Este domingo contemplamos a Jesús que es despreciado por los suyos. Quieren matarlo porque no creen en sus palabras:
Quieren que haga milagros como habría hecho en otros lugares. Pero nadie es profeta en su tierra.
Ellos creen conocer a Jesús pero no saben quién es. No lo aman. No lo siguen.
Al principio quieren escucharlo pero luego se rebelan contra sus palabras. No comprenden, no creen en su poder. No entienden los planes de Dios.
Jesús no curó a todos
Las referencias a los profetas son claras:
Al igual que Elías y Eliseo, Jesús tampoco va a curar a todos los enfermos que encuentre en Israel.
No va a sanar a todos los que necesiten un milagro. No va a liberar a todos los que estén presos.
Dios no va a hacer lo que yo le pido, no cumple todo lo que deseo, no hace que sean realidad todas mis expectativas.
Dios actúa con su sabiduría
El Dios en el que creo no cura a todos los enfermos. No salva a todos los que se están muriendo.
¿Es justo? No lo es, la vida no es justa desde mi nacimiento. Y no pretendo que lo sea.
No suceden las cosas como yo quiero y no todo llega a ser como a mí me gustaría. Es el dolor de esta vida tan pobre, tan limitada.
Me gustaría exigirle a Dios que actuara de otra manera. Quiero pedirle otros planes, otra realidad. Me gustan las palabras que escucho hoy en el salmo:
Es el Dios en el que creo, un Dios que camina a mi lado en medio de la tormenta.
Dios no hace todo lo que le digo
No salen las cosas como espero y me desilusiono. Incluso quisiera matar a Dios como sus vecinos y amigos en Nazaret. Quisiera acabar con Él porque me produce frustración.
Y es que tantas veces le echo la culpa de mis propias debilidades. Me encaro con ese Dios que no hace las cosas a mi manera, de acuerdo con mi gusto.
Ese Dios que no es un Dios hacedor de todos los milagros que necesito para ser feliz. Decía el padre José Kentenich:
Que me digan que Dios me guarda, me sostiene, está conmigo, no me resulta si luego las cosas no son como yo esperaba.
Si sufro pérdidas, si abrazo el fracaso, si duele la herida, si muero o me hieren. En esos momentos no me alegra ese Dios que va conmigo. No me devuelve la sonrisa ese Dios que no me soluciona todos los problemas.
La fragilidad de la vida no me alegra. La temporalidad de mis pasos no es un bien.
El poder diferente de Dios
Dios no soluciona todo lo que tengo que hacer. No consigue que triunfe. No me salva de la ignominia.
¿Cómo puedo creer en un Dios tan débil e impotente? Me rebelo contra ese Dios que no es tan poderoso como yo quisiera.
Hace falta volar muy alto como las águilas y tener mucha altura en mi mirada para ser feliz al lado de ese Dios que sólo es mi refugio y camina a mi lado.
En ese Dios creo yo pero a veces pierdo la fe en su poder. Y me siento solo y desvalido. Así es el Dios en el que quiero creer.
No quiero deshacerme de Él porque sí que me salva, me sana y me levanta. Tal vez no logra hacer realidad todos mis sueños. Ni hace que mis días sean eternos.
No hace milagros ante mis ojos. Pero aumenta mi fe. Sí, eso lo hace. Aumenta la fe que se debilita cada día cuando no le suplico que la aumente.
Necesito un corazón más grande y una mirada más alta, la mirada de las águilas. Si sigo caminando como una gallina mirando al suelo no veré más allá de mi dolor.