.
Esto es lo que se sabe de ella, además del hecho de que hizo un rosario de pan. También está la foto que le hicieron en el campo de concentración, acompañada del número 26283.
Eso es todo, sí, y en el mejor sentido de la frase. Todo está aquí, incluso en la nada a la que puede reducirse un ser humano.
Nada me falta, dice el Salmo. Y lo recitamos casi sin pensar.
La historia de Franciszka es invisible y contiene todo el misterio cristiano: insignificante a los ojos de la gran historia, una nada que aplastar a los ojos de sus verdugos, y una voz capaz de recordar con unas pocas migajas que cada uno de nosotros es todo a los ojos de su Padre.
Nada me falta, solo mi Padre está aquí conmigo.
Un consorcio de incursores desarmados
¿Cuántos grandes testimonios de bien salen de Auschwitz? Puede parecer arriesgado decir tal frase. No significa disminuir el horror en un ápice. Sin embargo, incluso hacer una observación cronológica muy pequeña despierta asombro.
Massimiliano Kolbe entró a Auschwitz el 28 de mayo de 1941 y murió el 14 de agosto de 1941.
Edith Stein llegó a ese mismo campo de concentración el 7 de agosto de 1942 y murió dos días después.
En diciembre del '42 llegó Franciszka Studzińska, que murió en abril del '43.
El 7 de septiembre de 1943 fue la fecha de entrada de Etty Hillesum, que murió en Auschwitz en noviembre de 1943.
Y quién sabe cuántos otros testigos de Cristo podrían añadirse a la lista, hombres que han permanecido ocultos en la historia. Pequeñas voces que balbuceaban y guardaban la promesa de la Resurrección más allá de la alambrada del horror.
No se conocían entre sí, no había un proyecto escrito. Y, sin embargo, ahora vemos esta fila de hombres y mujeres, una carrera de relevos de luz en el reino de la oscuridad. No llevaban nada más que su sí a una hipótesis de bien encarnado.
Este consorcio de testigos es la respuesta viva de Dios al mal, una línea de incursores desarmados que cruzan las líneas enemigas y llevan el Pan de vida donde todo parece ser consumido, violado, negado.